Ni siquiera supe su nombre

¿Te gusta?- me pregunta el tipo entre roncos jadeos mientras me la manda a guardar por el culo. 
-¡Mmmmhhhhhhh… siiiiiiiiiii… me gusta… ahhhhhhhhhhhh… dámela toda…!- le respondo yo, excitada a más no poder, sintiendo como mi culo se abre como un pimpollo en primavera para recibir toda esa barra de carne que avanza por mi interior con una fuerza imparable, incontenible. 
Una vez más, como tantas otras, estoy en una cama ajena, soportando sobre mí el peso de un cuerpo desconocido, de alguien que hasta hace tan solo un rato antes ni siquiera formaba parte de mi mundo, pero ahora ahí estaba, poniéndomela por detrás, abriéndome el ojete de par en par, sometiéndome a una deliciosa culeada que se hace más profunda cada vez. 
Como siempre salí del trabajo y en vez de ir a la facultad me fui a dar una vuelta por ahí, tenía muchas cosas en que pensar, eso que ustedes saben y que ya expuse en mi post anterior, aunque en ese momento lo que necesitaba era distraer mi mente, alejarla de esas preocupaciones que últimamente me tenían alejada de esas prácticas que me resultan tan placenteras y satisfactorias. Ya hacía unos cuántos días que no me sentía feliz, y estaba más que claro el motivo. Por eso mismo volví a emprender uno de esos típicos paseos cuya única razón de ser es terminar encamada con quién pueda darme aquello que me resulta tan necesario e indispensable en tales circunstancias. Por eso cuándo doy esos paseos nunca me propongo seguir un camino previamente fijado, solo me dejo llevar, empiezo a caminar y no me detengo sino hasta conseguir aquello que busco tan ansiosamente. 
Un tipo cualquiera, de esos que siempre están a la expectativa, igual que yo, me ve pasar y empieza a seguirme, diciéndome cosas que a una mujer en celo perpetuo le gusta mucho escuchar. En determinado momento me freno en seco, me doy la vuelta y le digo: 
-¿En serio vas a hacerme todas esas cosas que me decís?- 
El tipo se sorprende ante mi requerimiento, después de todo imagino que la mayoría de las que acosa de esa forma lo deben ignorar olímpicamente, pero yo no soy como las otras, yo soy distinta, me gusta escuchar esas frases obscenas que tan solo con unas pocas palabras dibujan en mi mente escenas por demás intensas y deliciosas. 
-Dame una sola oportunidad hermosa, y te aseguro que vas a quedar completamente satisfecha- me dice con ese gesto de baboso que en vez de repeler me atrae aún más, casi irresistiblemente. 
-¿Acaso te parece que estoy insatisfecha?- le pregunto mientras sigo caminando, despacio, con él siguiéndome de cerca, a unos pocos pasos. 
-Claro que no, se te ve muy bien atendida, pero eso no significa que no quieras una atención extra- me dice –Un copetín al paso- 
Me reí con su comentario. No se trataba de un sujeto precisamente atractivo, pero por lo menos se notaba que estaba con ganas de partirme al medio, y eso siempre predomina por sobre cualquier preferencia física. 
-¿Y adonde iríamos?- le pregunto en forma potencial. 
-Te llevaría al mejor de los hoteles, pero tengo mi departamento por acá cerca, ahí vamos a estar mucho más cómodos- me dice, excusa perfecta para disimular que no tiene ni un peso partido al medio. 
-Mmmm… no sé- dudo, aunque sin echarlo todavía. 
-Dale bonita, la vamos a pasar bárbaro, tomamos una copa y después no sé, vemos como sigue- me insiste, los ojos tratando de abarcar toda mi palpitante delantera. 
-Mira, me agarraste en un buen día, así que te voy a aceptar esa copa, pero no te prometo nada, eh- le digo, devolviéndole el alma al cuerpo. 
