Violador serial


No Se cómo empezar a contar esta historia, soy nuevo en esto. Quizás lo mejor sea empezar por lo último, y luego volver al inicio. O mezclar en un orden aleatorio…
El caso es que hace unos quince años recalé en una ciudad de la provincia de Córdoba (Argentina) de unos cincuenta mil habitantes. Llegué con una pequeña fortuna, en parte heredada, y en la otra parte incrementada por negocios fuera de la ley.
Hoy tengo cuarenta años; cuando llegué aquí a los veinticinco era un joven apuesto, rico, simpático… Las mujeres me sobraban, se me entregaban, se me ofrecían.
Pronto me cansó lo fácil, así empecé mi carrera de violador serial. Algo debe andar mal en mi mente. Me empezó a gustar coger por la fuerza, con mujeres que no lo querían, y desarrollé mis métodos. Pero de todo eso se irán enterando cuando haga el racconto de los últimos diez años.
Ahora quiero relatarles una de mis andanzas más recientes:
Soy un voraz lector, eso me llevó a frecuentar una biblioteca popular de la ciudad. Allí trabajaba una niña de unos dieciocho años cuando la conocí, estudiaba el profesorado en letras, cuando reconoció mis vastas lecturas comenzó a consultarme, y yo a obsesionarme con ella. Morenita, alta, vestía siempre conjuntos con pantalón y casaca, anteojos, pelo largo recogido. Su atuendo apenas dejaba percibir la hembra rotunda que había debajo.
No se me ofrecía, como tantas otras, la niña tenía novio y era fiel.
Con el correr del tiempo se fue desarrollando. Cambió sus anteojos por lentes de contacto, y su atuendo recoleto por algo más audaz, blusas escotadas que mostraban unos pechos exuberantes, duros y provocativos, Su grupa crecía, al punto que cambió los pantalones por polleras anchas; quizás exigencias de su novio; pero que no ocultaban unas caderas que crecían día a día.
Poco antes de terminar su profesorado se fue a vivir con su novio, en pareja como se le llama.
Hace unos meses noté que venía aumentando en volumen y., seguramente en peso. No hacía ningún caso a mis avances eróticos, los soslayaba con bromas. Claro yo era muy viejo para ella.
Allí fue que germinó mi idea, no quería esperar a que fuera una gorda celulítica, que el novio la embarazara y fuera madre.
Tenía que cogerla antes de eso.
Había yo desarrollado una especie de método, que ya tenía probado en casos similares, y era adecuado para el caso.
Contaba con dos secuaces: el Perro y el Rata, dos lúmpenes que por algo de dinero, y , a veces, las sobras, me respondían a muerte, prácticamente vivían a mis costillas.
Les señalé a Lorena, ellos estudiaron sus hábitos y me trajeron los informes, parecían oficiales de inteligencia, no dejaban detalles de lado.
Jefe, tiene cátedras en una escuela nocturna en un suburbio, los martes sale después de las 23 hs..
Estaba todo dicho, contaba con un amigo médico que ya me había dado antes una droga inyectable que inducía un sueño inmediato. Tenía las tablas de dosis y tiempo de duración según el peso de la persona tratada.
Conversando accidentalmente con Lorena supe que pesaba 59 kilos.
Para el martes siguiente preparé dos dosis suficientes cada una para mantenerla en sueño profundo durante quince minutos.
Instruí a mis acólitos: debían interceptarla a tres cuadras del colegio, ponerle una bolsa en la cabeza, taparle la boca para que no gritara, aunque en esa zona podía gritar todo lo que quisiera, nadie la oiría. Meterla en la camioneta e inyectarla enseguida. Sellarle la boca con cinta adhesiva y esposarle las manos detrás de la espalda.
Luego la pasearían un par de horas, para terminar estacionados frente a mi casa.
Allí aguardarían mi llamada por celular para entrar la camioneta en mi garaje. Allí debían inyectarle la otra dosis. Y cuando estuviera en sueño profundo bajarla y depositarla en mi cama. Les recomendé que no la manosearan, los chicos eran fieles y responderían a mis órdenes.
