Un Profesor

- ¿Querés ir a cenar con unos amigos? 
- Bueno, dale. 
Yo apenas tenía diecinueve años. Lorena acababa de cumplir los veintinueve y saldría con algunos amigos y amigas a cenar. Lorena es profesora de inglés, por lo tanto su entorno es ese, el de los profesores. 
Me vestí para la ocasión. Me hice un peinado raro, con el flequillo hacia atrás un poco elevado, dos pequeñas trenzas que caían por mi espalda, y el resto del pelo suelo y batido. Maquillé mis ojos lo suficiente como para que se dieran cuenta, pero no tanto para confundirme con una ramera; plateado muy suave en los párpados, finamente delineado con un azul obscuro, mis pestañeas bien negras. La boca estaba de un rosa muy bonito, además me gusta usar brillitos en los labios, por lo que mi boca brillaba. Un poco de rubor en mis mejillas, y brillitos casi imperceptibles en el resto de mi cara. 
Usé para la ocasión un vestido azul bastante largo por tratarse de mí. Me llegaba casi hasta las rodillas. Su escote era redondo y algo grande, pero la espalda no estaba tan al aire. Como mis brazos estarían desnudos desde los hombros, Lorena tuvo la idea de ponerme guantes blancos hasta los codos, parecía una bandera. 
Usé zapatos tacos aguja y altos, creo que eran de doce centímetros. Mis aros eran de oro, y un collar con una cruz finalizaban mi vestuario. 
Fuimos a un restaurante muy fino, tanto Lorena como sus amigos están muy cómodos económicamente, y no tienen problemas en derrochar seiscientos pesos por cabeza en tan solo una cena. 
La mesa estaba reservada, y como debíamos confirmar la presencia, cada lugar tenía un cartelito con nuestros nombres. Me sentí una estrella, y aunque una parte de mí se la creyó, sabía que no era merecedora de tanto lujo. Lorena tuvo un gesto hermoso, las tarjetas decían nombre y apellido, la mía solo decía Ale… y estaba por supuesto, al lado de la tarjeta de ella. 
Fuimos las primeras en llegar junto con otras dos compañeras. El siguiente el llegar fue…bueno, no puedo decir su nombre, así que lo llamaremos X. era un hombre un par de años mayor que Lorena, era lindo de cara, tenía una barba rubia de tres días, pelo corto y desprolijo, pero como las estrellas del cine, esa desprolijidad le sentaba muy bien, estaba vestido acorde a todas nosotras, un saco gris, con corbata, pantalones de vestir, me llamaron la atención dos cosas, una fue que el cuello de su camisa estaba levantado, como un chico malo, la otra es que no llevaba zapatos, sino zapatillas deportivas. 
- Ahí viene el profe… - dijeron las demás chicas. X era profesor de filosofía. 
Por supuesto que lo primero que hicieron fue cargarlo por el tema de las zapatillas. Él saludó una por una a sus compañeras, a mí me dejó para lo último. 
- ¿Y esta belleza? – dijo. 
- X, ella es Alejandra, mi amiga – nos presentó Lorena – Alejandra este es X. 
Yo me puse de pie para saludarlo con un beso en la mejilla, pero él me hizo un gesto para que me quedara en mi lugar, y me sujetó la mano, la elevó hasta su boca y me la besó, como si fuese una reina. Me ruboricé porque las otras chicas gritaron y aplaudieron el gesto, al fin y al cabo, solo yo recibí ese saludo. 
- ¿Qué das? – me preguntó X. 
No sabía que responder. No sabía a que se estaba refiriendo. Busqué ironías en mi mente respecto a esa frase, doble sentido, nada. No sabía que decir. 
- ¿El qué? – dije encogiendo mis hombros. 
- No X – salió en mi defensa Lorena – Ella no es profesora de nada, estudia psicología. 
- ¿Perdón? ¿Pero cuántos años tenés? 
- Diecinueve… 
- Ah, pareces más grande, sos muy bonita, creía que eras profesora de algo. 
Mi rubor se tornó rojo cuando el resto de la mesa volvió a aplaudir. A cualquier mujer le molestaría que le den más edad de la que tienen. Pero a una chica de diecinueve años, que alguien de treinta y dos piense que tiene más, la reconforta. No supe si lo decía a propósito por estar consciente de esto último, y lo hacía para seducirme, o realmente aparentaba ser mayor, cosa que me daría más canches de estar con él. Porque desde que besó mi mano la piel se me estremeció, y tuve infinitos deseos de poder acostarme con él. Y yo por paranoica y engreída, comencé a tomar todas y cada una de sus palabras como si estuviese seduciéndome. 
