Por Dinero

Siguiendo la lista de fantasías que según Lorena una mujer debe cumplir, llegó el turno de cobrar por sexo, pedir dinero a cambio de una noche, conocido en el mundo como prostituirse. 
Ella me dijo que no era que iba a tener que pararme en una esquina, esperar que pase un auto, acercarme a la ventanilla y decirle mis aranceles. Me dijo que si una es astuta puede prostituirse sin levantar sospechas, que tenía que apuntar a algún hombre grande, de al menos treinta y cinco años, de buena posición económica. 
El elegido fue el dueño de un famoso restaurante de mi ciudad, un hombre de treinta y ocho años, de buena estatura, pelo corto y de cuerpo formado. 
Teníamos que poner un anzuelo, una carnada. Fuimos a cenar con Lorena a su restaurante, un lujoso local donde solo personas de mucho dinero pueden ir, o por invitación. Lorena encaja a la perfección allí, ella está acomodada en esta sociedad, cerca de la punta de la pirámide. Allí una botellita de gaseosa cuesta unos veinte pesos. 
Una vez allí pedimos hablar con el dueño, en realidad Lorena pidió hablar con él a la camarera, que era hermosa y nos trataba de usted, cosa que me avergonzó muchísimo. La excusa era felicitar a Marcos por el servicio. El comerciante al ver que dos mujeres lindas lo reclamaban, no tardó en acercarse. 
- Lo queríamos felicitar, el servicio es esplendido – comenzó Lorena. 
- Te quería felicitar – dijo él, haciendo alusión a que no lo tratáramos de usted. 
Él nos comentó la historia de su negocio, como comenzó despacio, y un montón de datos que no recuerdo, a decir verdad era Lorena quien con su simpatía llevaba adelante la conversación. Yo miraba al dueño del local, era un hombre lindo, seguramente en su adolescencia habría conquistado a muchas chicas. Miré sus labios, eran perfectos, como hago cada vez que le miro los labios a un hombre me los imaginé primero en mi boca, besándome, luego los imaginé entre mis piernas, besando mi vagina. Ese pensamiento me excitó un poco, y tuve que tragar saliva, además de humedecer mis labios pasando mi lengua por ellos, siempre sin quitar la mirada de su boca. Cuando levanto la vista veo que sus ojos estaban depositados en los míos de lleno, él estaba viendo como yo disfrutaba de sus labios. Me sonrojé tanto que él preguntó si tenía calor, que si yo lo solicitaba podía pedir cambiar el aire acondicionado. 
- No, gracias…- dije, con ganas de morirme por la vergüenza. 
- ¿Entonces? ¿La señorita es mayor, puedo tomar alcohol? – consultó él. 
Al parecer mientras yo fantaseaba con sus labios, Marcos nos había invitado con su mejor botella de champagne. 
- Sí, yo ya tengo veintitrés – dije. Tanto Marcos como Lorena rieron, era obvio que yo no era menor, era solo una broma de él que yo no había comprendido y lo tomé en serio. Ahora estaba más avergonzada que antes. Sonreí, pero sentí mi cara prenderse fuego. 
El champagne estaba feo, porque a mí no me gusta el champagne. Encima Marcos pidió dos botellas. Yo ya estaba mareada, Lorena me miraba de reojo, porque hacía unos meses que yo había tenido unos problemitas con alcohol, y no le gustaba que tomara mucho, pero esa era una ocasión especial. 
Nos contó que estaba divorciado, que tenía dos hijos. Lorena le dijo que estaba en pareja, cosa que era mentira. 
- ¿Vos tenés novio? – me preguntó a mí. 
- No, no, yo estoy solita – dije. No utilicé la palabra solita con ánimos de provocar, yo soy así, tengo tendencias a hablar en diminutivos. 
- Ay pobre – dijo – está solita la nena – rieron de nuevo, Lorena y él rieron, yo nuevamente quedé en silencio avergonzada. 
