En el escritorio del profe


–Bueno, muchas gracias por todo… –dice ella sonriendo, y mientras se levanta para salir de la oficina agrega:– me gustó mucho tener la oportunidad de aprender tanto de ti…
–Andrea, espera… –dice, y en ese breve instante ha saltado de su silla y está de pie junto ella. Las dudas lo asaltan y está a punto de dejarla ir, pero un instinto lo insta a cerrar la puerta. Mientras empuña la manija va pensando qué va a hacer, cómo la va a mirar, qué le va a decir, cómo la va a tocar, y de entre todas esas angustias secretas que se le agolpan en el latir del pecho, solo acierta a tomarle la mano más por desesperación que por atrevimiento.
    Ahora la tiene enfrente y quiere decirle algo profundo e irresistible, algo que la derrita y la obligue, pero esos ojos que lo ven sabe-dios-cómo lo desarman de toda su retórica y lo dejan en completo estado de emergencia, tanto así que no atina a hacer otra cosa que besarla. Ella no responde, se ha quedado congelada, mirándolo en silencio. Ahora se siente como un idiota y sabe que está en problemas. Para colmo, ni siquiera fue un buen beso. Quiere pedir disculpas y rogarle que se olvide de… Me equivoqué, lo siento, pero tenía que… lo siento, no quise, no era mi intención, yo creí que… Inventa un millón de frases y solo se da cuenta que ella está sonriendo cuando la escucha susurrar:
–Creí que nunca ibas a animarte…
    Y él no puede creer lo que ella ha dicho y menos aún que lo diga de esa manera tan inocente, de esa manera tan irresistiblemente inocente y seductora de la que solo son capaces las universitarias con minifalda y coleta… Y aún cree que ha oído mal, que hay un error en algún lugar, cuando una boquita ansiosa ya lo está llenando de besos. Él intenta ir más lento porque no quiere presionar demasiado, no quiere que el vértigo la asuste y ella tenga que salir huyendo… Pero ella no quiere esperar o no sabe cómo esperar: no sabe cómo besarlo si no es de esa forma totalmente desesperada.
    Y él se deja llevar por la fogosidad de aquellos labios, por la cercanía de aquel cuerpo voluptuoso que siempre creyó reservado a sus fantasías. La abraza, la estrecha, cierra los brazos alrededor de la delicada cintura, siente cómo los senos se van apretando contra su pecho, la toma por la cadera y deja que sus manos se pierdan en la suavidad de aquellas curvas.
    Los besos y la respiración ahora se hacen más cortos. La toma entre los brazos y le muerde el cuello. Ella gime bajito, y su postura lo invita a bajar un poco más. Él cierra los ojos y se deleita en el olor de los senos. Los mira y los desea ahora más que nunca. Le abre la blusa y un instante después, el sostén ha desaparecido. Un par de magníficas tetas caen junto a su boca. Sin perder un instante, las toca, las huele, las besa, las aprieta, las tiene, y entre más se las chupa, ella gime más y más. Mientras tanto, sus dedos se han abierto paso entre los muslos de la chica y empiezan a masajearle la entrepierna.
    Hace mucho que no siente una erección como ésta: es como si el pantalón pudiera explotarle en cualquier momento. Y ella se deja manosear, se acomoda entre sus brazos y deja que él se agasaje con sus formas. La desea, la necesita y ahora la tiene gimiendo de placer entre sus brazos, con los pezones duros y la vulva mojada. La acorrala contra el escritorio, y sujetándola de la cintura, le frota el pantalón en las nalgas.
–¡Oh, ooh…!– gime ella, mientras su trasero rebota violentamente contra ese duro promontorio que desea poseerla.
–¡Mé-temelo, mé-temelo…!– suplica ahora con voz entrecortada.
    Sus manos tiemblan de excitación pero aún así, con el pulso alterado y todo, en menos de tres segundos la tiene con el culo al aire y el pene listo para ensartarla. Sin poder contenerse más, la empina sobre el escritorio y la penetra con fuerza. ¡Uf, qué nalgas! ¡qué buena hembrita! Es imposible no cabalgarla a todo galope. Quisiera parar e ir un poco más despacio pero ese culito suavecito y esos gemiditos de niñita caliente no le dan ningún respiro:
–¡Más… más…!– le pide ella sin descanso.
    Qué rica yegüita, y esa espalda tan suave… cómo se arquea y pone las nalgas para que le den más duro. Sus tetitas tan ricas van rebotando al ritmo de las embestidas. Quiere que la ordeñen y ella misma se pellizca los pezones, los estira al máximo y luego los suelta para dejar que él los exprima sin moderación alguna. Ella jadea más agudo y su cuerpo dorado se cubre de un sudor ligero que lo invita a morderle la nuca y a perderse en el agrio sabor de ese perfume hormonal que lo hace aumentar el ritmo de la galopada.