- ¿Estás con alguien? – volvió a preguntarme. 
Yo hacía dos años que estudiaba psicología. Una cosa es preguntar si tenés novio, y otra si estás con alguien, es una pregunta más persona, el tema del novio se responde con sí o no, la otra necesita más desarrollo. 
- No – dije y miré a Lorena, porque yo tenía sexo con ella, pero nadie lo sabía – Bueno, digamos… estoy sin compromisos. 
A medida que la charla transcurría X me resultaba más lindo, era simpático, divertido, sexy. Lorena hizo sonar su celular a propósito, fingió que le había llegado un mensaje de texto y comenzó a escribir la respuesta. Me envió un mensaje a mí. 
- X está con vos, lo conozco, te está mirando desde hoy, te tiene unas ganas… dale para adelante. 
Yo me disculpé con la mesa cuando me llegó el mensaje. A pesar de los nervios tuve la lucidez suficiente para decir que era mi mamá la que me molestaba. 
Él se ofreció a llevarme a mi casa. Lorena me dijo que vaya, que ella saldría a dar una vuelta con el resto de los chicos, pero que yo debía volver temprano, aun vivía con mis papás. Cuando estacionó el auto en la entrada de mi casa me sorprendió su franqueza, supuse que sería por su edad, nada de histeria ni de dar muchas vueltas. 
- Mirá Ale – dijo – Decime si me equivoco, pero creo que tenemos una conexión, que hay química, ¿vos que decís? 
Dale para adelante. Recordé el mensaje de Lorena. 
- Sí – dije nerviosa acomodando una de mis trenzas – Sí, a mi me parece lo mismo. 
Él no perdió el tiempo, y se acercó a mí lentamente, como en las telenovelas. Al estar cerca de mi cara me corrió el flequillo que la tapaba, mi peinado ya se había desarmado y tapaba mi boca. Cuando mis labios quedaron a su disposición yo los humedecí, haciendo el gesto que una hace cuando se pinta los labios, los introduje dentro de mi boca, solo que esta vez pasé mi lengua por ellos. Fue un movimiento rápido pero eficaz, cuando sus labios chocaron con los míos ya no estaban secos. 
Nos besamos durante unos minutos. Solo utilizando nuestros labios. Él no introducía su lengua en mi boca, y yo no quería aparentar ser demasiado rápida como para hacerlo. Nos separamos y me acarició la mejilla. Yo cerré los ojos y volví a mojar mis labios. 
Volvimos a besarnos, esta vez él me sujetaba por la cabeza, su mano estaba en mi mejilla. Y junté coraje para introducir tímidamente mi lengua en su boca. Apenas con la punta rocé la suya, que comenzó a despertar muy de a poco, cuando yo creía que comenzaría una transa desaforada, él movió su lengua con suavidad, era rica, tibia, húmeda, la movía bien, acompañando esos movimientos con un leve abrir y cerrar de su boca. 
Nos separamos, en realidad yo lo separé de mí. 
- Pará, acá no. Me pueden ver mis papás… 
- ¿Podemos vernos de nuevo? 
- Sí. Pero vamos a otro lado ahora. 
El dale para delante de Lorena me seguía rondando la cabeza. 
Me propuso ir a un hotel de forma muy cortés y como un caballero. Diciéndome que no estaba obligada a nada, que si quería solo podíamos besarnos, y que sería yo la encargada de manejar la situación. Seguramente creería que era virgen, o que tenía poca experiencia. Le dije que sí, que tenía ganas de ir a un hotel. 
Al primero que fuimos no tenía cochera. Debimos bajar y pedir una habitación. Yo estaba sin documentos y no nos dejaron entrar porque pensaron que yo era menor. En el segundo no hubo problemas, pedimos una habitación desde el auto. Un turno de dos horas. 
Lo que más me gusta cuando ingreso a una habitación con una pareja es entrar primera, y una vez que se cierra la puerta, es colgarme del cuello de esa persona y besarlo contra la pared. En este caso X era bastante más alto que yo, entonces me colgué rodeando su cintura con mis piernas, y mis brazos del cuello, como si fuese una nena. Nos besamos mucho, de varias formas, él me sujetaba de mis glúteos, por primera vez se atrevió a ponerme una mano encima, tenía manos grandes, por lo que la palma de su mano cubría toda la superficie de mis nalgas. 