Antes de irnos yo tuve que pasar al baño. Luego fue Lorena. Cuando estuvimos a solas él se dedicó a mirarme el escote, o quizás yo estaba perseguida por el champagne, pero sentía que no me quitaba los ojos de mis senos. Tuve una reacción de instinto de levantarme la remerita que tenía para no dejar el escote tan grande, en clara señal de tapar mis tetas. Él sonrió. 
Nos propuso llevarnos a nuestra casa en su auto. Primero llevó a mi amiga, luego a mí. Al estacionar en la vereda de mi casa se dio cuenta de mi estado de semi embriaguez y me preguntó si me sentía bien. 
- Si, no estoy acostumbrada al champagne – dije, sintiéndome otra vez avergonzada. 
Le di un beso en la mejilla para despedirme, pero él no me dio tiempo y giró mi cara con su mano y me comió la boca. Fueron dos besos con sus labios hasta que yo abrí mi boca, dejando mi lengua a su disposición. No desperdició la chance, y estuvo tranzándome unos minutos, abrazándome de la cintura y acariciando ocasionalmente mis muslos, y de forma disimulada recorría el contorno de mis glúteos, a mí me gustaba, pero sabía que no podía regalarme así, lo separé de un empujoncito. 
- Pará – susurré – Mejor me voy. 
Bajé del auto y corrí hasta mi casa. 
Al día siguiente le conté a Lorena, tuvimos la siguiente charla. 
- Ya está – me dijo – Cuando fuiste al baño le conté que sos una prostituta VIP, y le interesó mucho. Te va a pagar 700 pesos por toda la noche. 
- ¿El qué? 
- Que tenés que dormir con él, le gustan las putas que hacen de noviecitas. Entonces se van a cenar juntos y de ahí a un hotel hasta el otro día. 
- ¿Él sabía que soy una prosti cuando me llevó a mi casa? 
- Si. 
Fue la vez que más vergüenza sentí en mi vida. Tenía a un hombre sentado a mi lado que suponía que trabajaba de puta, y yo haciendo chistecitos sobre que no me gusta tomar champagne. Mi dignidad estaba destrozada. 
- Va a ser este sábado el encuentro – dijo Lorena – El servicio es completo, pero si pide mucho tenés que saber que para una puta todo tiene un precio. ¿Ok? 
El sábado a la noche me produje. Una puta no puede ser discreta. Una puta se tiene que disfrazar de puta. Así que me puse una minifalda roja, una musculosa blanca pegada al cuerpo con un osito en el pecho, una camperita de jean azul oscuro, botas hasta la altura de mis rodillas. Maquillé mis ojos, pinté mis labios, sujeté mi carterita y salí rumbo a mi primer cliente. 
- Llegas temprano – me dijo a la vez que me saludó con un beso en la mejilla. 
Me pidió disculpas por el beso que me había robado aquella noche. Dijo que no me daría champagne y otras cosas que yo por mis nervios no escuché bien. Me dio a elegir si ir a cenar o ir directamente al hotel. Yo, por no estirar la agonía, preferí ir al hotel de una. 
Era un hotel lujoso, un cuatro estrellas, no un telo de 30 pesos el turno. 
Lo primero que hizo cuando ingresamos en la habitación fue apoyarme contra la puerta recién cerrada y comenzó a besarme. Yo me sentía súper excitada, sentía una mezcla rara de miedo, adrenalina, calentura que me impedían pensar con normalidad. Luego de jugar con nuestras lenguas unos momentos el bajó su cabeza hasta mis senos, cuando chupó mi pezón yo lo aparté de mí con un empujón. 
- Me tenés que pagar – dije en voz muy baja, mirando hacia el suelo a la vez que acomodaba un mechón de pelo detrás de mi oreja. 
- ¿Cómo? – se burló él. 
- Que primero me tenés que pagar – repetí, y nunca en mi vida me sentí tan humillada. 
