La escapada

Esta semana aproveche que mi mamá vino a casa, para salir a hacer unos trámites. Hacía mucho calor para llevar a Rodrigo conmigo, por lo que con la ayuda del sacaleche le deje una mamadera bien llena por si el Ro se despertaba con hambre. Primero fui a la agencia de la ANSES que me corresponde, para tramitar la asignación por hijo. Tarde menos de lo que creía, por lo que aproveche también para ir a OSECAC, mi obra social, para terminar unos papeles que me habían quedado pendientes del embarazo y el nacimiento. No sé si estaba con suerte o qué, pero también resolví el tema mucho antes de lo imaginado. Tanto es así que aún no era el mediodía y ya me había desocupado. Llame a mi mamá y le pregunté por el Ro, me dijo que estaba perfecto, que había tomado media mamadera y todavía le quedaba para otra vez. “Buenísimo”, pensé. 
-¿Y vos, ya terminaste?- me preguntó mi mamá. 
Titubeé un momento: 
-Eh… más o menos, todavía me falta hacer un trámite, sabés como es esto de burocrático, termino y voy para allá- le dije, le mande un beso para ella y el Ro y corté. No quería dilatar más la conversación porque ustedes saben cómo son las madres, nos detectan las mentiras con una facilidad asombrosa. 
En realidad le dije que todavía me faltaba porque pensaba que no podía desaprovechar esa oportunidad, estaba sola, libre, sin apuro, con el tiempo a mi favor, tenía que hacer algo, hacerme una escapadita, no podía dejar pasar ese momento. Caminé por Lacroze y me metí en una confitería que está frente a la estación. Pedí un cortado y esperé, la verdad es que no tenía muchas opciones a la vista, algún tipo que al pasar me miraba, pero no podía encararlo y decirle: ¿me querés coger?, así, tan abiertamente, una tiene su dignidad, che… fue así que viendo que se me pasaba el tiempo y no surgía nada, se me ocurrió llamarlo a Jorgito. ¿Por qué no?, me dije a mí misma. Con él ya sabía lo que iba a obtener y además no tendría que andar buscando por ahí como desesperada alguien que me metiera la pija, siendo que él podría metérmela muy bien. Saque el celular y lo llame, me sonreí cuándo me atendió, por esa voz suya, tan de nene bobo. 
-Hola Jorge, ¿Cómo estás?- lo saludé. 
Lo escuche tragar saliva y responderme tras una eternidad. Le agradecí por el osito de peluche que me había enviado con una compañera mientras estuve en la clínica. Aunque habíamos cogido varias veces, no se había animado a visitarme. 
-¿Por donde andás?- le pregunté sumamente interesada por su recorrido. 
-Vengo de cobrarle a “Fulano” (un socio)- me dijo. 
-¿Y después?- quise saber más. 
-Y… ahora voy a almorzar y después a la compañía a llevar unos papeles- me informó. 
Perfecto, pensé. 
-Mirá, yo estuve haciendo unos trámites y me desocupe temprano, por eso te llame, la verdad es que me gustaría verte y no sé…- le dije, y bajando el tono de voz, agregué: -…quizás ir a un telo, ¿te gustaría?- 
-Sí- respondió. La verdad es que este Jorge es un chico de pocas palabras. 
Como él venía de cobrarle la cuota a un socio que vive por Boedo, acordamos encontrarnos en Medrano y Corrientes, lo más cómodo para ambos, ya que él se tomaba el 160 y yo el subte “B”. En apenas 20 minutos ya estábamos frente a frente. Como es común en él me saludó tímidamente, me preguntó por el bebé y cuando le dije que le mandaba saludos, me miro serio, por lo visto no le causó gracia mi chiste. Igual yo no lo quería para que me hiciera reír, así que empezamos a caminar por Medrano hacia Rivadavia. La única que hablaba era yo, él apenas me contestaba con monosílabos. Como recordarán Jorge es altísimo, debe medir cerca de 1.90, y yo con mi 1.60, imagínense la pareja que hacíamos, la pareja despareja… jajaja, aunque a la hora de coger no hay diferencias que valgan, en la cama somos todos iguales, ¿no les parece? 
Sin dejar en ningún momento de hablarle, como para que fuera retomando la confianza que nos teníamos, doblamos por Bartolomé Mitre, luego en Salguero y entramos al telo que está apenas pasando la esquina. Como todo un caballero, pagó él la habitación, la primera después de la recepción. Ya a solas pareció dejar de lado esa timidez que lo caracteriza y me abrazo por detrás, tomándome de los pechos con ambas manos. Me restregué contra su cuerpo al sentirlo, restregándole mi cola por sobre su entrepierna. 
