con el carpintero


Todo empezó cuando aquel pequeño hombre, disimuladamente, no dejaba de verme por la espalda y mientras mi esposa se concentraba para mostrar aquí una ventana y allá una puerta, que debía reparar mi observador, pude advertirlo insistente medir mis piernas, mi cintura y soñar con mi trasero. Para qué mentir? Mi primera reacción fue de molestia y estaba a punto de decirle a mi mujer que lo hechara… pero … cómo le explicaba a ella eso? Intuí que pensaría que algo raro me pasaba pues ella, siendo mujer, no notaba nada. 

Esperaba que ella lo pescara, pero hábil el chaparro no dejaba rastros. Intenté ponerme entre ella y él para que mi mujer tuviera más oportunidad de sorprenderlo, pero nada; al hacer esto intentaba llamar la atención de ambos, pero sólo él me atrapaba con su vista cuando me agaché a mirar el rodapié, o cuando coloqué la escalera abriendome para que quedara segura, o cuando pegado a la pared alcé mis brazos y me estiré sobre las puntas de mis pies para medir la altura de la ventana, mi culo se respingó. Noté que lo estremecí. Y eso me enredó la cabeza. Se me subió la sangre al rostro, pero ahora no de molestia sino de una inexplicabe urgencia y confusión… acaso aquel hombre creía que lo tentaba y que me agradaba su atención? 

Sentí algo por él. Me demostraba contemplación (a espaldas de mi mujer que me dio morbo) y yo le resultaba atractivo, y frente a mi ya no lo podía disimular. Aunque no dejaba de incomodarme que me viera con ojos de hombre, con hambre, de comerme a mí como hembra. Aún con la diferencia entre nos: yo de piel algo clara y él de piel cobriza, yo de 1.78 metro de altura, él no pasaría de 1.65, yo de piel clara con vellos castaños y él de piel cobriza, con pelo negrísimo, yo delgado, de piernas largas, él de contextura mediana, muy fuerte, piernas cortas, unos 10 años mayor. Lo sentí hombre seguro y experimentado en aquellas cosas y no sé porque pude imaginar que en sus manos cualquiera estaba seguro o segura. Me fui al fondo de la casa a un amplio patio con corredor y ya no volví con ellos. 

Aquel día se fue, pero mi mujer y yo debíamos decidir quién, de varios ofertantes, nos realizaría el trabajo. Se fue, pero aquella semana me dejó pensando y sintiendo como mujer sobre todo en momentos que sentía ganas de sexo y cuando lograba sexo con mi mujer o con mi amante de la Universidad, o cuando miraba videos cachondos, o alguna chica por la calle y me ponía erecto. Se me venía a la mente su mirada llena de lascivia y deseo, lo sentía en mi espalda. Me estremecía su deseo por mi. Desde entonces cambié un tanto mi comportamiento, prefería la autocomplacencia, así que un día en el baño, sólo, mientras me pajeaba pensando en un video de Sylvia Saint, se me cruzó inesperado lo que ocurrió aquella mañana y descubrí el placer de pajearme con una mano y con la otra frotarme el culo metiendo mi dedo hasta el fondo, mientras se agitaban mis caderas y cintura hasta expulsar mis chorros de aliento y vida. 

Con una mezcla de deseo y mala gana, di mi visto bueno a la oferta de don Ricardo. Serían dos días de trabajo y por suerte mi mujer estaría en casa. Así fue, el primer día vino acompañado de un ayudante y avanzaron mucho; para el segundo día llegó sólo, diciendo que más tarde llegaría el ayudante pero éste nunca apareció y por supuesto no terminó el trabajo. Acordó mi mujer con él que el siguiente día terminaría, y qué casualidad que para ese día habíamos planeado que ella asistiría a una conferencia sobre derechos humanos y medio ambiente, y yo quedaría cuidando la casa y haciendo los quehaceres. Se me hizo claro que don Ricardo planeó llegar ese día, que nos había escuchado días atrás cuando recibimos la llamada de invitación y decidimos que mi mujer fuera a la conferencia. 

Quise cambiar las cosas pero sin mucha fuerza pues ese año yo había salido del país dos veces y asistido a un seminario de mi interés; ella no, y estaba entusiasmada. 

