El Negro...

Antes de empezar quiero aclararles que el protagonista del presente relato es el tipo más grande con el que cogí, no es que este buscando superar alguna marca personal de vejez, sino que se da así, quizás sea que los tipos ya veteranos la tienen más clara al momento del levante, no sé, pero cuándo de garchar se trata son los que menos rebusques tienen. Quizás sea algo que tenga que ver con la madurez o la experiencia, la cuestión es que volví a hacerlo con un tipo que tiene edad como para ser mi padre. 
Quién viva en Soldati seguro debe conocer a El Negro, todo un personaje de la zona, 56 años, integrante histórico de la hinchada de Huracán, ojo, de la hinchada eh, no de la barra brava, él es de lo que alientan, no de los que pretenden sacarle lucro a la pasión. También es el padre de una de mis amigas y un experto solucionador de problemas. Arregla de todo, y lo mejor es que lo arregla bien y barato. Por eso mi mamá lo llamo para que arreglara un corto que había en la sala de casa. No podíamos prender la luz porque enseguida saltaban los tapones, obviamente las dos somos nulas en lo que a electricidad se refiere, lo único que sabemos hacer es subir y bajar la llave del disyuntor cuándo eso pasa, pero de ahí no pasamos, así que lo llamó por teléfono y le dejo el mensaje a la señora, amiga también de mi mamá, para que pasara en cuanto pudiera. La cuestión es que de seguro estaba con mucho laburo, porque pasaban los días y no venía. Y nosotras que seguíamos con la sala a oscuras. Igual no nos hacíamos demasiado problema porque prendíamos la tele y la luz del pasillo y se iluminaba un poco, pero quedaba feo cuándo venía alguna visita, había que andar explicando lo que pasaba para que no pensaran que éramos unas tacañas que no queríamos comprar una lamparita… jajaja. Bueno, la cosa es que lo volvimos a llamar y le dejamos otro mensaje, aunque esta vez nos advirtieron que estaba con bastante trabajo, ya estábamos por llamar a otra persona, cuándo un sábado por la mañana se aparece por casa. Mi mamá se había ido a trabajar, así que me tocó a mi atenderlo. Todavía estaba en camisón, así que me puse una bata de ella que estaba en el baño y abrí la puerta. 
-Perdona negra que venga sin avisar pero me desocupe de un laburo acá cerca y se me ocurrió pasar, tu vieja me debe querer matar- 
-Bueno, algo de eso se le ocurrió- le dije en todo de broma. 
Lo invité a pasar con su caja de herramientas en la mano y le expliqué cuál era el problema. Mientras él revisaba la instalación le preparé el desayuno a mi abuelita y se lo lleve a la pieza. Le di los buenos días y le prendí la radio, ya que le gusta escuchar las noticias y hacerse mala sangre con todo… jajaja. Volví a la sala y le invité al Negro un café. Mientras lo tomaba charlamos un rato, de Huracán, obvio, aunque a veces es mejor no hablar de ciertas cosas, ¿no les parece? Cuándo termino el café, volvió al trabajo y yo me fui a mi cuarto dispuesta a cambiarme. Y acá quiero ser absolutamente sincera al respecto. La manija de la puerta de mi cuarto esta falseada, por lo que para que quede bien cerrada hay que ponerle llave, sino se abre sola, no del todo, pero sí un poquito, dejando apenas un resquicio. Eso me pasó al entrar, me olvide de aquella falla, por lo que mientras me cambiaba la puerta se fue abriendo de a poco hasta dejar esa pequeña abertura. La cosa es que estaba en bombacha y corpiño, mirándome en el espejo, no para admirarme, sino para ver si había bajado un poco de peso, cuándo a través del reflejo veo la figura del Negro asomándose por la puerta. La verdad es que un primer momento no me hice mucho problema porque me viera en ropa interior, ya que me conocía desde chica, y varias veces me había visto en malla en la pileta. 
-¿Qué pasa? ¿Necesitás algo?- le pregunté dándome la vuelta. 
-Si, es que… quisiera saber…- dijo entrando al dormitorio y avanzando hacía mí, con sus ojos desplazándose ávidos por todo mi cuerpo. 
-¿Qué te pasa? Parece como si nunca me hubieras visto- le dije. 
-Bueno, nunca te vi así- aclaró. 
-¿Cuántas veces me viste en la pileta? ¿No te acordás?- le recordé. 
-Si me acuerdo, pero no estabas así de desarrollada- me hizo notar. 
Y tenía razón. Debía de tener 12 o 13 años la última vez que recuerdo haber ido a la pileta del Club con la familia del negro, ahora ya tengo 23 y un cuerpo que no es el mismo que aquel entonces. 