Los ojos se le abren como platos, sorprendido ante mi buena predisposición. Me imagino que debo ser la primera que se le entrega de esa forma, casi de oferta, aunque más que oferta se trataba de un regalo. Se quedo mirándome, como embobado, sin decir nada. 
-¿Y, no decís nada?- lo apuré. 
-Eh… si… claro, vamos, te aseguro que no te vas a arrepentir, además no te voy a obligar a nada que no quieras- me dice, como dándose cuenta recién de que está a punto de anotar un golazo de media cancha. Y no lo digo por agrandarme, sino porque no creo que estuviera acostumbrado a levantarse a una mina tan fácilmente. Se trataba de un tipo de lo más común y corriente, sin pinta ni plata, con ropa que se notaba ya bastante usada, por lo que haber aceptado tomar algo con él y encima en su casa, ya de por sí constituía un triunfo. 
Nos habíamos cruzado sobre por Humberto Primo, por lo que seguimos caminando hasta la esquina y doblamos en Tacuarí. Un par de cuadras más, cruzamos Independencia, y a mitad de cuadra entramos en uno de esos departamentos por pasillo tan comunes en la zona. Llegamos hasta el fondo, y mientras él buscaba la llave me crucé de brazos. 
-¿Vivís solo?- le pregunté de curiosa nomás. 
-Si, estoy separado, mi señora vive con los chicos en Soldati- me contó. 
-¡Ah, tenes hijos!- repuse. 
-Una nena y un varón- respondió. 
Como el tema “hijos” es algo que por el momento prefiero no tocar, decidí no preguntarle más al respecto, aunque enseguida él me retrucó con la repregunta obvia. 
-¿Y vos?- 
-Por el momento no- contesté secamente. 
Por suerte abrió la puerta y entramos. Prendió la luz y me invitó a acomodarme en un sillón de dos cuerpos que estaba frente al televisor. Se trataba de un departamento de un solo ambiente, sin ventanas y pobremente iluminado. Se notaba a simple vista que faltaba la mano de una mujer. De pronto sentí pena por aquel hombre, ya que la soledad se palpaba en cada rincón. Como no había ninguna cama a la vista, deduje que aquel sofá debía convertirse en una. 
-¿Qué preferís tomar?- me preguntó –Tengo un barcito bastante surtido- agregó enseñándome una colección de botellas de todas las marcas y variedades. 
-Lo que vos tomes está bien- le dije. 
-Entonces te voy a hacer probar un licor de naranja que está excelente- repuso. 
-OK-asentí. 
Sirvió el famoso licor y con las copas en la mano se me acercó y se sentó a mi lado. Me dio una, brindamos: 
-Por este encuentro- y cada uno bebió un sorbo. 
Luego del suyo se me quedó mirando. 
-¿Qué mirás?- le pregunté riéndome. 
-Nada, es que… me gustaría comerte la boca- respondió, mirándome en una forma que de verdad parecía querer devorarme. 
-¿Y porque no me la comés?- le replique tomando otro sorbo de ese licor al cual le había hecho tanta propaganda. 
No se lo tuve que repetir. Enseguida se acercó todavía más y me comió la boca. No me resistí. Mis labios se abrieron para darle paso a su lengua, la cuál se enredo con la mía. Pero no se dedicó solo a “comerme la boca”, obvio, ya que mientras me besaba, dejo la copa a un lado y con sus manos empezó a sobarme las tetas, apretándolas y soltándolas, apretándolas y soltándolas, provocando que mis pezones se endurecieran como piedras. 
Lo usual de mi parte hubiera sido acariciarlo también a él, preferentemente por la zona de la entrepierna, pelarle la pija, chupársela y después hacer que me la pusiera, todo muy rápido, como corresponde a una auténtica metida de cuernos, pero aquella no era una infidelidad común y corriente, necesitaba hacer de aquel momento algo especial, algo que me convenciera de que mi decisión de postergar la maternidad era la decisión más acertada. Así que me recosté en el sofá, lo abracé y atrayéndolo más hacía mí, me enlacé con él en un beso que rebosaba lujuria e intensidad. Una de sus manos resbaló hasta mi entrepierna, mis piernas se abrieron espontáneamente ante el tacto de aquel desconocido. Aunque estaba de pantalón, podía sentir a través de la tela la intromisión de sus dedos. 