    Esas nalguitas que lo reciben temblando de excitación, y esos pezoncitos duros como piedra lo están llevando al paraíso y siente que su miembro ya está listo para descargar su blanco placer cuando ella respinga, se retuerce y se orgasmea entre jadeos desesperados.
–¡Ven-te! ¡Ven-tee…!– lo invita deseosa.
Pero él se contiene milagrosamente, la abraza y disfruta de aquel orgasmo de su hermosa yegüita. Ella jadea por la boca y por todos los poros de la piel, y cuando aún no ha terminado de sentir las convulsiones en el cuerpo, la vuelven a empinar en el escritorio. Levanta el culo gustosa, esperando otra épica cabalgata pero en vez de eso, siente una boca libidinosa que se agasaja comiéndole el trasero. Siente la lengua que le acaricia la parte posterior de los muslos y se estremece cuando le lamen el nacimiento de las nalgas. Ahora unas manos le amasan el trasero y la nalguean juguetonamente, y luego le separan la grupa para que la lengua pueda concentrarse en comerle la vagina. Uy… qué rico es ser explorada de aquella manera, pasar de aquel meneo salvaje a esa intensa lujuria oral que ahora empieza a enloquecerla de nuevo.
–Quiero que te vengas otra vez…
    Y lo está logrando, mientras su lengua se bebe aquella mezcolanza de saliva y jugo de vulva, ella siente que la están llevando de nuevo hasta ese sitio anhelado, a ese placer intenso que ahora crece y crece en su conchita hasta explotar y luego multiplicarse al infinito cuando aquellos dedos le aprietan el clítoris y la lengua húmeda le lubrica el ano. Uf, las piernas se le doblan y apenas tiene aire para gemir temblando de excitación:
–¡Ay…! ¡¿Qué me haces…?!
    Porque esa lengua en su chiquito la está seduciendo de una forma inesperadamente intensa. El solo pensamiento de lo que sigue hubiera bastado para tenerla al borde del orgasmo porque nunca en todas sus fantasías se habría imaginado a sí misma empinada sobre el escritorio de su profesor, completamente abierta y dispuesta a dar el culo…
–¡¡¿Qué me haces…?!!– vuelve a preguntar, porque en realidad lo que quiere oír es que la van a poseer salvajemente, que la van a sodomizar duramente y que va a terminar con el ano irritado y repleto de esperma. Aprieta los dientes y se queda inmóvil cuando un dedo comienza a abrirse paso entre las paredes de su esfínter. Mmmh, le gusta la sensación de sentirse sucia, de disfrutar esos placeres prohibidos y sentir cómo sus deseos se van saliendo de control.
    Sus caderas se mueven por sí solas: primer rotan alrededor de aquel dedito que la tiene ensartada, y luego van adelante y atrás, recorriendo y apretando al pequeño visitante con el dolor de sus entrañas. Uy, es tan rico tener algo ahí metido, un pequeño intruso dándole nuevas sensaciones… pero quiere probar más, necesita algo más ancho, algo que la abra y la ponga a prueba. Por eso se muerde los labios cuando siente que el dedo sale y en su lugar una cabecita blanda como ciruela empieza a abrirse paso en su interior.
–¡Sí!– murmura casi con miedo, porque esa ciruelita que le hace cosquillas en el culo se va transformando en un palo robusto y duro que le lastima el esfínter. Cierra los ojos y casi quiere que se detenga, que no la abra más, pero aquel leño se le va clavando con una determinación ciega, y ella sabe que no se detendrá hasta haberse enterrado completamente en su culito. Sin embargo, aún no le ha entrado ni la mitad cuando ella ya se siente desfallecer:
–¡Auch! ¡no…! ¡ya no puedo!
    Pero sus súplicas no impiden que aquel tronco siga avanzando, penetrándola implacablemente, abriéndola sin ninguna consideración hasta que termina por ensartarla bien a fondo. Y ella cree que lo peor ya ha pasado hasta que lo siente entrar y salir: es un mete-saca despiadado que la hace gemir y suplicar desesperada.
    Su culo se aprieta casi instintivamente, como si intentara desgastar ese leño que la empala con tanta alevosía… Y mientras más lo aprieta, más fuerte es el ritmo de las embestidas hasta que ese calor doloroso y violento va transformando sus entrañas en un deseo sucio y turbulento… Y desde esa sensación turbia se va formando un certeza sombría en su cabeza: ahora sabe, se va dando cuenta que ésta no será la última vez que sienta ese dolor tan terrible partiéndola por en medio, esclavizándola y despertando sus instintos más oscuros, subyugándola y haciéndola sentirse más y más hembra a cada acometida. Aúlla y chilla pidiendo más y descubre que se siente más hembra todavía… Se siente entregada, perdida, sin voluntad propia pues ahora sabe que aquel miembro la sodomizará cada vez que se le antoje: sus instintos de loba en celo ya no la dejarán negarse a ser su culo, a ser la putita del profe y dejar que la culeen ardorosamente para poder recibir gustosa, la cálida leche que ahora siente explotando y fluyendo muy adentro de sus entrañas.

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