-Sabés Gise, ya sé que tenés la misma edad que mi hija y que prácticamente se criaron juntas, pero no te imaginás las ganas que tengo de agarrarte en este mismo momento, tirarte sobre la cama y darte la cogida de tu vida- me dijo con un tono de voz que no dejaba lugar a dudas respecto a sus oscuras intenciones. 
-Negro, pensá bien lo que decís, mirá que después ya no hay vuelta atrás- le dije. 
-La verdad es que cuánto más lo pienso, más ganas me dan- me dice con una mórbida sonrisa. 
-¿En serio tenés ganas de cogerte a la mejor amiga de tu hija? ¡Hasta pudiste ser mi padre!- exclamé. 
-Tenés razón y no lo fui por poco- me recordó haciendo referencia a cierta relación que tuvo con mi mamá antes de que yo naciera. 
-Y… así y todo…- 
-Así y todo… me calentás mal negrita- 
Se produjo un silencio incómodo, de esos que revelan la tensión reinante entre dos interlocutores. 
-No sé negro…- dudé. 
La verdad es que aunque el Negro me parecía un tipo de lo más interesante como para una encamada, la cercanía entre nuestras familias y el conocerlo prácticamente desde que nací hacía mi decisión mucho más difícil. 
-Quede como un viejo verde, ¿no?- pareció recapacitar. 
-Si, un poco- me reí. 
Bajo la cabeza, resignándose a un comprensible rechazo, pero antes de que se fuera añadí: 
-Pero, ¿sabés qué?... me gustan los viejos verdes… me pueden- 
Su semblante cambió completamente al escucharme decir esto. Entonces se acercó, me tomó de la cintura y se me quedo mirando evaluando cada uno de mis gestos. 
-Todavía estamos a tiempo Negro- le dije, sabiendo que esa era la última oportunidad de evitar algo que sabía sería un error y de lo que me arrepentiría por el resto de mi vida. 
-Ya fue negrita, ya metimos la pata hasta el caracú- me dijo y acto seguido me besó en la boca. 
Al principio no le respondí, pero a medida que sus labios se frotaban contra los míos con más fuerza, abrí la boca y deje que su lengua se enredara con la mía. Si hasta ese momento las dudas se clavaban en mí como violentos aguijones, a partir de ese beso, a partir de que pude degustar su saliva, todo cambió, todo dio un giro de 180 grados y las dudas se disiparon por completo para dar paso a una seguridad absoluta… seguridad de que aquel hombre me daría lo que me merezco. 
Fue un beso largo, jugoso, apasionado, nos apretábamos, nos restregábamos el uno contra el otro, ya podía sentir una de sus manos deslizándose sobre mi cola, apoderándose de ella, pellizcándome un cachete. Cuándo nos separamos, dejando un hilo de baba entre nuestros labios, volvimos a mirarnos, esta vez ninguno dijo nada, sabíamos que ya estábamos jugados. Entonces me acordé de mi abuela. 
-Bancame un segundito- le dije. 
Me puse una bata y fui a asegurarme de que mi abuela estuviera bien y de que no nos fuera a molestar por un largo rato, y volví con el Negro. Cerré la puerta de mi cuarto con llave y me saque la bata, dejándola caer al suelo. Los ojos del Negro se pasearon por todo mi cuerpo. 
-¡Como creciste Gise! ¿Con que te alimentás, con bulones?- bromeó. 
Me acerqué a él en plan de gata y le dije: 
-No, con bulones no, sino con pijas como la tuya- 
Con eso lo puse en llamas. Sin decir nada más me eché de cuclillas ante él, le desabroché el pantalón y le pelé la pija, una pija de tamaño normal, ni muy chica ni muy grande, aunque de una dureza considerable. Se la agarré, se la meneé y me la fui comiendo de a poco, chupándosela con frenesí, demostrándole en carne propia la experiencia que había adquirido en todo este tiempo. Me excitaba pensar que mientras se la chupaba, quizás él estuviera pensando si su hija la chupaba así de bien también. Me daba mucho morbo la situación. Me imagino que a él también, porque la tenía al repalo. Se la chupé, se la mastiqué, me la comí en todas las formas imaginables, impregnando todo su pedazo con el caldito que se formaba entre su saliva y el líquido preseminal que ya fluía descontroladamente. 
-¡Que bien chupás la poronga Gise! ¿Acaso hiciste un curso intensivo?- 
-Solo práctica- asentí y desde abajo le di un sonoro beso en la puntita, le sonreí lasciva y me pase la lengua por el labio inferior, relamiéndome gustosamente, todo esto mientras lo miraba fijo a los ojos. 