Él sacó del bolsillo trasero de su pantalón la billetera. La abrió delante de mí, pude ver todos esos billetes de 100, y el color verde de los dólares. Yo para él era un vuelto. Contó siete billetes y me los entregó amablemente en la mano. Guardo la billetera. 
- Guardala bien así empezamos – me dijo, y empezó a desprenderse las mangas de la camisa. 
Guardé la plata en mi carterita de Hello Kity y comencé a desvestirme. No podía creer lo que estaba haciendo. No iba a ser la primera vez que tendría relaciones con un desconocido, no iba a ser mi debut en el sexo por placer, sexo de una sola noche, pero sería mi debut como prostituta. 
Me dejé puesta la bombacha y el corpiño, creí que a él le gustaría sacármelos. El corpiño no tanto, pero sé que a los hombres les fascina quitarle la bombacha a las mujeres. Él ya estaba desnudo por completo, vi por primera vez su pene, rodeado de bastante vello. Era un pene gordo, que aun estaba dormido, aun así era de buen tamaño, supuse que no crecería mucho más una vez erecto. Unos 16 cm, suficientes para mis estrechos orificios. 
- ¿Todavía estás vestida? – dijo ya sin ser tan amigable y simpático – Dale, apurate y vení acá – al decir esto ya estaba recostado en la cama boca arriba, apoyado en el respaldo de la cama, masturbándose. 
Una vez desnuda, con mis redondos senos al aire, con mis pezones erectos producto de la adrenalina que corría por mí, ya que aun no me sentía excitada, mostrando la perfección de mi cola, no muy grande pero lejos de ser chica, redonda y dura, mi cintura esbelta ideal para abrazar con tan solo un brazo, mi cono depilado en su totalidad con mi tajo aun cerrado y seco entre mis piernas, me recosté a su lado y acaricie su pelo, tenía que hacer el papel de una novia puta. 
Besé sus labios, apenas rodándolos con los míos, los lamí con mi lengua. Bajé para besar su cuello, al hacer esto él me sujetó por la nuca, le gustaba, a todos le gusta que le besen el cuello, sobre todo la parte de atrás de la oreja, los vuelve locos. Pude sentir como su mano hacía presión sobre mi nuca para bajar mi cabeza. Quería que se la chupara, pero yo me iba a hacer desear. Chupé sus pezones, su pecho, jugué con mi lengua por su estómago, pasándola de abajo hacia arriba y viceversa. Cuando llegó el turno del pene, este ya estaba bien erecto. 
Lo primero que hice fue levantarlo con la mano, tomándolo suavemente por la cabeza, dejándolo recto como un mástil. Deposité la punta de mi lengua en la base y subí hasta el ojito. Bajé. Esta vez lamí no solo con la punta de mi lengua, sino con toda ella, utilizando toda la húmeda carne, mojando el miembro con mi saliva, lo hice suave, tardé unos segundos en recorrer todo el tronco. Al llegar a la cabeza jugué con mi lengua allí, para entonces si introducir el palo por completo en mi boca. Su pija se sentía caliente, hinchada, a punto de explotar, estaba muy dura. Moví mi cabeza hacia arriba, moví mi lengua en la punta y bajé otra vez, metiéndomela de nuevo. Fui incrementando la velocidad de mis movimientos, acompañando con mi mano una masturbación al mismo ritmo, a la vez que él movía su cadera como si estuviese cogiéndome la cara. 
Él me levantó de los pelos y me llevó a su boca para que lo besara. Apenas un lengüetazo y me volvió a depositar en su pene para que lo chupara. Mi baba caía por los costados de mi boca, chorreándose por su tronco, llegando a sus testículos y bajando por la parte interna de sus muslos. Yo me sentía súper excitada, mi primer pete como profesional. Mi vagina se mojó. 
