Podía ser mi Papá

- Para estar completa, te tenés que coger a alguien que pudiese ser tu papá – me dijo Lorena. 
Mi amiga Lorena tiene algunas teorías locas, como la que dice que para que una mujer esté completa en cuanto a experiencias sexuales se trata, tiene que pasar por diferentes cosas; desvirgarse de manera romántica, sexo casual con alguien que nunca más vas a volver a ver, sexo casual con alguien que tenés que ver todos los días, sexo con un amigo, sexo lésbico, desvirgarte a un chico, ser una perra masoquista, cobrar por sexo al menos una vez, y sexo con alguien mayor a una, alguien de la edad de tu padre. 
A esa última experiencia apunté yo. 
Me vestí bastante gato, tengo que reconocerlo, yo soy más simple, me visto bien pero no como un gato, siempre uso pantalones ajustados, o calzas, musculosa, o remera pegada al cuerpo, en fin, bien vestida pero normal. 
Esa noche me transformé. Me puse un vestidito rojo con un escote bastante generoso, además con los hombros y la espalda al aire, apenas si llegaba a cubrirme unos centímetros mis muslos. Si no tenía cuidado a la hora de sentarme toda mi ropa interior se vería. Me puse una bombacha también roja, bien diminuta que combinaban con el corpiño, un conjunto algo provocador. Me puse botas, me hice un peinado para tratar de parecer mayor de lo que era, en ese momento yo apenas si tenía veintiún años. 
- ¿Uno de cuarenta y dos está bien? – le pregunté a Lorena antes de salir. 
- Si, está perfecto. 
Para una mujer levantarse a un tipo es demasiado fácil. Solo tiene que salir sola, sentarse en la barra del lugar elegido, y esperar no más de quince minutos. Y más aun si esa mujer es bella, y está vestida como una prostituta. Así estaba yo, vestida como una puta, sola y sentada en una barra, bebiendo de pequeños sorbos por la pajita del trago largo. 
No tardaron en acercarse varios chicos. Yo los miraba provocadora y calculaba sus edades. Este tiene veintidós, este veintiséis, treinta, treinta y cuatro. Ninguno tiene edad suficiente para ser mi papá. Hasta que entró al pub él. Vestido de traje azul oscuro, pelo corto y canoso a sus costados, algunas arrugas bajo sus ojos. Calculé su edad, en caso de que esté destrozado debe tener cuarenta, si se mantiene bien debe andar por los cuarenta y cinco. Sí, este puede y va a ser mi papi. 
Se llamaba Eduardo. Tenía cuarenta y tres años. Medía un metro con setenta y cuatro centímetros. Podía ser mi papá. Lo miré con ojos de terrible puta a la vez que metí la pajita en mi boca. No tardó en acercarse a hablarme. 
Me contó que era el dueño de una empresa de venta de autos. Se manejaba con muchísima educación, a diferencia de los pendejos con los que estaba acostumbrada a tratar. Seguro que me quería levar a la cama, pero lo ocultaba demasiado bien. Me compró un trago. Me explicó las ventajas de comprar un cero kilometro en cuotas fijas sin intereses. Yo miraba sus labios, su piel, sus ojos, el nacimiento de su cabello. 
Finalmente, luego de acariciarme el pelo, cosa que me seduce y me conquista, se atrevió a probar mis labios. Yo cerré mis ojos para disfrutar del beso, sus labios era suaves, cálidos, estaban húmedos. Cuando nos separamos y abrí mis ojos el me estaba mirando con ternura, como si realmente fuese su hija, y eso me excitó muchísimo. 
Me compró otro trago. Mientras lo tomaba intercambiaba besos con él. Un sorbo a la pajita, un beso de lengua, y así hasta que el trago se gastó. 
Fuimos hasta su auto, él me dijo que me llevaría a su casa, que yo no tenía obligación de nada, pero yo estaba decidida. Iba a tener sexo con ese hombre. En el auto me pegué a su pecho, abrecé su cuello y comencé a besarlo con pasión desmedida. Luego bajé mi mano hasta le entrepierna, yo esperaba que él me tocara, o algo, pero no, fue un caballero. 
Bajé mi otra mano para desprenderle el botón y bajarle el cierre del pantalón. 
- Sacala acá, dale – susurré producto de mi excitación. 
- No, no, acá no. 