-¡Mmm… así está mejor, ya creía que te habías olvidado lo que pasamos juntos!- 
Acuérdense que yo fui su primera mujer, sí, yo lo hice debutar, y no solo eso, sino que le enseñe todo lo que sabe, ya que después de esa primera vez lo hicimos varias veces más, en cada una de las cuales le fui enseñando lo que a una mujer le gusta de un hombre. Al sentir su bulto trepidando entre mis nalgas y sus manos aprisionando mis pechos, los pezones se me pusieron bien duritos y unas gotitas de leche comenzaron a brotarme. 
-Te tengo una sorpresita- le dije entonces. 
Me saque la blusa, el corpiño, y me exhibí ante él con las lolas al descubierto. Las primeras gotitas de leche se habían transformado ahora en un cauce más espeso y sinuoso que se derramaba hacia abajo siguiendo la voluptuosa tersura de mis pechos. Me agarre las tetas con las dos manos, por abajo, y levantándomelas, se las ofrecí: 
-Toda tuyas…- le dije, soltándomelas y dejándomelas caer, repitiendo el mismo movimiento varias veces, me las levantaba y me las soltaba, induciendo ese sensual rebote que se produce en los pechos bien provistos como los míos. 
Como Jorge es muy alto, no podía hacer que se agachara sin correr el riesgo de que se le entumeciera el pecho, así que me senté en la cama, y tomándolo de la mano hice que se sentara junto a mí. Ahora sí, contando con una mayor aproximación, apoye una mano por detrás de su cabeza y lo fui atrayendo hacia mí muy lentamente. Totalmente embelesado por lo que veía frente a sí, Jorge se dejo llevar hasta quedar cara a cara con mis pechos. 
-¡Chupá bebé… chupá…!- le dije en un susurro, sintiendo enseguida como sus labios me envolvían el pezón derecho y comenzaba a succionar ávidamente. 
-¡Ahhhh… si… toda la lechita para vos… mi bebé… si… chupá… chupá con fuerza… ahhhhh… mmmm…!- me estremecía sintiendo con placidez como la leche fluía a través de los canales correspondientes para salir expulsada directamente hacia la boca de Jorgito, quién parecía disfrutar golosamente cada chorrito. 
Con una mano le acariciaba la cabeza, jugando con su cabello, mientras que con la otra me agarraba yo misma la teta y me la exprimía, ayudándolo a sacarme la mayor cantidad de líquido. Cuándo hizo una pausa para tragar lo que se le había acumulado en el paladar, lo atraje hacia mí y lo besé en la boca, saboreando mi propia leche, tras lo cual lo pase al otro pecho. Allí me volvió a mamar con el mismo entusiasmo, esta vez, mientras lo hacía, podía ver como el contenido de mis pechos se le derramaba por las comisuras de los labios. Lo separé suavemente, le lamí el mentón y los costados de la boca y lo volví a besar con efusividad, a la vez que la mano que sostenía mi propio pecho se fue directo hacia su entrepierna… ¡¡¡Mmmm…!!! Jorge estaba que explotaba. Si bien ya sé de sobra lo bien dotado que está, esta vez la tenía como la de un burro. Ya había pasado tiempo desde nuestra última vez juntos, y no sabía si desde entonces había estado con otra chica, por el entusiasmo que demostraba suponía que no, pero no se lo pregunte tampoco, él es muy reservado y como sé que lo nuestro no se lo diría a nadie, sabía que tampoco me contaría si había tenido algo con alguien más. Con respecto a eso es todo un caballero. 