Marcos se incorporó. Se paró en el suelo a un costado de la cama, y sujetándome por ambos tobillos me deslizó hasta el borde del colchón. Separó mis piernas, se arrodilló y en un segundo ya tenía su cabeza entre mis piernas. Esos labios con los que yo había fantaseado estaban ahora lamiendo mi vagina, pasando su lengua por mis húmedos labios. Su lengua era larga, tanto que podía permitirse el lujo de darle forma de conito e introducirla en mi orificio y hacerme el amor con ella. Yo gemía, y como si fuese mi novio yo coloqué mis manos sobre su nuca, y acaricié su cabello al mismo ritmo de sus lengüetazos. Cuando me chupan la concha es imposible que no acabe, y esa no fue la excepción, luego de unos minutos de intenso y perfecto sexo oral, llegué al orgasmo. Lancé un jadeo y él, al darse cuenta de mi acabada, movió su cabeza hacia los costados, como cuando uno niega algo, dejando sus labios pegados en mi vagina, haciendo así que mi placer se incrementara. Grité del goce. Mi espalda se arqueó. 
Marcos se puso de pie, yo continuaba en la misma posición. Él ya se había colocado el preservativo, habíamos quedado que se cuidaría, si bien yo me moría de ganas de tragarme su semen. Me dio un chirlo fuerte e introdujo su pene en mí sin ningún tipo de resistencia, mi vagina estaba tan lubricada que el tronco se deslizó hasta el fondo sin problemas. Volví a gemir con fuerzas, estaba muy caliente por la situación, era una puta, y eso me ratoneaba. Estaba abriendo mis piernas por dinero, y ese morbo me fascinaba. Me dolía la panza por los nervios, pero la adrenalina era enorme. Además mi cliente cogía de mil maravillas, sabía cómo golpear, me estaba matando de placer. 
Yo, como una puta obediente, gritaba y gemía. 
- Sí mi amor, que buena pija que tenés… 
- Ah, ah, así lindo, así, matame… 
- Cogeme fuerte, dale… 
Él jadeaba en mi oído, me decía que era una puta hermosa. Esa palabra, puta, lejos de molestarme, me excitaba más, me ponía como loca. No era la primera vez que mi amante me decía eso, pero fue distinto. Una cosa es que tu novio te diga puta, y otra que alguien que te está pagando te lo diga. 
- Tomá mi amor, ¿así te gusta? – me decía él. 
- Decime puta – suplicaba yo. 
- ¿Te gusta puta? 
Mis manos estaban en sus glúteos. Un culo hermoso, carnoso. Yo cada vez más caliente, le dije que mantuviera ese ritmo, que estaba por acabar, si, así, acabo. Cuando llegué al orgasmo el incrementó la velocidad y la fuerza de sus penetraciones, supe que estaba por terminar él también. Mi vagina comenzó a sentir un ardor producto de la fuerza con la que me penetraba, se me estaban durmiendo las piernas, pero me gustaba. El gimió como un mono, grave, fuerte, y yo enloquecí. Lo que más me gusta es ver a un hombre acabar, su cara, los ruidos que hace, la forma en que se contraen sus piernas. 
Quedamos recostados tratando de recuperar el aire. 
- ¿Sos mi perra, putita? – me preguntó. 
- Sí – le respondí. 
- Entonces camina en cuatro patas y ladrá… 
Me sentí rara. Si bien siempre me gusta ser sumisa, y someterme y hacer todo lo que dice mi pareja, nunca me habían pedido algo así. Tuve miedito, vergüenza, nerviosismo, pero por otro lado quería hacerlo, quería humillarme así, ser la perrita de Marcos, me excitaba mucho hacer eso, así que obedecí. 
Bajé de la cama y me puse en cuatro patas. Caminé así hasta la puerta del baño, levanté mi vista para verlo y ladré. Guau, guau, dije, y sentí como mis mejillas se ruborizaban, me estaba humillando como mujer. El sonrió y se puso de pie. 
- Vamos a pasear perrita – dijo. 