Eso lo terminó de enloquecer, así que me agarró de los brazos, me levantó de un fuerte tirón y me tiró sobre la cama, dispuesto a darme “la cogida de mi vida” tal como me había dicho antes. Caí toda despatarrada, con las piernas bien abiertas, a propósito, claro, de modo que enseguida se echó entre ellas y haciéndome a un lado la tanga comenzó a chuparme la conchita con visible deleite. Debo decir que la lengua del Negro se movía en una forma por demás deliciosa, punteando en los lugares precisos, ni muy allá ni muy acá, proporcionándome un placer exquisito, de esos que te quedan repercutiendo por todo el cuerpo durante un buen rato. La cabeza me daba vueltas, la piel se me erizaba, el cuerpo me temblaba, síntomas todos que evidenciaban lo caliente que me estaba poniendo. Ya me había olvidado del casi parentesco que me unía con el Negro, en ese momento era para mí solo un hombre, y uno que podía darme una muy buena cogida. 
Luego de ponerme la concha bien a tono con la situación, se incorporó, se me acomodó encima y me la metió lenta y pausadamente. Eso me gustó, que no se apurara. Me la hizo sentir de a poco, pedazo a pedazo, y cuándo llegó al fondo recién ahí me dio un fuerte empujón, como buscando derribar esa última barrera que no le permitía ir más allá de lo posible. Entonces, con toda su pija en mi interior, se derrumbó sobre mí, y me besó frenéticamente a la vez que empezaba a moverse con un vaivén firme y sostenido. ¡Mmmmmm…! Se sentía riquísimo. La verga del Negro era como una barra de caramelo que mi golosa conchita saboreaba con gustosa avidez. Lo rodeé con mis piernas y lo mantuve pegado a mi cuerpo, sintiendo ese pedazo de carne pulsando bien dentro de mí. Salía pero no lo dejaba escapar, lo mantenía en mi interior, apretando con mis músculos vaginales para sentirlo con mayor nitidez aún. 
-¡Si… así… así… ahhhhhh… mmmmm…!- jadeaba complacida, abriéndome toda para él, disfrutando cada pedazo, cada trozo, cada vena. 
-¡Que rica conchita Gise… estás riquísima…!- me decía el Negro entre empujón y empujón, cogiéndome deliciosamente, haciendo retumbar ese pedazo de verga en lo más profundo de mis entrañas. 
Entonces se incorporó levemente, clavó las rodillas en el colchón, me levantó las piernas y juntándola una con otra me empezó a dar mucho más fuerte, sacudiéndome con cada empuje, haciéndomela sentir en todo su esplendor, dura, carnosa, jugosa… caliente. ¡Una hermosura! Me mojé en ese preciso instante, mojándole toda la pija con mis fluidos, cuándo la sacaba me salía de adentro como una espumita que hacía que resbalara con mayor rapidez todavía. Se puso entonces mis tobillos en sus hombros, uno de cada lado y empezó a darme como endemoniado. Me hacía saltar de la cama con cada ensarte, metiéndomela bien adentro, amenazando con desgarrarse la pija en cualquier momento de tantas metidas y sacadas. Entonces escuché un ruido en la sala. Le pedí que me dejara y fui a ver que había sido. Me levanté así en bolas como estaba y con la concha chorreando a mares, y me asomé levemente por la puerta, no fuera a ser que mi vieja se haya aparecido de sorpresa. Falsa alarma. Era mi abuela que se había levantado para buscar su tejido, pero ahora se había instalado en su mecedora dispuesta a terminar el pulóver que me había prometido. 
Volví a cerrar la puerta despacio, para no atraer su atención, le puse llave y cuándo ya estaba a punto de volver a la cama, el Negro me pide que me quede ahí, que no me mueva. Me quedo firme en mi lugar, tal como me pidió, aunque girando la cabeza para ver el porque de su petición. Entonces veo que se levanta y con la pija bamboleándose firmemente entre sus piernas se me acerca. Me mantiene ahí de espalda, y haciéndome echar un poco más la cola para atrás, me empieza a meter los dedos por la retaguardia. Se los moja con su propia saliva y me los introduce prácticamente hasta los nudillos… mi colita agradecida. Entonces se planta tras de mí, acomoda la verga en el sitio adecuado, y empieza a empujar. Al sentirla apoyó la cara contra la puerta y me muerdo el labio inferior para no estallar en gritos, pero lo que siento bien merecería algún que otro alarido. La verga del Negro encuentra rápidamente su propio camino y comienza a fluir por mi conducto posterior, me agarra de la cintura y me culea en una forma que solo puedo definir como maravillosa. Apoya su cara en mi hombro y me susurra al oído. Me dice que tengo una colita por demás golosa… que siente que le voy a gastar la pija de tanto que me va a coger… que nunca imagino que fuera así de putita… yo solo le respondía con gemidos y suspiros, moviéndome suavemente de atrás para adelante, sintiendo toda esa maravillosa verga palpitar en lo más profundo de mi conducto anal.