Cuando don Ricardo llegó, yo estaba en el baño bajándome una calentura y mi mujer se estaba despidiendo. Quedamos sólos. Estas cosas a veces nos llenan de ansiedad, será la curiosidad por algo nuevo que se intuye irresistible, será el saber que perturbas a una persona, o el saber que ella te perturba. No salía del baño, no quería pero también quería verlo; quería ver su cara de emoción contenida ante mi presencia, y yo no quería perder la cabeza. Sonó el teléfono en nuestra habitación y le pedí en voz alta a don Ricardo que por favor contestara y no sé qué me pasó pues notando que él me había escuchado y que ya entraba a la habitación seguí llamándolo en voz alta, simulando que no lo oía, y por ese motivo salí del baño, apurado -sabiéndolo en mi cuarto- en toalla y con las sandalias de mi mujer. 

No pudo contestar el teléfono. Me vio y su pecho se agitaba. Yo tratando de ignorarlo, le pedí el teléfono y le di las gracias sin decirle que saliera pero dándole la espalda. Advertí que se retiraba lentamente y yo fugaz pude verlo: sus ojos brillantes y por segundos desorbitados viéndome con lujuria mis pies, mis pantorrillas, mi trasero que estiraba provocador. Me senté en la cama cruzando las piernas, jugueteé con las sandalias casi sin verlo, mientras él terminaba de salir. 

UUFFFF! Me hice una paja colosal. El no terminó el trabajo. Después de vestirme y salir a "enfrentarlo", con mi sensatez en su lugar, él se disculpó aduciendo un súbito dolor de cabeza y luego me pidió que le dijera a mi mujer que "llegaré mañana si a ella no le preocupa" y que le avisara por teléfono. Mi mujer dijo que sí pero yo decidí por mi cuenta con más emoción que razón, llamarlo y decirle que llegara el próximo martes, día de Santiago, cuando sé que mi mujer va a las fiestas paganas que se celebran en su ciudad donde duerme y llega hasta el día siguiente; a mi mujer le dije que él contestó que podía llegar sólo aquel día de Santiago. Mi mujer me encargó de nuevo al tal señor y su trabajo. Me sentía una puta a cada momento y a veces me daba un arrepentimiento, que con nadie compartí, pero no me pesa. 

Ese martes, mi mujer salió más temprano por el viaje. Yo me metí al baño y temblando de turbación pensaba en cortar todo aquello y olvidarme, al fin y al cabo nunca antes un hombre me había visto así y no creía que volviera a pasarme semejante alteración. Pero no lo hice. Mientras estiraba mis piernas una a una simulando una seducción se me ocurrió –arranques de la vida- imaginármelas depiladas y en un minuto las dejé lisas, y cuando las embadurnaba de crema humectante recordé cómo lo hacía mi mujer -y así lo consumé-, y de nuevo recordé que no era para ella que hacía semejante acto… era para un hombre y otra vez quise que él estuviera ahí admirándome, codiciándome, proponiéndome. 

Por fin llegó. Vino con ese día soleado, de hojas brillantes y clima fresco que me sobrecogía. Tardé un tanto en abrir pues simulé salir a la carrera del baño; salí otra vez en toalla ahora anudada al pecho como las mujeres y con las sandalias de plataforma sólida y color crema de mi mujer, debajo me puse un tanga que me servía para ocultar mi erección, y que desde hacía días había escogido. Ahí de frente a mi, otra vez sentí mi poder sobre él, pero también, fui sensible al suyo sobre mi. 

Lo volví loco. Y yo con mi juego, me volvía loca. Pasaba a la cocina y me dejaba ver. Me tumbé en el sofá para hablar por teléfono con mi mujer y quedó mi perfil con las piernas cruzadas pero encogidas sobre mi, mostrando mis muslos torneados ahora sin vellos y mi trasero compacto, sólido y voluminoso al ver. Me senté en la sala a hacerme los pies, mientras él sobre la escalera intentaba colocar las nuevas ventanas. 

En ocaciones me preguntaba mi opinión y yo un tanto parco le contestaba, esquivando su mirada de fuego; luego fui yo quien pasó a preguntarle, de su persona, que si quería refresco (y con él se tomó una pastillita), que si le gustaba lo que iba a preparar de almuerzo, que tuviera cuidado y no se cayera, que si era casado… Hasta que cuando se me había secado el esmalte de las uñas de mis pies, me pidió que le ayudara que el ayudante le hacía falta. Me pidió que me montara en la escalera mientras él quedaba abajo; nos rozamos por primera vez, mi corazón dio un vuelco. Subí temblando sabiendo que me admiraba las piernas y mi culito y que no era para ayudarle que me mandó arriba. 