Su lengua en mi boca era fuego. Cada caricia de su lengua contra la mía era una gota más de flujo que mi vagina generaba. Sus manos presionaban mi cola, la pellizcaban. Yo sos de gemir cuando beso apasionadamente y esa no fue la excepción. La nena tímida que había sido toda la velada estaba mostrando sus garras. 
Aun conmigo colgada de su cuerpo caminó hasta la cama y caímos allí. Él quedó sobre mí aplastándome. Yo mordía sus orejas. Él habló. 
- ¿Vamos a tener sexo? 
- Si. 
- Sos muy chiquita. 
- Igual quiero, me gustas mucho. 
- Bueno, es que quiero que todo sea consentido, que no te veas obligada a nada. 
Era muy caballero, y eso me excitaba más. Cualquiera en su situación me hubiese violado en el auto, en cambio él pedía permiso para todo. 
Mi vestido estaba a la altura de mi cintura, dejando mis piernas completamente desnudas, enseñando mi bombacha negra con puntillitas. X tomó el vestido de su parte inferior, hizo que me sentara en la cama y me lo quitó como si se tratara de un buzo o una remera. Yo me quité los guantes largos mientras él desvestía su torso. 
Volvió a posarse sobre mí. Su pecho, el calor de su cuerpo, contra el mío fue otro golpe para mi calentura, mi cuerpo ardía, necesitaba saciar la sed de sexo. Presioné sus glúteos con fuerza por encima de la tela de su pantalón. Él se incorporó y se los quitó de un solo tirón, también sus calzoncillos se salieron. Tenía a X desnudo frente a mí, lo primero que miré fue su pene. Rodeado de vello, mucho vello, su miembro estaba rodeado de pelos, él estaba arrodillado en la cama, sus testículos colgaban, también peludos y grandes, se los acaricié, pero en ese mismo momento volvió a tirarse sobre mí para besarme. 
Su lengua recorría mi cuello. Yo arqueaba mi espalda y gemía. Suspiraba. A pesar de la diferencia de edad yo me sentía una mujer. Él introdujo su cabeza entre mis senos, lamió ese espacio que hay entre pecho y pecho, cosa tremendamente excitante para nosotras. Desde allí subía su lengua hasta la punta de mi mentón, de allí bajaba. Yo jadeaba. 
Me desprendió el corpiño dejando mis pechos al aire. Aun no se habían desarrollado por completo, me crecieron hasta los veintiún años. Mis pezones estaban parados, cosa que todavía me avergonzaba, pero a X lo excitó. Me los pellizcaba. Los chupaba. Los succionaba. Yo solo podía disfrutar, entregarme de cuerpo entero a él. Me estuvo chupando las tetas un largo rato, tanto que quedaron rojas y con varios chupones, además de estar súper sensibles. 
Volvió a incorporarse. Se colocó el preservativo. ¿Ya? ¿No me va a pedir que se la chupe? ¿Él a mí no me la va a chupar? 
Me retiró la bombacha sujetándola por el elástico, separó la tela de la piel, y con las palmas de sus manos la enrolló hasta mis tobillos. Mi vagina estaba muy mojada. Él apoyó la cabeza de su pene en la entrada de mi orificio. Presionó. La metió hasta la mitad, yo traté de mantener la cordura y no producir sonido alguno. La sacó. Volvió a meterla lento, muy suave, hasta el fondo. Sentí como mis paredes vaginales se iban separando. Se me estaba abriendo la concha como una flor en primavera. Esta vez no pude soportar el placer y lancé un grito. 
Él se recostó sobre mí. Yo estaba boca arriba con las piernas abierta, las había elevado y flexionado para que la penetración fuese más profunda. Cada bombeo suyo era muy placentero. Yo le gemía al oído y le decía que me gustaba. 
- Me gusta mi amor, me gusta… 
X continuaba con ese ritmo lento, tan lindo. Yo comencé a mover mi pelvis al compás de sus movimientos. Con mis piernas rodee su cintura, no iba a permitir que se fuera. Quería que estuviese dentro de mí mucho tiempo. Clavé mis uñas en sus hombros y él lanzó un gemido. Me excitó tanto ese sonido cerca de mi cara que sentí que mi vagina rebalsaba de jugos. 
Noté que él estaba moviéndose más rápido. Sus jadeos eran cada vez más fuertes. Finalmente colocó su mano en mi nuca, me levantó la cabeza para que lo mirara fijo a sus ojos. Su cara manifestaba una mueca hermosa, sus ojos entrecerrados, la boca abierta, su frente transpirada. 