Al rato me la sacó y dándome una fuerte nalgada me llevó hasta la cama. Hizo que me pusiera en cuatro y me la volvió a meter, esta vez por la concha, tomó fuerza y empezó a darme con todo, tanto que hasta la cama se movía y crujía al ritmo de sus embestidas. Yo mordía y me aferraba de las sábanas, disfrutando intensamente cada metida y sacada, regalándome con moño y todo a ese hombre que prácticamente era un familiar para mí. No sabía como seguiría de ahí en más mi relación no solo con el Negro, sino también con su esposa, su hija (mi mejor amiga) y sus demás hijos, a quienes conocía desde la cuna, no sabía si volveríamos a coger alguna otra vez, lo único que me importaba en ese momento era disfrutar de tal pedazo de verga. Sentirla por donde me entrara. Recibirla por todos lados, abrirme toda para él, dando todo de mí para hacer de aquel momento algo sublime y memorable. 
Siempre desde atrás, él Negro alternaba mi concha con mi culo, metiéndomela por ambos lados, haciéndome sentir por uno y otro la férrea consistencia de su virilidad. Era alucinante, sentía que acababa por el culo y por la concha, me mojaba tanto que las sábanas ya estaban empapadas con mi flujo vaginal. En eso me la saca y se echa de costado. 
-¡Que buena estás Gise, te voy a coger hasta que se me ponga azul!- me dijo mientras se la frotaba tentadoramente, y estaba en lo cierto, ya la tenía morada de tanta calentura. 
Me acomodé de costado delante de él y apoyando una pierna por sobre las suyas, me la deje meter por enésima vez. El Negro me la clavó bien profundo y mientras me amasaba las tetas me empezó a coger con ese ritmo que tanto me deliraba. Entraba y salía en toda su extensión, volviendo a alternar las penetraciones con mi culito, hasta que ya no se pudo aguantar más y sacándomela de un tirón, hizo que me pusiera boca arriba. Se colocó de rodillas junto a mí y se la empezó a menear mientras jadeaba desesperado. Yo me mantuve expectante esperando la descarga, entregándole mis tetas, mi cara o mi boca para que me acabara donde quisiera. Generalmente no soy yo la que busca tragarse la leche, no soy una fanática de la tragada, pero si me lo piden no tengo problema, me la trago, sin embargo el Negro no me lo pidió, sino que siguió sacudiéndosela hasta que la leche empezó a saltar para todos lados. Me empapó las tetas, la cara, el pelo con su acabada, e incluso algunas gotitas llegaron hasta mis labios. Cuándo ya pareció que no tenía más para bombear se la agarré, me la metí en la boca y se la chupé… pero ¡oh sorpresa!, no sé de donde le salieron unos cuántos chorritos más de semen que se derramaron directamente en mi garganta. 
-¡Ufffffff negrita… no tengo palabras para decir lo que fue esto!- me dijo entonces, ya un poco más aliviado. 
Yo seguía chupándole la verga, saboreando las últimas gotitas de leche… ¿las últimas? Al menos eso creí, porque aunque ya había acabado abundantemente, seguía con la poronga bien al tope, no había decrecido ni un solo milímetro. 
-¿Sigue dura?- me reí. 
-Es que no me canso de cogerte negrita- me dijo a la vez que se acostaba de espalda, la pija apuntando hacia el techo, dura y erguida como si no hubiera pasado nada todavía. 
Me levanté, me le subí encima, y clavándomela de una, lo empecé a cabalgar con todas mis ganas, subiendo y bajando furiosamente, mientras él me chupaba las tetas, me las besaba y mordía, hasta que volvió a estallar. Me la sacó justo cuándo los lechazos empezaron a dispararse para todos lados, como a quemarropa, empapándome toda la colita con su densa efusividad. Y ahora sí, su erección por fin comenzó a perder fuerza. Me tendí a su lado, lo miré a los ojos y le sonreí resignada. 
-¿Y ahora que hacemos Negro?- le pregunté. 
-Mirá negrita, vos no tenés que sentirte culpable de nada, fue algo que paso, y si no pasaba ahora seguramente iba a pasar en algún otro momento, porque la verdad es que ya te venía teniendo unas ganas bárbaras- me confió. 
-Ok, pero no creas que lo que acabamos de hacer se va a volver una práctica habitual, te aseguro que aunque la pase bien ni se me ocurre volver a repetirlo alguna vez- le advertí. 
-No te preocupes, con lo de ahora me doy por satisfecho, después quién sabe- 
Me limpié con una toalla que tenía en mi habitación, me vestí y mientras el Negro terminaba de arreglar el desperfecto de la sala me aseé rápidamente, todo esto claro sin que mi abuela se diera cuenta de nada. Después de que él se fue me quede a comer unas empanaditas con ella, pensando en que el Negro tenía razón, fue algo que se dio y no tenía porque sentirme culpable por ello. Fue solo sexo. Nada más. 
Y del mejor, por cierto. 

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