Flor subía la escalera delante mío. Yo disfrutaba del paisaje que me ofrecían sus piernas, de las cuales tenía vista plena, gracias a su corta pollerita. Al llegar a la puerta de su departamento, la abrió y me hizo pasar al living, que, habitado sólo por el sol del mediodía, parecía asegurar que no había nadie en casa. Dejé la mochila junto al sofá, me saqué la corbata del colegio y me senté. Luego de cerrar la puerta y dejar sus cosas, ella entró a la habitación y se paró delante mío, haciéndose remolinos en el pelo con la mano derecha, en silencio.
Hacía casi un año que Florencia no se dedicaba a la escuela en absoluto. Salvo por algunas insignificancias, no hacía ningún tipo de trabajo. Lo raro es que aprobaba. Y la explicación es muy simple: yo. Al medio año después de conocerla, me convenció de que la ayudara con las materias. Poco a poco me fue pidiendo otros favores escolares, cada vez más grandes. Por supuesto, mi trabajo se duplicaba, pero no era para tanto. Luego de hacer mis trabajos, los reescribía con otras palabras para que ella lo entregara con su nombre. Esto no me tomaba ni la mitad del tiempo que tardaba en hacer los originales. Para cada parcial nos juntábamos a estudiar, o, más bien, a que yo le explicara los temas. Lo único que hacía era escuchar. Al día siguiente sacaba un 6 y me agradecía para luego recordarme que se acercaba otro examen y que tenía que ayudarla. Reconozco que al principio dejé que se abusara de mi amabilidad. Pero luego empecé a demandar cosas a cambio. Cosas nada inocentes. Ella se reía, se hacía la ruborizada y luego cambiaba de tema cuando yo le proponía alguna manera de agradecerme lo que yo hacía por ella. Con el tiempo fue acumulando promesas en mi favor, sin cumplir ninguna, hasta que poco antes de los exámenes finales, me rehusé a darle mi usual asistencia. Al principio no lo tomó en serio, pero en un par de días cayó en la cuenta de que si no conseguía mi ayuda iba a reprobar gravemente la mayoría de las materias. Desesperada me llamó, diciéndome que me devolvería los favores inmediatamente si la ayudaba a cerrar el año. Yo, sin pensarlo, acepté.
Allí estaba ella, mirándome con sus ojos color canela, que debajo de su flequillo castaño me miraban traviesos. Todo en ella me llamaba a la excitación. Siempre llevaba la camisa del uniforme bien ajustada y suelta en la cintura. Su pollera gris, que de tan corta llegaba a cubrir únicamente por encima de la mitad de su muslo, era tan ajustada que su culo quedaba expuesto de una manera exquisita. Yo pasaba cada segundo que podía observando esa zona tan interesante de su cuerpo. Me relamía pensando en qué podía encontrar subiendo entre esas dos piernas hermosas de piel color nuez. Llegué a obsesionarme con su colita: con ella me dominaba, con ella lograba que yo cumpliera todas sus peticiones. Y ella lo sabía. Y era lo suficientemente puta como para exhibirse de vez en cuando ante mí, para hacerme morder el anzuelo. Y yo no dejaba de morderlo. Me encantaba como se hacía la fina, mientras se pavoneaba cuanto le era posible curvando la cintura, sacando culito y asegurándose de que yo lo notara para conseguir que mi boca pronunciara las palabras "Sí, Flor". Así me fue provocando hasta el punto en que yo sólo pensaba en metérsela por atrás y llenarle de leche ese bomboncito sabroso que tenía. Cuando no aguanté más la tentación, amenacé con dejar de ayudarla para que la hija de puta empezara a rendir cuentas. Y la desesperación la venció. Y no es que para ella significara un sacrificio terrible y desagradable. Desde el principio supo que algo me tenía que dar a cambio. Me pregunto si se habrá imaginado que yo le iba a demandar su virginidad anal. Otra virginidad no le quedaba, de todas formas.
Con una sonrisita se me acercó, desabrochándose la camisa. Se arrodilló en el sillón, envolviéndome con sus piernas y sacando cola como siempre para que yo se la acariciara a gusto. Me besó un rato para calentarme, y yo aproveché su camisa abierta para besarle el pecho, sobre una remerita celeste que traía debajo. Poco a poco le fui subiendo la pollera hasta poder recorrerle las nalgas carnosas y suavecitas de arriba a abajo. "Después de tanto trabajo", pensé, mientras apretaba con ambas manos. Con los dedos noté con gusto que la putita se había puesto una tanga bastante angosta. Me siguió besando un rato hasta que le saqué la camisa y le besé los hombros. Entonces ella se paró dio media vuelta. Sin ninguna prisa se desabrochó la falda y se la bajó, inclinándose ante mí y regalándome una hermosa vista de su potente culito envuelto en lencería rosa oscuro. Se me puso de frente y me besó otra vez. Rompiendo el silencio, me dijo:
-¿Viste que yo se agradecer todos los favores que me hacés?