Eduardo me explicó que no era ningún animal para como para tener sexo en un auto, donde todos podían vernos, y que yo era una señorita linda, y que tanta desesperación por el sexo podía hacerme ver fea, vulgar. Me sentí muy pero muy avergonzada. 
- Bueno, en tu casa entonces – dije, y bajé la cabeza como una nena de tres años que acaban de retar. 
Cuando ingresamos en su hogar yo permanecí a la espera que él tomara la iniciativa, cosa que hizo luego de que bebimos una copa de vino. A mí el vino no me gusta, pero lo tomé igual. Finalmente me llevó a los sillones y comenzó a besarme y acariciarme las piernas. No tardé en mojarme, sus besos era increíbles, movía sus labios con un ritmo con el que nunca me habían besado, su lengua era carne viva dentro de mi boca, provocándome placer. Sus manos rozando mis muslos y contorneando mis glúteos me volvían loca. Bajó su boca hasta mi cuello, hacía mucho que no me besaban allí, ya me había olvidado lo sensible que es esa parte del cuerpo, apoyó sus labios y movió su lengua con brusquedad. Yo lancé un gemido, el primero de la noche. Al oírme, él empezó a acariciarme la parte interior de mis muslos, rozando cada tanto mi vagina por encima de la bombacha, que ya estaba empapada. 
Bajé mis manos. Esta vez conseguí desprender su pantalón y bajárselo hasta las rodillas. Él hizo lo mismo con mi vestido, lo desprendió y me lo bajó hasta la cintura, dejando mis senos cubiertos tan solo con la fina tela de mi corpiño. Mis pezones pedían salir volando de mis tetas, estaban erectos como nunca habían estado. Él se percató de ello y por encima de la tela me los movió con su dedo pulgar. Yo volví a gemir y desabroché el corpiño para arrojarlo al suelo, dejando mis pechos al aire. 
De mi cuello, que supuse que debía tener al menos dos marcas producto de sus chupones, bajó para lamer mis pezones. Lancé un alarido agudo cuando su lengua hizo contacto con mi pezón derecho, fue demasiada intensa la cosquilla que me generó como para guardar silencio, además me corrí hacia atrás, pero él se abalanzó sobre mis tetas para seguir chupándolas. Yo me entregué al placer y comencé a gemir sin guardarme nada. Mientras chupaba mi teta derecha presionaba con su mano la izquierda y jugaba con mi pezón. Yo clavé mis garras en sus glúteos. 
Con una mano enganchó el elástico de la bombacha y tironeó con fuerza hacia atrás, arrancándola de mí. Me dolió un poco, debo admitirlo, pero mi vagina ya estaba al descubierto, y antes que el placer y las cosquillas de mis tetas desaparecieran, él ya se encontraba entre mis piernas lamiendo mi concha, depilada en su totalidad, sin dejar un triangulito de vello, ni una línea, nada. Suave como la de una nena para su papi. Por la tarde había tenido la precaución de darme un baño con sales, por lo tanto mi vagina tendría sabor a coco. Su lengua era una víbora buscando una salida del orificio, recorría todo mi ser, lamía mis labios por la derecha, luego la introducía un poco, la sacaba y continuaba lamiendo por la izquierda, iba hasta mi clítoris inflamado, bebía mi flujo. Ese hombre sabía a la perfección como chupar una concha. Yo estaba sujetándolo por la nuca, acariciando con todos mis dedos sus cabellos. 
- Así papito, no pares, así – le decía yo, y él más se embarraba de flujo en la cara. 
Se me entumecieron las mejillas. Luego sentí una piedra en el estómago. Finalmente las cosquillas llegaron hasta mi vagina y el orgasmo se manifestó físicamente no solo con un gemido ensordecedor, sino también con un squirt que bañó la cara de Eduardo. Yo permanecí recostada en el sillón, mareada de placer. Ese hombre que podía ser mi padre me había hecho acabar sin siquiera introducirme un dedo. 
Me sacó el vestido por completo. Levantó mis piernas y comenzó a lamer mi concha de nuevo. Esta vez introduciendo dos dedos. Los sacaba y los metía mientras lamía mi clítoris sensibilizado por el orgasmo que había acabado de tener. 
Sus dedos raspaban por el interior de mi vagina generándome mucho placer. Yo jadeaba cada vez que sus dedos llegaban al fondo. Luego de unos minutos volví a tener un orgasmo. Moví mi pelvis hacia delante y con mi mano sujeté la suya. Permanecí así unos segundos disfrutando de la acabada. 