Con las tetas todavía goteándome, le desabroche el pantalón y pele esa verga mayúscula con la que me había saciado tantas veces. Al tenerla en mi poder se la frote arriba y abajo, enérgicamente, disfrutando la manera en que el glande, ya violáceo e hinchado, resaltaba poderosamente por sobre el resto de todo su armamento. No pude resistirme y se lo lamí todo en derredor, impregnándolo con mi saliva, la cual se mezclaba con el fluido preseminal que ya brotaba por la ranurita de la punta. Era como la más deliciosa de las frutillas en su punto justo de maduración, puro almíbar para mi lengua. La chupada no se hizo esperar. Aprisione aquel jugoso bocado con mis labios y comencé a succionarlo con la misma fuerza con que él me había succionado antes los pezones. Sin necesidad de que le dijera nada, Jorge se recostó de espalda en la cama, dejándome hacer y deshacer su pija a mi total antojo. Era todo un chiche para mí, y yo la niña traviesa que le sacaría a aquel juguete todo el provecho posible. Cuando conseguí meterme todo el glande en mi boca, sintiéndolo palpitar fuertemente entre mis mejillas, seguí con el resto del tronco… o troncazo, debería decir, porque estaba bien duro y en su punto de mayor tensión, con todas mis fuerzas trate de alojar en mi paladar la mayor cantidad de verga posible, pero desde el vamos estaba claro que me sería imposible, así y todo, me resultaba divertido intentarlo, metía un poco y lo sacaba, metía un poco más y lo volvía a sacar, así hasta que conseguí comerme algo más de la mitad, me ahogaba, me sofocaba, se me llenaban los ojos de lágrimas, y hasta me ardía la garganta por tener semejante pedazo atravesado, pero el esfuerzo bien valía la pena. Recién entonces me dispuse a desvestirlo. Le saque los zapatos, el pantalón, el calzoncillo, y ya con tan tremenda pija a mi total disposición, me acomodé entre sus piernas y le chupe los huevos, se los saboreé largamente, serpenteando mi lengüita por entre sus largos pendejos, los jadeos que exhalaba Jorge me hacían reír, tiene una forma muy particular de expresarse a la hora del sexo, pero debo decir que era evidente que lo disfrutaba ampliamente. De sus huevos subí de nuevo por el tronco, lamiéndolo todo por los lados, dándole vueltas y vueltas con la lengua, besándolo, mordiéndolo de costado, para así llegar a la punta y volver a retomar la mamada. Ya no me esforzaba por comerme lo más posible de tan suculento bocado, sino que me concentraba en la punta y un poco más, con eso me bastaba, el glande por sí solo ya representaba una porción por demás apetitosa. Cuando se la soltaba, provocando un fuerte sonido de chupón, la pija se le quedaba balanceando de un lado a otro, bien dura y enhiesta, palpitando de suprema virilidad. Entonces fue mi turno de sacarme el resto de la ropa mientras sus ojos iban y venían por todo mi cuerpo. Rodeé la cama, agarre uno de los preservativos que estaba sobre la mesa de luz y volví con Jorge. Fui gateando hacia él, mirándolo en forma incitante, mordiéndome sensualmente el labio inferior. 
-Esta vez vamos a usar esto, ¿sabes? Todavía no me estoy cuidando, así que va a ser lo mejor- le dije mientras abría el sobre y desplegaba el preservativo sobre su fantástico volumen. 
Las veces anteriores lo habíamos hecho sin protección, hasta incluso me había acabado adentro, pero entonces me cuidaba, ya que no quería ser madre aún, pero ahora la situación había cambiado. Le acomode bien el forro, sintiendo con mi tacto las poderosas venas que se extendían a lo largo de toda su erección, y me le subí encima… me puse en posición, lista para la cabalgata, las piernas al lado de su cuerpo, los pechos colgando frente a su cara… deslicé una mano por abajo, le agarre la pija y la puse entre los labios de mi concha, me deje caer suavecito y fui absorbiendo cada pedazo con mi golosa boquita inferior… ¡¡¡ahhhhhh!!!… sentirla no tiene precio. Que buena pija tiene Jorge, y lo digo después de haberlas probado de todos los tamaños, es grande pero no es solo por eso que se destaca, sino por la forma, la turgencia, como que al entrar se va amoldando a cada resquicio, llenando hasta el último rincón disponible. Todavía faltaba la mitad y ya me sentía rebosante de carne, pero así y todo fui por el resto, celebrando tan álgido momento con una interminable sucesión de gemidos y jadeos que expresaban toda mi fascinación por eso que ahora vibraba entre mis piernas. Cuando la tuve toda adentro, me quede ahí quietita, sintiéndola, moviéndome apenas, dejando que el calor que me proporcionaba se extendiera por todo mi cuerpo. Tras ese momento de tan íntima comunión, lo mire a los ojos y comencé a moverme, arriba y abajo, deslizándome suavemente a lo largo de todo ese durísimo troncazo que me recorría de un extremo a otro, lo sentía hasta en lo más hondo, rebotando contra las paredes de mi útero. Cada golpe ahí en el fondo me repercutía hasta en el alma, estremeciéndome en una forma que me hacía delirar por completo, empujando cada vez más hacia afuera los gemidos que se amontonaban en mi garganta. Al principio estaba casi echada sobre él, las tetas prácticamente sobre su cara, pero de a poco me fui acomodando, hasta quedar con la espalda recta, las piernas flexionadas, moviéndome tan solo con la agilidad de mis caderas, subiendo, bajando, oscilando con todo mi cuerpo en derredor a ese pistón de carne que en ese momento era mi propio centro de gravedad. Pese a que su verga se mantenía con la dureza intacta, Jorge no era muy participativo que digamos, una misma debía alentarlo a serlo, por eso, mientras lo cabalgaba, agarraba sus manos y las ponía sobre mis pechos, incitándolo a tocármelos. Por suerte reaccionaba en la forma esperada, apretando, sobando y hasta pellizcando mi carne. Y de nuevo las gotitas de leche que volvían a salir debido a la estimulación que ejercían sus dedos en mis pezones. 