-Sí, igualmente te falta bastante para agradecerme del todo -Le recordé.
-Obvio, papi. Recién estoy empezando, me gusta ir despacito -Contestó, al tiempo que se ponía de rodillas en el suelo y me acariciaba el regazo -¿A vos no?
-Me encanta ir despacito. Tomate todo el tiempo que quieras -Le dije acariciándole una mejilla. Me puso una sonrisita muy excitante y me desabrochó el pantalón. Sin apurarse, como habíamos acordado, me dejó desnudo de la cintura para abajo y, sin dejar de mirarme, acercó su boquita a la punta de mi verga, que llevaba erecta un buen tiempo. Con mucha suavidad le dio un besito a mi glande violáceo, inflado como una ciruela. Y otro. Y otro. Con cada beso me la endurecía aún más. Lentamente fue lamiendo con mucho amor. Luego de mimarme bien la pija, envolvió la puntita entera con su boca y descendió. Ascendió, y volvió a descender.
Me recosté hacia atrás, relajado, y Flor estuvo un buen rato chupando. Con su lengüita juguetona recorrió todo mi pene, hasta la base. Saboreó cada milímetro cuadrado de mi glande como si fuera un rico caramelito en su boca. La peterita, cuando veía que yo me agitaba mucho, bajaba al escroto y se entretenía con mis pelotas para darle un descanso a la verga. No me quería hacer acabar rápido. La muy puta lo estaba disfrutando. Y no se preocupaba en disimularlo. A mi me costaba contenerme, la tenía enfrente, sólo vestida con una diminuta cola-less y una remerita celeste, chupeteando y dando gemidos con mi pija metida en la boca, mirándome como sólo ella sabe hacerlo, con esos ojos de nena mala y traviesita.
Había estado en su casa por apenas media hora y ya me tenía a punto de eyacular. Cuando caí en la cuenta de que no iba a resistir mucho tiempo más, le agarré la carita y retiré mi verga. De inmediato me puso una cara de descontento, como si le hubiera sacado su chupetín de la boca.
-¿Porqué no me dejás terminar?
-¿Te pensás que te vas a salvar con un pete y nada más? Vos sabés bien que quiero algo más -Le dije serio.
-Pero dale, mi amor, dejame sacarle todo el juguito a tu poronga -Trató convencerme, golosa, intentando colgarse de mi pija otra vez, pero esta vez no lo logró.
-No. Yo te ayudé mucho. Me tuviste laburando como un esclavo durante casi un año -Era mentira, ayudarla a llegar al seis no era muy trabajoso para mí. Pero ella no lo sabía, y también sabía que me debía mucho. -Acordate, si no me voy de acá satisfecho, desaprobás el año -Me miró con desesperanza, como una gatita mojada, y, al caer en la cuenta de que era inevitable, preguntó:

-¿Que me querés hacer? Garchame, trago leche, lo que quieras. Decime y yo lo hago.
-Te la quiero meter por la cola -Con esto le cambió totalmente la cara. Con un tono de preocupación, reaccionó:
-¿Por la cola? Pero por ahí duele, mi amor. Además, es lo mismo. Ya sabes que mi conchita es tuya.
-Por la cola o nada. ¿O preferís repetir el año? -Se me quedó mirando unos segundos para intentar hacerme cambiar de parecer. Pero yo no dije nada. Florencia suspiró y se puso de pie con resignación.
-Te voy a dar mi cola. ¿Pero me vas a dar con amor no? ¿Suavecito y sin lastimar?
-Te voy a dar como yo quiera. No es que te quiera lastimar. Sólo voy a cobrar mi deuda como me parezca.
-No te voy a entregar la colita para que me la rompas, mi amor.
-Me la vas a entregar y punto. Sabés que me la merezco. –Con esta verdad la dejé pensando.
-Esta bien. –Dijo finalmente- Pero acordate, despacito. -Entonces sentí que tocaba el cielo. Flor estaba a mi merced.