Todo salió tal como lo había planeado, mis secuaces ya lo habían hecho otras veces.
Cuando vi a Lorena en mi cama, boca arriba, con la ropa algo desordenada, mi verga se puso dura. Pero debía andar rápido, le quité la capucha y sellé sus ojos con algodón y cinta adhesiva; luego le coloqué una especie de máscara de mi diseño que presentaba serias dificultades para quitarla, no quería que pudiera verme.
Me apliqué en el cuello un dispositivo inalámbrico para deformar mi voz, que salía a través de un parlante, tampoco podía permitir que reconociera mi voz.
Y esperé…
Al poco tiempo reaccionó, el efecto de la inyección había terminado, estaba conciente, no quería cogerme a una suerte de cadáver, quería que supiera que la estaban cogiendo contra su voluntad, que fuera plenamente conciente de lo que le estaba sucediendo.
Se movió, se dio cuenta de su estado: esposada, la boca tapada, los ojos también. Ella no podía hablar, yo sí
Lorena, estás a mi merced, de vos depende cómo la vas a pasar, si te portás bien no te sucederá nada nuevo. Si te resistís la vas a pasar mal.
Huhgggg.
Te quiero desnuda, esposada no te puedo quitar la ropa y dejarla sana, ¿si te quito las esposas te portarás bien? contestá con la cabeza.
HUGHHHHHH.
No, tenés que decir sí o no, si decís no te corto la ropa con una tijera, y cuando salgas tendrás que salir desnuda a la calle.
Noté que lo pensó un momento, al final asintió con la cabeza. Le quité las esposas y no hizo ninguna resistencia.
Con delectación le quité la pollera por debajo; se me caía la baba cuando pude contemplar esos muslos fuertes, macizos, bellos. Llevaba una trusa pequeña, pero no audaz.
Le levanté apenas la blusa para contemplar sus caderas, era una guitarra perfecta, cintura estrecha, vientre plano… un deleite para la vista.
Uno a uno desprendí los botones de su blusa, discreta porque era la que llevaba para clase; pero debajo aparecieron sus pechos, grandes, hermosos, cubiertos por un soutien estrecho. Quité la blusa, con poca colaboración de su parte.
La incorporé un tanto para poder desprender el broche del soutien, y casi derramé mi leche al ver esas tetas perfectas, grandes, duras, firmes.
Lore, ya te estoy viendo desnuda, ¿qué tal si te quito la cinta de la boca para que podamos hablar?
Asintió y le retiré la cinta que le tapaba la boca.
Hijo de puta, degenerado ¿qué querés de mí?
Solamente cogerte chiquita, ya te lo dije, nada nuevo, lo mismo que te hace tu novio con el que convivís, nada más. Sólo que con él lo hacés de buen grado, conmigo será a la fuerza. Te advierto que quieras o no te voy a coger, si colaborás te va a ir bien, si no saldrás algo golpeada, te voy a coger igual, pero después te voy a dejar a merced de los muchachos que te trajeron, y ellos no serán tan suaves y considerados como yo. ¿Qué contestás sos buenita y te vas mañana bien, o sos malita y te quedás tres días aquí hasta que los chicos se cansen de cogerte?
No tengo muchas opciones, hacé lo que quieras, pero no me lastimes ni me marques.
¿Vas a colaborar?
¿Y qué otra me queda?
Su última respuesta fue la llave que abrió mis instintos. Me quité la bata, no llevaba nada debajo, me senté en la cama a su lado y, sin apuro empecé por mi obsesión: esas tetas que me venían perturbando hace años.
Eran duras al tacto, tanto como a la vista, la piel era suave, tersa, las aréolas pequeñas, los pezones marcados. Mis manos estaba muy cerca de la gloria.
Cuando acabé de sobarle los pechos empecé a lamerlos, chuparlos. Mi lengua notó que los pezones iban adquiriendo una cierta dureza, y aumentaban su tamaño. Pero Lorena no emitía sonido alguno.