-¡Que buena estás… estás como para partirte al medio!- exclamó al separarse de mis labios por un instante. 
-¡Eso es lo que quiero!- asentí volviendo a darle un fuerte chupón. La calentura ya me estaba trastornando. 
-Quiero tu lengua- le dije. 
La sacó y se la chupé, saboreándola con fruición a la vez que le mordía también los labios. Sus manos no se quedaban quietas ni por un instante, de mi entrepierna subieron a mis pechos, para volver a apretármelos. Entonces me bajó de un tirón la blusa, luego el corpiño, mis tetas emergieron hinchadas y palpitantes, me las agarró con las dos manos y hundiendo la cara entre ellas se dedicó a chupármelas con frenesí, iba de una a otra, mordiéndome, besándome, chupándome, haciéndome sentir la excitación de su aliento. Ahora sí, estiré una mano y le toqué el bulto. “Mmmmmmm… vaya sorpresa”. Parece ser una ley no escrita, pero donde menos te lo esperás, siempre aparece algo que te sorprende. 
-Parece que andás armado- bromeé constatando la dureza de aquella parte de su cuerpo. 
-Si, y mirá que ésta no deja nada sano- se rió. 
Le desabroche prestamente el pantalón y pelé aquella pija que tanto me había sorprendido. La misma surgió pletórica y rebosante de vigor. No es que fuera enorme, pero estaba muy bien provista, con las venas deliciosamente cinceladas sobre la piel. Se la agarré con una mano y me puse a meneársela, mientras seguía besándolo, degustándolo sin control alguno. No se la chupo todavía, solo se la muevo, sintiendo toda esa potencia viril hacerse más fuerte cada vez. Entonces me levanto y me paro frente a él. Se me queda mirando como no pudiendo creer todavía que le haya resultado tan fácil levantarme. 
Sin más preámbulo, empiezo a desvestirme, él hace lo mismo, sin dejar de mirarme, alabando y admirando cada una de mis curvas. Ya desnuda, pongo las manos en la cintura y le digo desafiante: 
-Me prometiste muchas cosas en la calle, espero que cumplas por lo menos con la mitad- 
-Voy a cumplir con todas preciosa, como te dije, vas a quedar completamente satisfecha- me aseguro. 
Entonces me tumbó de espalda en el sofá, me separó las piernas, y metiéndose entre ellas, la emprendió contra mi concha, pasándome primero la lengua por sobre los labios, degustando ávidamente ese juguito que fluía espesamente desde mi más profundo interior. Yo me abría toda para ese extraño, para ese sujeto que ni siquiera sabía como se llamaba, lo agarraba de la cabeza con mis manos y lo atraía aún más hacia mí, ansiando sentir su boca explorando mis profundidades más recónditas. 
Con la punta de la lengua me tocaba en el sitio exacto, ahí en donde las sensaciones más intensas se multiplican por millones, extendiéndose hacia cada rincón de mi cuerpo. Con los labios aprisionaba mi clítoris, ya hinchado y endurecido, lo chupaba, lo mordía, le daba algunas lamidas, para luego meterme los dedos y ponerme en un estado ya desesperante. 
-¡Cogeme…!- le pedía con la voz quebrada por la excitación -¡Cogeme…!- le repetía, ansiosa por sentirlo cuánto antes dentro de mí -¡Cogeme!- 
Por supuesto que iba a complacerme, para eso estábamos ahí, pero antes debía atenderlo de la misma manera que me había atendido él a mí: Con la boca. 