En cuatro era yo la que más debía moverse, de adelante hacia atrás, ensartándome una y otra vez en esa barra de carne recubierta en látex que no disminuía ni un ápice su tamaño, es más, de a ratos parecía que hasta lo engrosaba. En ese aspecto Jorge es todo un semental, lástima que la mayoría de las chicas no lo sepan, es feo, sí, pero la belleza de su poronga compensa cualquier falla en ese sentido… por lo menos para mí. 
El primer polvo nos llego a ambos por igual, intenso, explosivo, ruidoso y terriblemente húmedo, por mi lado lo exprese con chorritos que salían despedidos de mi interior con la fuerza de una eyaculación, a la vez que sentía como se llenaba el forro en mi interior, con la leche que Jorge me ofrendaba. Pese al látex, podía sentir lo espesa y caliente que estaba. Nuestros jadeos se unieron en una sola expresión, por demás sensual y arrebatada. Caímos en la cama los dos, mejor dicho yo lo arrastre a él conmigo, manteniéndolo todavía abrochado a mí, sintiendo en mi interior esa pulsión tan enérgica y viril que repercutía en mis rincones más alejados. Pese al polvo y la descarga, la pija de Jorge seguía plenamente erecta, por lo que mediante los apropiados movimientos musculares, lo fui expulsando de mi concha, cuando estuvo toda afuera, aún rebosante de vigor, le saque el forrito, sosteniéndolo de una puntita mire divertida la cantidad de leche que había eyaculado, y haciéndole el correspondiente nudito, lo deseche a un lado, entonces se la agarre con una mano y ya sin necesidad de látex alguno, la puse en la puerta de mi culito… él hizo el resto, empujando de la forma adecuada para que me entrara por lo menos hasta la mitad, lo demás entró gracias al poder de succión de mi retaguardia, la que absorbió hasta los huevos el supremo pedazo de Jorgito. Ahora sí, lo agarre de la cintura y lo incité a que se moviera, lo cual empezó a hacer con un ímpetu desaforado, despabilando de una vez por todas ese frenesí contenido que tanto le costaba expresar. Pero ahí estaba, taladrándome el culo sin consideración alguna. 
-¡Sí Jorge… rompeme el culo… dame… dame más… ahhhhh… no pares…!- lo incitaba yo, sacudiéndome al mismo tiempo el clítoris, sintiendo que esa hermosa pija en cualquier momento me saldría por el otro lado. 
Las expresiones, los gestos, los jadeos, todo en Jorge era lujuria, morbo… calentura en su máxima expresión. Y yo lo acompañaba adecuadamente, dejándome avasallar por ese ímpetu casi naif que me aniquilaba los sentidos. De nuevo la descarga, ahora sin la contención del látex, impetuosa, avasallante, incontenible… un diluvio de placer que me rebalsaba hasta el último rinconcito del culo. Me la quiso sacar apenas acabo, pero no lo deje, le pedí que me la dejara adentro un ratito más, quería sentir los espasmos, la pulsión, los latidos, la sensación que te produce cuándo va perdiendo consistencia… entonces, cuándo se salió por sí sola, me di la vuelta, lo abracé con efusividad y lo besé en la boca, un beso húmedo plagado de agradecimiento y satisfacción. 
Ya pasado el momento de la pasión, nos duchamos, nos vestimos, y en silencio, tal como habíamos llegado, salimos. Antes de cruzar la puerta rumbo a la calle, me puse unos lentes negros, pero pese a ese mínimo esfuerzo para resguardar mi identidad, me divertía que me vieran salir de un telo, con el pelo húmedo, acompañada por un muchachito con cara de no muy despierto, la cara que ponían algunos era memorable. 
Nos despedimos en la esquina de Rivadavia, yo tome un taxi y volví a casa, justo a tiempo para darle la teta a mi bebé… lo poco que me había dejado Jorge, por supuesto. 

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