Mi lengua bajó por el vientre, se detuvo para lamer el ombligo… y me topé con la trusa que había olvidado quitar. Fue un dulce suplicio quitar esa trusa, debí rozar mi otra obsesión: los muslos amasados con aceituna y jazmín, pero no quería apresurar nada, todo era una delectación morosa, así debía ser.
Su concha era un espectáculo digno del pincel de Buonarotti. Depilada con excepción de un triángulo que, como una punta de flecha apuntaba al botón del placer. Ese clítoris que los anatomistas del medioevo negaron como algo prohibido, algo de lo que la iglesia consideraba la fuente del pecado original.
Acerqué mi nariz a su concha y el perfume me cautivó, era algo sublime ese olor a hembra.
No pude menos que sumergirme en ese pozo de delicia y poner a trabajar a mi lengua, mientras mis manos se deleitaban acariciando los soberbios muslos, y lo que podían del esplendoroso culo.
Allí noté que Lorena no era insensible a las caricias de mi lengua y de mis manos. No voy a afirmar que estaba caliente no soy tan presuntuoso, pero noté algunos temblores en su cuerpo.
Tenía esa sola noche para disfrutar todo, comprendí que era imposible, debía concentrarme en lo mejor.
Con suavidad la volví boca abajo. Contemplar ese culo magnífico, amplio, duro, era ir más allá de la gloria. Demasiado grande para los cánones del siglo XXI, pero ideal para mis cánones. No me agradan los cuerpos dietéticos de las modelos de ropa, cuando las veo me dan ganas de alimentarlas con muchos carbohidratos y lípidos, para que echen carnes por todos lados.
Besar, lamer las nalgas de Lorena fue uno de los mayores placeres de mi vida.
Ya me franeleaste entera, ¿qué más querés?
Ya te lo dije bella: te quiero coger.
¿Me vas a violar?
Para eso te hice traer. Y te advertí, mejor portate bien y colaborá.
Le tomé la mano derecha y la puse sobre mi verga. La obligué a rodearla hasta donde pudo.
¡Con eso me vas a coger? estás loco, me vas a romper toda, es mucho más grande que la de mi novio.
Querida, los agujeros femeninos son muy elásticos, se adaptan.
Pero me vas a hacer doler.
Un poco, al principio. Pero no tenés opción válida, si te negás puede ser peor.
Con poca colaboración de su parte la fui poniendo de rodillas, siempre boca abajo, la posición me mostró su concha y su ano a mi disposición.
En verdad no sabía si cogerla o seguir contemplando ese panorama óptimo, pero el tiempo me urgía.
Volvía lamer su clítoris y sentí que algo de jugos se escurría hacia mi boca que los bebía ávida.
Por si acaso lubriqué mi pija con gel. Me posicioné y tanteé con la punta. La concha estaba tórrida.
Empujé un tanto y sentí algo así como un vacío que me absorbía.
Lorena se quejaba con muy poca convicción. Me aferré a sus caderas y empujé más. Ya casi la tenía entera adentro.
Despacio que me duele, es muy grande.
Paciencia chiquita ya te vas a adaptar.
Un pequeño empujón más y estaba toda. Me detuve para dejar que se acostumbrara al invasor. No parecía disgustarle; ya no se quejaba.
Esperé un par de minutos, como en el sexo tántrico, y empecé un movimiento de vaivén, primero suave, luego más rápido.
Era una vagina espléndida, estrecha, rugosa, y con voluntad propia. Cuando se la ponía toda me apretaba, cuando la retiraba aflojaba.
Hijo de puta, seguí cogiéndome así, me estás violando pero me encanta, dame más fuerte, haceme acabar, no pares, cogeme así más…más.
Me sentía un fedayin en el paraíso de Mahoma cogiendo con una de las huríes elegidas para los suicidas que se inmolan con una bomba atada a su cuerpo.
Yo tenía una bomba pegada a mi cuerpo, pero era una bomba de carne… y empezó a explotar, pero en orgasmos compulsivos.
Dame más… nadie nunca me ha cogido así, partime al medio, quiero que me cojas siempre, sos lo más
Llename de tu lechita, te quiero sentir. Estoy llena de vos y me encanta.
No podía defraudarla. La llené de mi leche. Los dos gozamos como bestias desaforadas.