Se levantó, se puso justo al lado de mi cabeza y enfiló la pija hacia mis labios. Ni bien la tuve al alcance, me la comí y me puse a chupársela con frenesí, mientras él bombeaba como si estuviera cogiéndome por la boca. La tenía tan dura y caliente que ya había empezado a segregar un rico juguito que se me hacía imposible no tragar. 
Tras una rica chupada, se levantó, hizo que me levantara yo también y en un periquete armó el sofá volviéndolo una cama. Entonces se echó encima de mí, me la acomodó justo en la entrada y de un solo empujón me la metió. Ah, antes se puso un preservativo, claro, y ahí si, empezó a cogerme con un ritmo demoledor, entrando y saliendo en toda su consistente extensión. Sin sacármela se arrodilló en la cama, calzó mis piernas sobre sus hombros y redobló el ritmo de sus penetraciones. 
Yo jadeaba y me estremecía toda, entregándome por completo a tan complaciente bombeo. Aunque recién empezábamos, el tipo estaba cumpliendo con su promesa de dejarme completamente satisfecha. 
Tras un rato dándome sin tregua me la sacó, aproveché la pausa para sacarle el forro y volver a chupársela, aunque esta vez con mi propio ritmo, y manejándola con mis manos. Le di un último beso en las bolas y me puse en cuatro, la cola bien levantada, ansiosa y dispuesta, se puso otro preservativo, se acomodó tras de mí y me la mandó a guardar de un solo y preciso envión, cogiéndome fuertemente, hasta que me la volvió a sacar y me la mandó por el otro agujero. No le dije nada, solo me deje hacer. Me puso un poco de gel lubricante, y apoyando el glande entre las puertas de mi ano, empezó a empujar, metiéndose de a poco dentro de mi tunelcito posterior. Fue ahí que me hizo la pregunta con la que comencé el relato: 
-¿Te gusta?- 
Lo que siguió después fue un torbellino de metidas y sacadas, un encule glorioso que me dejó la cola partida al medio. Esa era una de las cosas que me había dicho en la calle. 
-Tenes una colita hermosa, esta como para hacértela- 
Y me la estaba haciendo, o deshaciendo mejor dicho, porque con cada embestida sentía que mis vísceras se iban con él. Entraba y salía en toda su extensión, haciendo rebotar su pelvis contra mis nalgas cada vez más empinadas, con una mano bien metida entre mis piernas me tocaba yo misma en esa zona tan candente de mi cuerpo mientras él seguía perforándome el culo a repetición, abriéndomelo cada vez más, dejándome un agujero que de seguro tardaría varios días en volver a cerrarse. 
Me sentía aniquilada, aprisionada ahí como estaba entre sus piernas, recibiendo aquel persistente machaque que me proporcionaba dolor y placer por partes iguales, porque cuándo de sexo anal se trata, una cosa va con la otra. Si no duele no vale, y a mí me dolía, pero se trataba de ese dolor que solo el gozo más extremo puede proporcionar. 
Me sentía a gusto con aquel hombre, con ese completo extraño que me culeaba tan gloriosamente, que sabía cuándo debía acelerar y cuándo parar para que mis esfínteres se adosaran a su cautivante volumen.
-¿Cómo te llamás hermosa?- me pregunto en una de esas pocas pausas que se tomaba solo para retomar con mucha más fuerza todavía. 
-¡Ma… Mariela…!- alcancé a musitar, sintiendo que todo mi cuerpo hervía de excitación. 
Sin embargo él no me dijo como se llamaba ni yo tampoco se lo pregunte, me excitaba la idea de que permaneciera en el anonimato, no saber el nombre de quién me estaba rompiendo el culo, alguien sin nombre, alguien como cualquiera, alguien que tuvo la suerte de que me cruzara por su camino, o considerando los deliciosos estragos que estaba provocando su poronga, yo había tenido la suerte de que él se cruzara en el mío. 