Fui al baño, me terminé de desnudar, caminé hasta la heladera, tomé un poco de agua y descansé un poco del placer. Cuando tuve la verga flácida y gomosa una vez más, me dirigí a la habitación de sus padres. Flor me esperaba en la camita.
Cuando entré al dormitorio, ella estaba acostada boca abajo apoyada sobre sus codos, mirándome. Me tomé un segundo para observarla: yacía tendida y en silencio, absolutamente ofrecida a mi voluntad. Pocas veces la había visto tan seria como en ese momento. Sin decir palabra me subí a la cama por detrás de ella. Su piel reflejaba la luz de una manera exquisita, de tal manera que además de delatar su hermosísimo tono, daba cuenta de la suavidad que en ella iba a encontrar.
Sin apurarme en lo más mínimo, situé mis rodillas a cada lado de sus piernas perfectamente formadas y llevé mis manos a sus nalgas. Mis ojos no habían mentido, confirmé que tocarla era como tocar seda. Acaricié muy excitado sus muslos, comenzando desde la cintura. Ni con mis dedos completamente extendidos podía abarcar toda su colita, que me parecían un perfecto equilibro de belleza entre forma y tamaño. Más todavía me excitaban las miradas que Flor me hacía sobre tu hombro, en las cuales yo detectaba mucha incomodidad. Pero lo que menos podía hacer era quejarse. Yo merecía ese momento, y ella lo sabía bien. Pude sentir su miedo, que, aunque muy leve, lo percibía en su expresión de incertidumbre. Inclinado sobre ella, amenazándola por atrás, en plena posesión de su culo, me sentí más poderoso que nunca. Acerqué entonces mi boca a su oído, le corrí el pelo que me estorbaba y le dije muy despacito:

-Mostrame la colita, Flor – Se volvió, como aceptando su situación. Sin discutir, se llevó las manos a los lados de la cintura y con los pulgares se bajó la tanga con una suavidad tan suculenta que se me erizaron los pelos de la nuca.
Por fin lo vi. Su culito era aún más hermoso de lo que yo imaginaba. En aquel momento todo lo demás desapareció. Sólo me importaba lo que tenía delante mío. Mis sentidos estaban concentrados en su orificio anal, cuya estrechez y firmeza confirmaban que aún se trataba de un culo virgen. De sólo mirarlo se me hizo agua la boca. Sentí un impulso incontrolable de meterle la lengua en ese delicioso agujerito, del cual parecía querer brotar miel. En aquel precioso anillo de cuero parecían converger todos mis deseos.
Le tomé las nalgas con las dos manos y se las abrí levemente. Acerqué la cabeza y comencé a besar muy despacio. Introduje la lengua, con algo de dificultad. Sí que era apretado. Intenté llegar lo más adentro posible. Cuánto más lejos llegaba, más sabrosa me parecía su cola. Con mucho placer noté que Flor exhalaba sus primeros gemiditos mientras yo exploraba su ano. Con mi saliva llegó a ponérsele muy húmedo, lo que me incitó a meterle un dedo. Mi índice pasó fácilmente. Después le introduje el del medio, para tener más alcance. Disfruté maravillado cada textura, cada sabor, cada gemido que ella daba, ya a viva voz, cada vez que yo le entraba de vuelta con la lengüita o con mis dedos.

Luego de largo rato de jugar, decidí que ya era suficiente. Mi pija estaba erecta hasta el extremo. El tronco estaba totalmente enrojecido y el glande había alcanzado un violeta extrañamente oscuro. Nunca la había visto así de larga y engrosada. Y delante estaba ella, boca abajo, mirándome de reojo, preocupada, cómo suplicándome piedad. Mi perversa sensación de poder llegaba a ser inconmensurable.
-Encontré esto -dijo, estirando un brazo hacia la mesa de luz y agarrando un frasco de plástico. -Así no me duele tanto. -Era un gel lubricante. Ella se puso un poco en los dedos y se untó todo el orificio, luego se metió los dedos para esparcírselo bien. Yo también me unté un poco la poronga. No me cabía duda de que mi intención de darle duro, pero después de todo no la quería hacer sangrar, como generalmente sucedía la primera vez.
-Ponete en cuatro -le ordené. Flor obedeció sin chistar y se puso de rodillas, inclinándose sobre la cama, sin dejar de mirarme, y entregándome su colita dulce.
-No me rompas el orto. Dame con cariño -dijo en tono de súplica.