Cuando bajaba me dijo que esperara que si le dejaba ver mis pies a través de las sandalias y los tocó primero con sus manos toscas y luego acercó sus labios y los posó suavemente sobre cada uno de mis deditos. Lo observaba y con mucho cuidado –para no demostrarle desagrado- seguí bajando lentamente, hasta que me apoyè en sus hombros para ayudarme a bajar y ahí fue cuando me abrazó y me dejé abrazar simulando una ayuda para bajar, pero ya no me soltó. 

Me llevó en brazos al sofá y sin dejarme de abrazar me acariciaba las piernas y frotaba mis nalgas, se puso detrás de mí mientras pasaba un brazo sobre mi cintura atrayéndome hacia él y con la otra mano mimaba mi espalda, mi cuello y mi cabello. Parte de lo soñado se cumplía. Sentí su aliento atrás mío, en mis orejas y mi nuca. 

Mi turca se paró, pero metida en aquella tanguita y presionada contra el sofá, se frotaba al vaivén del gusto de mi poseedor. Sin verlo escuché sus susurros casi gemidos de placer, diciéndome "culito rico", que lo tenía loco, que no sabía cómo se contenía, que me iba a hacer rico… Ahí mi cabeza quiso reaccionar en medio de aquel mar de pasión, y mientras me decía y me hacía (ya sentía su miembro duro todavía guardado bajo su pantalón) y su lengua rozando mi nuca y sus dientes mordisqueando mis lóbulos, y sus manos tocándome como a una obra de arte, imaginé que debía parar, que me iba a doler, que no habría vuelta atrás. Como pude se lo dije, jadeando y queriéndome zafar. El bajó la presión pero sin soltarme del todo. 

Sujetándome se puso de frente, sentados en el sofá y viéndome a los ojos, con respiración anhelante después de aquel primer tiempo de lidiar por el placer, me explicaba y yo me sobrecogía; me prometía sin dejar de abrazarme, yo tenía miedo y deseo, quería estar seguro bien sea de irme de ahí, o de que algo divino estaba por llegar, hasta que me pidió que le tocara. Fue la primera vez. Mi curiosidad fue colmada por un sentimiento primero ambiguo, fuerte pero nada agresivo, de plano agradable en aquella intimidad, me pidió que la sacara y luego de cumplir su deseo con aquella carne dura y tibia llenándome la mano de su jugo preseminal, pude ver un pene erecto no muy grande pero que palpitaba con fuerza. 

De inmediato me abrazó y puso mi rostro sobre su pecho ahora desnudo y guió mi mano hasta el tronco de su miembro, dándome confianza, pues hacer aquello sin verlo a la cara y abrazado por él, me permitía una libertad que a cada segundo me envolvía por más y nuevas emociones; era su pene lo que miraba y su abrazo me confortaba. 

El no llegó a pedírmelo, pero con mi mente congestionada, no obstante, sabiendo lo que hacía, ya sin tiempo de arrepentirme, bajé hasta su pene. Por segundos no sabía por donde empezar hasta que decidí llevar mi boca hasta la base de sus huevos encogidos y con mi lengua lo lamí, le mojé sus testículos y pasé mi lengua por la parte posterior de su verga desde el tronco hasta el meato, y puesto ahí, introducírme su glande en mi boca ya fue una necesidad para mi. 

Ahí estaba yo, de rodillas, sólo con una diminuta tanga, con las sandalias de mi mujer, con pies suaves y uñas pintadas de esmalte, con mi cuerpo depilado, buscando con mi boca, lengua y garganta en el centro del cuerpo de aquel macho. Hasta entonces me di cuenta del poder del que mama. En ocasiones me retiraba de su miembro sólo para verle el rostro pleno o para apreciar lo que me comía y él me rogaba que siguiera, cuando hice un gesto de retirarme y dar por concluido aquello (nada más lejano de mi deseo en verdad) me imploró que no me detuviera y, me di cuenta que lo tenía. 

Y yo? Por explotar. Pero yo no quería cojérmelo, mi fantasía era ser seducido y tomado por un macho. A ese punto me habían llevado sus miradas y sus insinuaciones. Yo quería quizás que me mamara la verga… pero con seguridad lo que ahora quería, era que me cojiera. Ahora él estaba desnudo y mi tanguita voló, me puso a mil el desequilibrio combinado de nuestros cuerpos (color, cuidados, tamaños). Me dejé hacer pero teniendo de reserva en mi mente, la decisión de terminar en cuanto sintiera una agresión de su parte. 