- Ahora te toca a vos – me dijo, limpiándose mis jugos de su boca. 
Se puso de pie y se quitó la camisa, dejando su torso desnudo. Solo su calzoncillo cubría su desnudez. Yo, como una nena educa me arrodillé y bajé su calzoncillo, dejando su pene al aire. Yo estaba acostumbrada a que cada vez que quitaba un calzoncillo el pene ya se encontraba erecto, claro, siempre había estado con pendejos que se excitaban de nada, pero este no era el caso, Eduardo era un hombre maduro, con experiencia, y si bien su pene estaba alargado no se encontraba duro. Si esa pija iba a pararse era trabajo para mí, dependía de mí, una tarea para recibirme de mujer. Sujeté el miembro y comencé a chuparlo. A diferencia mía, él no estaba depilado. 
Su pene ya estaba alargado por la excitación, pero no estaba duro, yo acostumbrada a sentarme en la falda de un chico y que se le pare, no sabía si sería capaz de excitar a un hombre con tanta experiencia. Mamé su verga lo mejor que pude, deslizaba mi lengua por su tronco como si se tratara de un helado que estaba saboreando, al llegar a la cabeza la presionaba con mi labios entreabiertos y con la lengua lamía la punta, metiendo la puntita en el ojito del pene. Luego lamía la parte de debajo de la cabeza, esa parte que sobresale como un círculo. Mis técnicas estaban dando resultado, su pija se estaba endureciendo. Con una mano lo masturbaba sin dejar de petearlo, con la otra acariciaba sus peludos testículos, la parte de atrás de los huevos es un lugar que a los hombres les gusta que les toquen y pasen la lengua. Eso hice yo. El lanzó un gemido. Me sentí orgullosa. El primer gemido que le robaba a mi papito. Y a todo esto su pija ya estaba dura como un fierro. Con mi boca le hice el amor a ese erecto pene, de tamaño normal, con la curvatura hacia abajo, las mejores pijas son las de curvatura hacia abajo, al meterlas en las vaginas el roce con el clítoris es seguro, por lo que garantiza satisfacción. 
Eduardo se colocó un preservativo extrafino. Y cuando yo pensé que me haría el amor como nunca me lo habían hecho, se recostó boca arriba. 
- Vení bebé, mostrame lo que sabés hacer – me dijo. 
Yo me puse súper nerviosa, me estaba tomando examen. Mi papito me estaba tomando examen, y yo debía montarlo y hacerlo gozar. Acepté el desafío. 
Yo sabía que por la lubricación de mi concha la pija entraría de una, pero me hice la difícil, primero metí la puntita y la retiré, hice eso en varias ocasiones. Luego la introduje hasta la mitad y gemí, cabalgué con suavidad hasta la mitad del tronco por unos segundos. Volví a dejar el miembro afuera, y solo ahí me introduje el pene en su totalidad. 
Lo disfrute muchísimo. Ese pene estaba diseñado a la medida de mi cavidad vaginal. Ni muy grande como para lastimarme y hacerme doler, ni pequeño como para no sentir nada. 
Mientras cabalgaba él presionaba mis pechos, lo hacía con fuerza, nunca me habían apretado las tetas tan fuerte, a decir verdad me dolía, pero era un dolor excitante. Yo me movía bastante fuerte, y jadeaba cada vez que mi culo golpeaba contra sus muslos. Mi vagina producía un chasquido gracias al flujo que estaba despidiendo, y ese hermoso sonido me excitaba aun más, y hacía que me moviera más fuerte. 
- Despacio bebé, despacio – me dijo – Saboreala… 
Yo ya estaba algo sudada y con las respiración entrecortada, que me pidiera más suave fue un alivio. Elevé mi culo lentamente hasta dejar solo la puntita del pene apoyada en la entrada de mi vagina, y bajé suavemente por ese palo, moviéndome hacia delante, no hubo un solo milímetro del interior de mi concha que no se viera raspado por el pene. Gemí. Volví a subir suavemente, bajé más lento. Gemí. Él con sus manos me apretó las nalgas y se puso de pie, y sin retirar su pija de mi interior me recostó, quedando encima de mí. 