-Voy a tratar de ir suave. –Mentí, acariciándole el hoyo. -Pero acordate que estoy cobrando mi deuda, así que si te duele mucho, te la vas a tener que aguantar. –En eso le fui honesto. La oí suspirar, resignada.
-Como vos digas. Pero sabé que si me vas a romper el orto, es la última vez en tu puta vida que te lo doy. –Me dijo, cortante y con tono de desprecio.
Esto sólo sirvió para excitarme aún más. Agarré mi verga con la mano izquierda y le tomé una nalga con la derecha. Con el pulgar le acaricié un poco el agujerito y luego apoyé el glande sobre él. Entonces empujé. En los primeros intentos, mi pija salió resbalada hacia arriba. La forrita contraía con fuerza el esfínter para intentar impedirme el paso.
-Si no relajás, no vamos a terminar nunca, mi amor.
-No soy tu amor. –Me respondió, irritada. De todos modos se concentró e hizo un esfuerzo por facilitarme la entrada.
Por cuarta vez me posicioné y empujé lentamente, sosteniendo firme mi pene. Muy trabajosamente logré introducirle toda la puntita. Ella estaba otra vez contrayendo, pero ya era tarde; ahora que había entrado, lo único que lograba era proporcionarme más placer. Era obvio que le dolía. Sus gemidos se habían intensificado y estaba muy inquieta. Saboreé el momento y empujé un poco más. Así fui abriéndome camino hasta meterle muy lentamente toda mi poronga en el culito, toda, hasta la base. No me detuve hasta sentirle los labios de la vagina con las pelotas. Florencia ya se aferraba de las sábanas y emitía largos y estridentes gemidos de dolor que me resultaban de lo más placenteros. Mis 17 centímetros de pija hirviendo de temperatura estaban dentro suyo, muy profundo en su cuerpito. Estaba tan inflamada que latía como un segundo corazón. Mi glande parecía a punto de estallar con cada espasmo de placer. Le dejé enterrada la verga unos momentos, para que la sintiera bien dentro de su colita, para castigarla por sus abusos. Ahora era yo quien aprovechaba. Cuántas veces había soñado ese momento. Cuántas veces me había masturbado y había llegado a eyacular pensando sólo en su carita. Ahora la tenía boca abajo contra la cama, totalmente dominada. En cualquier otro lado, ella era altiva, egoísta, despreciativa, engreída y utilizadora. Allí, sodomizada, sufriendo bajo mi poronga, ella sólo era mi putita sumisa y obediente, allí sólo era capaz de retorcerse, gemir e implorar misericordia. “Ya es hora de hablar en serio“, me dije. Entonces retiré mi pene sin sacarlo del todo, y empujé nuevamente.
Comencé suave, muy despacio, intentando no lastimarla. Cada milímetro que deslizaba hacia delante y hacia atrás era un año entero en el paraíso. El orto de Flor era tan apretado que incluso aunque ella lograra relajarse, me costaba mucho penetrarlo. Poco a poco me abría paso por el jugoso culito, queriendo ir cada vez más rápido. Gradualmente fui aumentando la velocidad, y en igual medida aumentaron sus exclamaciones. En un par de minutos, los gemidos quedaron atrás y dieron lugar a los gritos. En el momento en que yo alcanzaba a introducir toda mi pija hasta el fondo, Flor arqueaba la espalda hacia atrás, boqueando, y contraía sus músculos anales por el dolor. Usé todo lo que tenía a mi alcance para sostenerme y poder acelerar mis movimientos con comodidad. Su cintura, sus hombros, su nuca, incluso su pelo. Ella, mientras tanto, no sabía qué hacer, salvo mirarme de reojo, con una mueca de desesperación. De vez en cuando se adelantaba gateando para desengancharse y huir de mi verga, lo que me enojó bastante. A esto yo respondí finalmente tomándole las muñecas y aferrándoselas firmes a los costados de su cadera. Con eso la mantenía quietita y podía serrucharle cruelmente la colita con la intensidad que yo quisiera. Entre grititos me pedía por favor que fuera más despacio, que le dolía mucho, y que no la agarrara tan fuerte, por lo que yo suavizaba la penetración por un rato. A veces me detenía en seco, dejándole sólo el glande adentro. Con esto logré retrasar bastante la eyaculación, a la cual no quería llegar de ninguna manera.