Me besó los pies, se los puso en su pene y yo le froté los testículos y las piernas y cuando se los ponía en su pecho él me tomó de los tobillos, alzó separando mis piernas y luego flexionándolas sobre mi pecho; su rostro se fue sobre mi abertura, la punta de su lengua fue la primera en hacer contacto, y quise cerrar mi culito pero se abrió sólo de inmediato; estaba preparado para saltar y huir, pero ahí no más fue toda su lengua que abarcaba todo mi hoyito, me estaban mamando el culo y yo me dejaba loco de placer. Corría su boca desde mi culito hasta la base de mis huevos y viceversa, mi pene se templaba como mástil en tormenta, yo no tenía resistencia. 

Ahora era yo quien se abría las nalgas y abría mis piernas para que su lengua penetrara cuanto quisiese, arriba podía ver mis pies bien hechos y cuidados colocándolos a veces sobre sus hombros. De pronto se iba hasta mi boca me daba un beso apasionado que me domaba, y su lengua cedía lugar a uno, dos dedos suyos, y volvía su lengua a mi orto y una mano a mi pecho y la otra metía sus dedos en mi boca y yo los mamaba con locura, como queriendo pagarle o responderle por lo que me regalaba. Fue un movimiento maestro de él, que de pronto estabamos como en posicion de sesenta y nueve; llevó hasta su boca mi verga y sus manos abrían mi culo, primero un dedo de cada mano y luego fueron tres, despacio pero con firmeza me amasaba el choto. Yo enloquecido por el placer de mi verga mamada no sentía dolor en mi culito y ahí sí que deseé que me cojiera. 

Pero no lo hizo. Con tres dedos de su mano izquierda dentro de mí, su mano derecha me masturba y él me estampa un beso de muerte en la boca; yo terminé de masturbarme y fue una locura ver su cabello y su rostro, y mis piernas y mis manos llenas de semen. Cuando terminaban mis convulsiones sus manos me pusieron en posición de perrito y antes que reaccionara me mamaba el culo abriéndolo. 

Qué delicia! Me soltó. Me dejé caer desfallecido sobre el sofá, con una mezcla de placer, orgullo, vergüenza, pero sin pensar en el mañana, satisfecho, agradecido. Lo vi caminar con su pene erecto -haciendo aquellos movimientos hacia arriba- y traerme agua para tomar y papel para limpiarme. Lo sentí a mi lado, acurrucándome. Lo vi al rostro, y lo besé con ternura. Su pene todavía duro tocaba mi vientre y bajé mi mano para tomarlo y darle a entender que lo quería. 

Quizás pasó media hora cuando desperté. Ricardo se había duchado y preparaba unos bocadillos con jamón, plátano y un plato de arroz criollo. Casi no hablaba pero me miraba con aquella mirada de lujuria que me ponía cachondo pues revelaba mi influencia sobre él, y mantenía aquella relación macho-hembra. Me dio de comer. Me fui a la ducha y los recuerdos y las imágenes de lo que acababa de vivir no se me iban. Aún pensaba el porqué Ricardo no me cojió cuando tuvo mi culo a su disposición, es más mi consentimiento estaba dado… La ducha me elevó la líbido. 

Estaba secándome cuando escuché que Ricardo entraba a la habitación, andaba en calzoncillos y mostraba una barriguita –que antes no advertí bien- que me dio ganas de besar. Inspeccionó la puerta del closet de mi mujer pero noté que puso más atención a los objetos de ella: medias lisas, de rejilla, negras, color carne, transparentes, con liguero; zapatos, zapatillas, sandalias de todo tipo. Sacó un conjunto de color negro y me dijo que me lo pusiera para él, me pidió un par de zapatos de plataforma de las que usan las bailarinas de table dance que usó mi mujer el día de los disfraces. Qué cosas. No lo dudé ni un segundo, pero frente a él me hice de rogar. Hasta que se acercó y abranzándome sentí su miembro, que me agitó, y otra vez con voluntad de hembra cedí ante su sonrisa lasciva y su seguridad de macho. 

Ahí estaba yo, con un hombre tumbado en mi cama, con su pene erecto por mí, besandolo todo y midiendo mi valor para comermelo con mi culo; creo que mi placer era darle el mayor placer a él, mi recompensa sería ser tomada para placer de mi poseedor, quería agradarlo y darle el gusto que quisiera. Después que accedí a ponerme piezas de mi mujer me puso en posición de perrito y me dio una chupada y mamada de nalgas que me puso a mil, manipulando mi ano a su placer. Hechado, Ricardo tiene el condón puesto y yo mi culito untado de crema. 