Coloqué mis manos en sus glúteos. Me encanta tocarles el culo a los hombres, una mano en cada glúteo. Él comenzó el bombeo, lento, metiéndola hasta el fondo a la vez que suspiraba, la sacaba lento y volvía a meterla meneándose hacia un costado, estaba bailando sobre mí. Tuve un orgasmo repentino. Clavé mis uñas en su espalda y suspiré que acababa. 
- Ahhh, ahh, acabo, acabo – dije entre suaves jadeos, no sé si él comprendió lo que dije. 
A pesar de mi orgasmo él no detuvo su marcha. Su espalda comenzó a mojarse de sudor, cosa que me vuelve loca. A esa altura mis jadeos ya eran gemidos fuertes, casi que estaba gritando, dejando el pudor de lado, entregándome como una perra en celo. Miré su cara, esas muecas de placer que sus ojos, su frente y su boca me regalaban me volvían más loca todavía. ¿Yo estaba generando semejante goce en ese papito? 
Él también me miraba fijo. Supuse que mi cara no sería muy distinta a la suya. Los hombres se calientan mucho al ver a una chica gozando, esas muecas de placer son irresistibles. Antes me avergonzaba mucho que me vieran con esas caras, es el momento de más intimidad que dos personas pueden tener. Pero ahora no, esa timidez no estaba. Yo estaba gozando, y me excitaba saber que él lo sabía. 
Estuvo haciéndome el amor unos quince minutos, durante los cuales yo volví a tener un orgasmo. Se lo dije. 
- Ay papito, me hacés acabar de nuevo… 
Eduardo parecía que no acabaría nunca. Yo acostumbrada a niños eyaculadores precoces, ese polvo ya era el más largo de mi vida, llevaba al menos media hora en mi interior, y yo cada vez más caliente. 
Sacó su pija. Me dio vuelta como si pesara solo medio kilo. Levantó mi culo, separó mis piernas, y volvió a meter su palo en mi vagina. Estábamos haciendo el perrito, y yo era una perra puta que gritaba que sí, que así me gustaba, que no se detuviera. Yo estaba súper excitada, y los buenos modales ya los había perdido, la calentura me convirtió en una cochina. 
- Sí, cogeme así, me gusta papito, me gusta, así, más fuerte… 
Sus huevos golpeaban contra mí, haciendo ese ruidito tan excitante. Volví a tener un orgasmo intenso, el más largo de todos los que había tenido esa noche. Él me daba chirlos en mi cola, primero en un glúteo, luego en otro, eran golpes fuertes, como si fuese una hija a la que hay que castigar. 
- Sí papito, pégame, soy una nena mala, pégame – le decía yo sin dejar de gemir a los gritos. 
Finalmente él comenzó a gemir como un ogro. Esos gemidos me excitaron tanto que tuve un nuevo orgasmo, acabamos juntitos. Quedamos recostados en la cama unos minutos. Él me felicitó por mis cualidades como amante. Yo le dije que había sido el mejor polvo de mi vida. 
Para nosotras las mujeres hay un trofeo de los hombres, tragarnos su leche. Cuando un hombre tiene sexo con una mujer le cuenta a sus amigos, como si la mujer fuese un objeto, un trofeo; bueno, nosotras también tenemos nuestro propio trofeo, la lechita masculina. Tenía que tragarme el semen de ese hombre. No es que me trago la leche de todos los que me cogen, solo de los que son especiales, y este macho que podia ser mi papa lo era. 
- Papi – le dije con cara de nenita haciendo pucherito - ¿Te la puedo chupar de nuevo? 
- Si bebé, chupala… 
Se arrodilló en la cama. Yo me puse en cuatro patas y comencé a mamar. Su pene no tardó en ponerse duro de nuevo. Yo cogía su miembro con mis labios con una voracidad llamativa. Eduardo me sujetaba de la nuca y movía su pelvis al compás de mis movimientos. Su pija estaba caliente, y estaba dentro de mi boca. Él gemía y me pedía que no me detenga. 
Hasta que su verga tembló y yo supe que mi leche estaba en camino. Su primer chorro de semen fue directo a mi garganta, el líquido espeso descendía por mi garganta lentamente, como si fuese un caracol. El segundo chorro permaneció dentro de mi boca y pude degustarlo mejor. Ese semen era agrio, más agrio que los que había probado hasta el momento, más espeso también. Él volvió a recostarse mientras yo tragaba la lechita. 
Me vestí y él se ofreció a llevarme hasta mi casa. Me había cogido mi papito.

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