En total creo que estuve más de quince minutos taladrándole el orto. Le di con ritmo siempre creciente, hasta el punto en que me gritaba para que parara y yo, para no forzarla tanto, suspendía la penetración momentáneamente. A veces simplemente no podía controlarme y continuaba dándole duro a pesar de sus súplicas. Con toda sinceridad puedo decir que disfruté mucho con sus gritos y sus lloriqueos. Realmente se los merecía.
Aceleré cuanto pude, sin soltarle las manos, causándole contracciones casi constantes, y haciéndola pegar terribles alaridos. En esos últimos dos minutos, llevé la velocidad de penetración al extremo, usando al máximo cada uno de mis músculos. El golpeteo continuo hacía que sus nalgas vibraran deliciosamente ante mí. La temperatura causada por la fricción se iba sumando a la que ya traía por la excitación, convirtiendo todo su agujero en un caldero ardiente. Impulsé al límite el calor, el roce, la profundidad, la rapidez, la fuerza, la presión, y todo aquello que contribuyera a aumentar mi placer y a multiplicar su dolor. Forcejeaba, totalmente exasperada y colérica, queriendo escapar de ese sufrimiento agobiante. Pero mis manos, firmes, no cedían a sus esfuerzos. Cuanto más tironeaba ella con sus muñecas, más apretado se las retenía.
-¡Pará, hijo de puta, duele mucho! –Alcanzó a gritarme. Yo, sordo a todo ruego, mantuve ese ritmo, hasta que al fin llegué al momento en que uno sabe que va a acabar, pero tiene tiempo de decidir cómo. Habiendo notado que yo estaba por terminar, dijo como pudo:
-No me acabes adentro, forro. Donde quieras, menos adentro -Era una gran idea. Como Flor no estaba en posición de demandar nada, decidí darle ese final para endulzar más las cosas.
Un segundo antes del gran momento, empujé con todas mis fuerzas hacia abajo, ayudándome con sus muñecas, hasta quedar pegados mi pecho con su espalda. Mi pija, completamente introducida en su sabroso tracto anal, explotó. Con espasmos gloriosos, mi glande inflamado despidió uno, dos, tres, incontables chorros de abundante semen hacia lo más profundo de su pancita. Florencia recibió mi poderosa descarga con un largo grito de sufrimiento. Totalmente inmovilizada y sometida, no pudo sino forcejear inútilmente y llorar por el dolor. Dominada como la tenía, le llené la cola de cremita caliente y espesa. Mi flujo de esperma se atenuó, pero me quedé en la posición en la que estaba. Disfruté durante un rato la sensación de tener el pene hundido en ese agujero que tan rico se sentía de lo que hervía y de lo húmedo que estaba. Todo ahí dentro era ahora muy viscoso. Cuando me retiré, sin apurarme, pude ver con mucho agrado cómo del culito enrojecido de Flor chorreaba deliciosamente una gotita de mi leche. También noté con mucho placer que mi verga, además de estar embadurnada en una mezcla de esperma y lubricante, tenía pequeños rastros de sangre. Le había roto el culito.
Cuando volví de lavarme en el baño, ella aún permanecía boca abajo, con la cara entre las sábanas, respirando agitada. Su tanguita estaba todavía bajada hasta las rodillas, y se sostenía las nalgas con ambas manos. Me senté a su lado, le besé el cuello y le susurré al oído:
-Te portaste muy bien, Flor. Tenés una colita muy rica -Ella movió la cabeza y me miró con repulsión, con la carita empapada de sudor y con restos de lágrimas.
-Sos un hijo de puta -dijo entre jadeos -te pedí que no me acabaras adentro y ahora tengo el orto lleno de leche. –Me reí por dentro. Con toda la cantidad que le había eyaculado, debía tener mi semen haciéndole bulto bastante profundo dentro del intestino.
-No me pude contener. Además, con eso ya no me debés nada. Te voy a ayudar a aprobar con mucho gusto.
-Más te vale, cararrota. Ahora andate.
Me vestí en silencio y me despedí de ella mientras yacía en la misma posición, besándole el cuello otra vez y dándole una última palmadita en la nalga. Esa cola desgarrada iba a tardar mucho en sanar. Me fui y la dejé en la cama con el bomboncito relleno de mi cremita dulce.
Florencia aprobó todas las materias sin excepción, algunas incluso con muy buenas notas. Después de pasar ese año no necesitó más mi ayuda, porque empezó a estudiar por su cuenta. Aprendió a no depender de otro de la peor manera. Al final, con esa maldad, le enseñé a valerse por sí sola. Espero que esta experiencia sirva para denotar la importancia del estudio.