Nos tendimos a la par, yo seguía disfrutando de sus tetas espléndidas, ella no hablaba.
Al rato me pidió que la cogiera otra vez. Esta vez lo hicimos en la clásica del misionero. No conté los orgasmos que tuvo, me parecieron muchos, pero quizás fue uno solo multiplicado y extenso.
Decime quién sos, quiero repetir esta experiencia. Yo amo a mi novio, pero para coger me quedo con vos.
No chiquita, no corro riesgos. Cuando quieras repetir ponete un pañuelo verde en el cuello y te van a secuestrar como hoy, un martes cuando salgas del colegio nocturno, siempre a ciegas. Pero esperá que esto no terminó.
¡Me vas acoger otra vez? ¡Qué bueno!
Sí mi nena, pero esta vez quiero por el culo
¡¡NOOOOO! me vas a destrozar.
Si ponés toda tu voluntad vas a terminar con un orgasmo anal.
NO, mi novio me lo hizo y me dolió, con tu verga no lo voy a aguantar.
Estás muy caliente y vas a poder.
El trabajo de un culo requiere paciencia y experiencia. Empecé por un whisky con hielo.
Luego le abrí bien las piernas, siempre boca arriba, le lamí la concha, fui bajando hasta el ano, era una delicia con sólo mirarlo. Un asterisco hermoso rodeado de masas de carne bellísimas.
Lo lamí, lo chupé, lo punteé con la lengua. Cuando tenía la lengua libre le hablaba para tranquilizarla y relajarla.
Noté que estaba a punto cuando relajó el esfínter anal.
Con suficiente gel lubricante le puse un dedo, respingó y se resistió, pero al fin lo dejó entrar. A ese dedo le siguió otro, con dos dedos hice una especie de compás abriéndolos y girándolos.
El ano era dócil y se dilataba a la vez que se lubricaba hacia adentro.
En el momento justo me coloqué entre sus piernas y la besé en la boca por primera vez en esa noche. Respondió entusiasmada comiéndome la boca.
Tomé mi verga, la apunté hacia el ano y la deposité allí como sin querer
Le punteé el culo tanteando las posibilidades de recepción; no tardaron en manifestarse; el anillito se estaba dilatando, pedía verga.
Con precaución de neurocirujano presioné un poco… entraba. Lorena se quejó:
Me duele, pero no vayas a parar.
Y no paré, avancé de a un milímetro por vez. Pero las travesías más largas empiezan por el primer milímetro, y siguen por el segundo hasta…
Me llevó su tiempo ponerle mi verga entera, pero el momento llegó. El culo fue mejor que la concha, era mas estrecho y caliente.
Esperé que fuera ella la primera en moverse. Empezó con un ligero meneo de caderas, lento, suave. La dejé manejar el caso. Cuando el meneo se volvió frenético, y sus gritos estridentes, me moví yo.
Se la sacaba casi toda para volver a ponerla de golpe.
Lorena me apretaba la verga y la aflojaba en el momento exacto, como si toda su vida hubiera cogido por el culo.
Papi, cogeme el culo. no te voy a amar, pero vas a ser mi macho por el resto de mi vida. Quiero que me cojas siempre así. Nunca supe gozar por el culo, vos me enseñaste. Sos mi ídolo papito. Llename el culo de lechita.
Y otra vez tuve que acceder a sus deseos no podía negarme, al margen de que mi verga estallaba.
Ya estaba aclarando, la ayudé a vestirse, le quité la máscara porque la necesitaba para otras ocasiones, pero quedó con los ojos vendados.
Así subió otra vez a la camioneta, en esta ocasión por sus propios medios. Mis asistentes la dejaron a una cuadra de su casa.
Nunca supe la explicación que le dio a su pareja, no se lo pregunté las otras veces que me la llevaron, con menos precauciones, para seguir cogiendo.
Lorena es hoy una de las mejores hembras de mi selecto grupo, pero no sabe quién soy ni ha visto mi cara. Es una pena no poder mirar sus bellos ojos cuando acaba. Pero… son las dificultades que se le presentan a un violador serial.

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