Entraba y salía, entraba y salía, lo sentía más profundamente a cada instante, colmándome de extáticas delicias hasta que… me largué a llorar. No era que me doliera, lloraba por otra cosa, aunque él pensó que era porque no aguantaba semejante pedazo en mi colita. 
-¿Qué pasa preciosa, te duele?- me pregunto tiernamente frenando de repente sus violentas acometidas. 
-Si…pero… seguí… no parés… culeame… haceme la colita… como me dijiste… rompeme toda…- le decía yo entre mocos y babas, sin dejar de llorar. 
No tenía sentido decirle porque lloraba en realidad, no lo entendería, solo era alguien con quién estaba pasando un buen rato, nada más que eso. 
-¡Mamita, como me calienta que te duela y me pidas más!- dijo reiniciando entonces esos contundentes bombeos con los que parecía querer colarse dentro de mi cuerpo. 
Y siguió culeándome, y yo seguí llorando, descargando de una buena vez toda esa bronca y frustración que me tenía a mal traer desde hacía varios días. 
Le seguimos dando por un buen rato más, ahora yo encima suyo, sin poder contener las lágrimas todavía aunque cabalgándolo con frenesí, saltando sobre su cuerpo, meciéndome en torno a esa imponente herramienta que parecía no ceder nunca su prodigiosa erección. Mientras yo subía y bajaba, disfrutando cada centímetro, él me chupaba las tetas, me mordía y besaba los pezones, disfrutando de mi cuerpo con las licencias que yo misma le había suministrado. 
Era en verdad sorprendente como aquel hombre común y corriente, sin ningún atractivo notable a la vista, pudiera convertirse en semejante máquina de garchar, no paraba, ni siquiera para tomarse un respiro, seguía y seguía, con un claro objetivo entre ceja y ceja, dejarme completamente satisfecha. Yo ya lo estaba debo decir, después de los polvos que me había echado no había manera de que no lo estuviera, pero él todavía estaba en la cima de sus posibilidades. 
Me ponía de un lado y me la clavaba, me ponía del otro, y me la volvía a clavar, prodigándome un garche descontrolado, penetrándome en forma alternada e indiscriminada por uno y otro agujero, llenándome por ambos, proporcionándome la inigualable delicia de sentirme complacida por atrás y por adelante. Yo le seguía el tren, no podía hacer otra cosa, me abría y despatarraba toda ofreciéndome una y mil veces a esa suculenta poronga que parecía no decrecer nunca. 
Ya hacia el final, me tendí sobre él, le saque el preservativo y coloque su verga entre mis pechos, apreté un teta contra la otra, con la verga entre medio y empecé a pajearlo con ellas, chupándole y besándole el glande cada vez que éste resurgía por entre mi voluptuosa carne. Esto pareció gustarle, por lo que fui acelerando de a poco, sintiéndolo cada vez más duro e hinchado hasta que un chorro de leche saltó sin contención alguna yendo a dar de lleno en mi cara, pero no fue el único, claro, ya que entre plácidos suspiros vinieron muchos más, un chorro tras otro, una lluvia torrencial, un diluvio de esperma que me empapó deliciosamente. El tipo deliraba de placer mientras su verga escupía semen en una forma incontrolable, empapándome con esa pegajosidad que me resulta tan agradable. 
Luego de un descanso y de tomar otra copa de aquel dichoso licor de naranjas, me acompañó hasta la puerta de calle. Nos despedimos con un beso en boca, algo que no suelo hacer, ya que luego del polvo lo que busco es irme rápidamente. Pero en esta ocasión no, fui yo la que quiso besarlo. Luego me fui caminando despacio, porque después de que te rompen el culo te queda una sensación incómoda que persiste por un buen rato, hasta que el agujero que te abrieron vuelve a cerrarse y las heridas que te infringieron comienzan a curarse. 
Aquel desconocido me había roto bien el culo y ni siquiera supe su nombre. Aunque a veces es mejor así, no saber demasiado de ciertas cosas. 

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