Y agarró su cinturón, me dijo que esté tranquila, haciendo una forma de lazo lo pasó por mi cuello, como si fuese el collar de una perra. Caminó unos pasos hasta dejar tirante el cinto, me dijo caminá. Yo caminaba en cuatro patas al lado de él, de mi amo, que me estaba paseando por toda la habitación. Cada tanto yo ladraba, a él le gustaba, entonces tomé confianza y realizaba aullidos, o imitaba el llanto canino. Mi corazón latía a tres mil por hora. 
De repente se puso detrás de mí y trató de metérmela. 
- No –dije yo – Sin forro no. 
- Dale puta, ¿Cuánto querés? 
Y recordé las palabras de Lorena, para una puta todo tiene un precio. Y yo a esa altura ya estaba jugada. 
- Sin forro son doscientos más… 
Él no tardó en arrojarme dos billetes de 100. Lo hizo casi al mismo tiempo que introdujo su miembro nuevamente en mi vagina. Yo estaba en cuatro patas, con un collar como si fuese un perra, él tiraba de la correa como si tratara de adiestrarme. Yo sentía su pija revolver el interior de mi conchita, me era imposible no gemir, el jadeaba. Sentía mis muslos mojados producto de mi flujo vaginal que rebalsaba cada vez que su miembro entraba en mí. 
Plop, plop, plop, hacían sus muslos al golpear contra mis glúteos, que se movían por los golpes, me encanta sentir que mis glúteos se mueven hacía adelante y hacia atrás, o arriba y abajo, según la posición en la que esté. 
Antes que me dé cuenta su pija estaba tratando de abrir mi culo. Mi calentura era tal que no tuve ganas de decirle que no. Luego de algunos intentos su miembro se introdujo en mí, ingresando en mi cuerpo, formando parte de él. Mi forma de gemir cuando tengo sexo anal es distinta a mis gemidos en el sexo vaginal, no sé los motivos, pero son gemidos más graves, no tan agudos como de una nena, son gemidos de hembra, que surgen de mí desde un sector escondido. 
Sus movimientos se intensificaron, estaba claro que volvería a acabar. Yo tenía ganas de pedirle que me desparramara la leche en la cara, en mi boca, estaba tan caliente que me moría de ganas de probar su semen, pero no pude decir nada, esa noche yo era su puta, su perrita adiestrada y puta, y debía someterme a sus deseos. Y sus deseos fueron llenarme el culo de leche. Acabó adentro de mi ano, el semen no tardó en chorrearse y caer en gotitas al suelo. Yo caí desplomada, me quedé acostada como una mascota obediente. Mi culo me dolía, y él me alagaba. 
- Que buen culo que tenés pendeja… 
Ya estaba acostumbrada a esa clase de elogios. 
Como una perra callejera me tiré sobre él. No me importó mi trabajo de prostituta. Quería su leche. Comencé a chupar su pito con desubicado frenesí, como era de esperar, él no se negó. Al cabo de unos minutos su leche estaba en mi boca, yo la saboreaba, era espesa, salada, media amarillenta, un blanco oscuro que me volvía loca. 
Repetimos el acto sexual durante toda la noche. Él me puso en varias posiciones, algunas que ni conocía. Lo cabalgué, contra la pared, en el suelo, en la silla, contra la ventana, de pie, me cogió de tantas formas que estaba saturada de placer. 
A las cinco de la mañana decidimos dormir un poco. Yo me acosté con medio cuerpo encima del suyo, tenía que hacer el papel de noviecita fiel. Estábamos tan cansados que nos dormimos rápido. 
A la mañana siguiente cuando me desperté él ya no estaba. Sobre la mesa de la habitación había un sobre con la palabra PROPINA escrita. Dentro había otros 200 pesos, haciendo un total de mil cien pesos. Lo que se dice una prostituta VIP. 
Bajé al comedor del hotel, teníamos un desayuno americano pago y yo lo aproveché. Desde allí llamé a Lorena para que me fuese a buscar. 
Esa fue la primera vez que me prostituí. Pero no la última. 
Oops!! I did it again.

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