Crucé una pierna sobre su torso mientras él me dice palabras dulces y me toma las manos. Mis nalgas descansan sobre su vientre, atrás siento su pene que me roza la cola. Las medias color carne las tengo hasta los tobillos y advierto que Ricardo admira también mis pies, el esmalte los realza en el contraste con la media. Los zapatos de plataforma brillantes están sobre la cama y a veces me rozan las pantorrillas. 

Tengo puesta la tanga que se me mete entre mis nalgotas y roza mi orificio. Perdiendo la cabeza poco a poco casi deseando que pase lo que pase, me agacho para besar al hombre y al hacerlo mi cintura debe moverse hacia atrás y se abre mi gancho y su pene toca mi orto sin penetrarlo, pero está aprisionándose entre los cachetes de mis nalgas. Tiemblo emocionado. Mis besos son correspondidos y ya mis labios pierden algo del carmín. Siento su olor de macho y sus manos sobre mi cintura, suaves pero firmes, y una de ellas acaricia mi culo apartando la tira de la tanga y metiendo luego dos dedos. Su lengua contra la mía. No me suelto de sus labios mientras muevo mi trasero presionando su pene un poco más fuerte, buscando. El entiende. Juntos encontramos el punto y sin dejar de ser besado, acomodo su carne tiesa. Yo empujo con poca fuerza varias veces, él queda quieto, siento un placer indescriptible, apenas una pequeña porción de la cabeza ha entrado y ya nos vemos a los ojos jadendo ambos. 

He sentido que mi culo se mueve involuntariamente abriéndose y cerrándose, abriéndose y apretando, su cabeza es la que goza, el gusto me hizo susurrar varias veces "qué rico". Me detengo. Es el momento de una decisión importante, sostengo su pene por la base y lo muevo remolineando la entrada de mi ano, apenas la cabeza empieza a entrar y empujo fuerte hacia abajo, siento un dolor que, al aflorar tan después de tanto placer, no hace más que darme más placer; empujo otra vez fuerte hacia abajo y ahora Ricardo lo hizo hacia arriba y entró la mitad, siento el desgarro pero no doy lugar al terror. El me abraza, me ve a los ojos, me besa, me dice cosas que casi no escucho pero que entiendo llenas de ternura. Me ha dolido y no quiero moverme por unos segundos, me reconforta la fuerza con que me sujeta como para no dejarme ir, como para darme confianza, mi rostro sonrojado y mis ojos llorositos. 

El queda quieto. Me adapté a aquel intruso bienvenido y moví mi trasero para un lado y para otro y en un movimiento firme aunque lento me dejé ir hasta abajo, para que incursionara hasta mi fondo. Mi espalda se arquea y mi trasero, aprisionador, lo estiro voluptuoso, sobre el hombre. Mis piernas largas y mi culo están tremendamente abiertos, mi boca también se abre para buscar la suya y para expresarle agradecimientos. Así quería que me tuviera, sintiendo cosquillas en las profundidades de mi ano y siendo utilizado para dar placer. 

Mi pene que había bajado un poco al entrar el macho en mí, se ha vuelto a poner erecto. Pero no me estorba. Creo sentir que mi culito aprieta su sexo y en voz baja con sonido gutural le pregunto sin esperar respuesta. 

Ya no me duele y mis rodillas empujan levemente hacia arriba, y con fuerza dejo caer mis nalgas sobre el centro de Ricardo, una y otra vez; me engolosino y sin sacar su verga y manteniéndome sentado sobre él, muevo mis piernas hacia su pecho, veo que lo enloquezco quiere besarme los pies y lo dejo, me quita una media y lame mis dedos deteniéndose en aquellos dos que llevan un pequeño anillo de plata que hizo ponerme; quiere sentir el nylon de mi otro pie en su rostro, en su pecho, en sus manos, me acaricia y lame la pantorrilla desnuda. Ahora lo cabalgo sin levantarme mucho de su vientre, logro movimientos hacia delante y hacia atrás que llevan su verga prensada a mi culo. Sus balbuceos me dicen que me masturbe y cedo un poco de movimiento sobre mi potro para coordinar mi otro placer, entonces empecé a sentir que el macho se movía más fuerte hacia arriba, su verga se engrosaba una y otra vez dentro de mi!!! Soldé mi trasero a él. 

Me sostuvo por mis brazos y gimió en un éxtasis entre moribundo y gozoso. Verlo así, poseyéndome, enloquecido por mi, guiándome para hacerme suya, como lo planeó desde el primer día, me hizo explotar de semen que bañó su pecho y su vientre. Me doblé sobre él, aún ensartado, y le susurré ya no recuerdo qué cosas que él agradeció con una sonrisa. Nos dorminos.

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