- Oooohhhh, oooohhh….- suspiró. Me calientan mucho los hombres que gimen con la letra O. 
X acabó casi a la misma vez que yo. Creo que me adelanté por unos segundos. 
Se incorporó y se retiró el preservativo. Lleno de leche. Cuando vi el semen allí me di cuenta que esa había sido la primera vez que un hombre me la había metido sin antes haberla chupado. Todas las pijas que me habían penetrado habían pasado por mi boca. Y también era la primera vez que no me hacían sexo oral, y tampoco me había tocado con sus dedos. El único contacto de mi vagina con el cuerpo de X había sido con su pene. 
Permanecimos recostados. En silencio. 
- ¿Podemos vernos de nuevo? – me dijo. 
- Si. 
Luego de esa noche comenzamos una linda relación en secreto. Las sesiones de sexo se fueron intensificando. La segunda vez que lo hicimos la cuestión fue más completa. Él estaba parado, apoyado contra la pared, y yo me arrodillé. Desde allí me introduje ese pene que tantas ganas me daban, nunca un pene había sido tan deseado por mis labios. Fue la pija que más disfruté lamer. Sus pelos se metían en mi boca. Se pegaban en mi paladar. Su cabeza era grande. Le pasé la lengua por su ojito y fue el punto clave para hacerlo acabar. Su leche se desparramó por toda mi cara, su primer chorro golpeó de lleno en mi ojo, el resto se dividió entre mi frente y mi cabello. El ojo estuvo ardiéndome un buen rato. 
Después de eso me recosté sobre la cama. Abrí las piernas para que me hiciera sexo oral. Estuvo chupándomela un buen rato, una vez que me hizo acabar yo creí que ya era todo, pero él continuó lamiendo como un perrito fiel. 
Hicimos el amor en el suelo del hotel. Esta vez yo fui la encargada de demostrar mis cualidades como amante. Lo monté. Lo cabalgué. Me senté sobre esa pija, esta vez sin forro para que él gozara más. Mis movimientos eran dulces, suaves, quería que su miembro sintiera el contacto con el interior de mi vagina, que su punta tocara y raspara las paredes de mi interior, mis movimientos se basaban en eso. Me encantaba ver su cara de placer. Cuando notó que me estaba cansando tuvo la caballerosidad de sujetarme de la cola para ayudarme a continuar mi cabalgata. Me ayudaba a subir y a bajar, además que también comenzó a mover su pelvis hacia arriba y hacia abajo. Mis muslos estaba cansados, a punto de acalambrarse, sentía fuego, como cuando una sale a correr y sus piernas están muy cansadas, pero una sigue corriendo. X no acababa, y yo quería hacerlo acabar, él me propuso cambiar de posición pero yo me negué. No quería que pensara que era una nenita que no podía hacer acabar a un hombre. Cabalgué tanto que en un momento su pecho y su cara se mojó con gotas de mi sudor. Mi frente transpiraba mucho, al igual que mi espalda, sentía caer las gotas de sudor por la raja de mi cola. Ya no podía respirar, estaba muy agitada, hasta que lo conseguí. El jadeó, me clavó sus manos en el culo y se movió rapidito a hasta que lanzó un fuerte gemido. 
Mis rodillas estaban lastimadas por el roce con la alfombra. Me sangraba, además mis movimientos terminaron siendo bruscos. Me ardían mucho. 
Estuvimos cogiendo así durante varios meses. Siempre en secreto, solo Lorena estaba al tanto, pero X no lo sabía. Hasta que lo dejé. El sexo era hermoso. Pero no me enamoré. Y cuando él vino a plantearme si podíamos tener algo un poco más serio, me vi obligada a decirle que no. Y nos separamos. 
Dejamos de vernos durante dos años. Cuando en la facultad nos presentaron al nuevo profesor de filosofía de mi carrera. Y ahí ingresó él. Cuando lo vi se me nubló la vista, y mi corazón latió a mil. Él en cambio sonrió al verme. Sentí mucha vergüenza, mi profesor iba a ser una persona que me había tenido en cuatro patas, había estado encima de mí, yo lo había cabalgado, se la había chupado, tragado su leche, sabía el sabor de mi concha, me había oído decir cochinadas en la cama, habíamos dormido juntos. Sentí mucha vergüenza. 

0 comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.