Horas Extra (2: Almorzando carne... por el culo)


Hola de nuevo, soy Lucía. Los que no me conozcan y por consiguiente, no saben por qué ando tan preocupado, les invito a que lean mi testimonio intitulado Horas Extra. De los eventos que ocurrieron allí, han pasado dos semanas, en las que muchos colegas me quedan viendo extraño, en especial mi superiora, Eleanor Williams, que me veía extraño y casi riéndose. Antes no la describí, pero ahora que se involucra más, aquí va: ella es rubia, muy, muy elegante, tiene 34, sus ojos son de un azul eléctrico y su piel estaba bronceada, lo que la hacía ver muy apetecible… para los hombres, digo.
Durante esas dos semanas anduve bien atenta, casi como una intrusa dentro del edificio, asomándome por cada esquina antes de avanzar… rehuyendo a don Esteban, evitando que me "pesque", porque había prometido reventarme el asterisco… y con ese animalón, era algo para preocuparse de verdad.
Pues, un fatídico lunes, llegué por la mañana a mi escritorio, ante la oficina de la Srita. Williams, un poco tarde debido a un atolladero en el tráfico. Apenas me senté, la puerta de mi jefa se abrió y salió conversando sobre los vidrios… con don Esteban, que de inmediato me miró y esbozó una mueca zumbona, yo sólo supe bajar mis ojos, no sin antes ver que mi jefa notó mi reacción, alzando su delgada ceja.
-Sobre lo que hablamos, todo será como le dije, no se preocupe, don Esteban -terminó diciéndole Eleanor, a lo que el orondo conserje asintió y me saludó: Buenos días, señorita.
-Buenos días -musité, con un hilo de voz.
Mientras don Esteban se marchaba, mi jefa no dejó de mirarme con expresión divertida, ¿acaso lo sabría? Me pidió que la acompañara a su oficina, para encargarme algunas transcripciones. Platicamos sobre el trabajo del día, le conté del tráfico y ella me disculpó… pero había algo distinto en ella, entonces disparó:
-¿Cuál es tu problema con don Esteban, Lucía?
Me quedé boqueando unos instantes, ante lo inesperado de la pregunta, no podía contarle lo del otro día, por cuestiones morales, así como también habría riesgo de que nos despidieran a mí, a él y a doña Jimena…
-No, ninguno, él… es muy correcto… -dije.
Eleanor me miró sonriente, y preguntó de nuevo:
-¿Te ha hecho algo, te piropea, ha llegado a tocarte?
-No, no, no, en absoluto… no pasa nada, en serio…
-Si alguien se porta mal contigo debes decírmelo, sabes que no toleramos el comportamiento inmoral, puedes bajar a la cafetería por la escaleras de emergencia, si quieres, te presto la llave…
Me quedé vacilando, si tomaba la llave sería una aceptación tácita de que algo andaba mal, pero estaba cansada de bajar a la cafetería a lomisión imposible, así que tomé la llave y le agradecía.
-Ok, Lucía, retírate… -me dijo, pero justo en ese instante noté una misteriosa manchita en el cuello de su blusa, pero en ese momento no imaginé nada más, debido a sus ojos brillantes observándome.
Poco a poco, las horas fueron pasando, y finalmente, dieron las doce. Abrí la puerta a las escaleras de emergencia y empecé a bajar, hasta llegar al -para mí- lúgubre piso octavo, cuál no sería mi sorpresa al ver que había otro cuartito de limpieza. Sentí un repentino escalofrío y seguí…
Pero, entonces, para mi horror, de la nada, me pegaron una tremenda nalgada y una voz muy conocida me dijo: Pequeña, ¡te pesqué!
Y antes de dejarme responderle algo, fui a dar dentro del más estrecho cuarto de limpieza, con mangueras para incendio y otras cosas. Don Esteban me lamió mi cara sudorosa, y yo todavía en shock. Sus manos gigantescas recorrieron mi cuerpecito tembloroso, no sé si de miedo o de excitación, sea como sea, ningún hombre me había dado lo que ese conserje cincuentón me provocó la vez pasada.
-Espera, espera -le dije, mientras me besaba la cara y me rozaba su barba de días…
-¿Qué quieres? Yo soy un hombre de palabra, y cumplo lo que prometo -me dijo, asustándome.
-Está bien que seas así, pero es que… me da miedo que hagas eso conmigo…
-¿Qué cosa?, no te entiendo, amorcito.
-Que… que… tengamos sexo anal…
-No te preocupes, bombón, mira lo que traje -y se sacó un botecito de lubricante de la bolsa de su pantalón gris.
Creo que me reí de puro nerviosismo.
-¿Acaso no gozaste conmigo, perrita?
-Sí, sí, estuvo genial… escucha, hagamos todo lo demás, si quieres te la mamo y luego me follas pero…
Y puso uno de sus gruesos dedos sobre mis labios.
-Escúcheme, Lucía, su culo va a ser mío, no mañana, ni la otra semana… ahora, relájese y deje que suceda. De usted depende si la lastimo -y me abrazó, besándome en la boca, y levantándome la falda y acariciando mis nalgas, derritiéndome a mi pesar.
-Desnúdate -me dijo, suavemente.
Y ya siguiéndole el juego, me quité el saquito de mi traje, y don Esteban me desabotonó la blusa, besándome los senos mientras me quitaba el sostén rosado…
-Mi bombón… mi bombón… -susurraba, lamiéndome el pecho, chupándome los pezones.
Don Esteban apartó unas herramientas de una mesa de madera, y me subió en ella, quitándome la falda y luego mi calzón, también rosado, que junto a mi sostén, se los guardó en la bolsa de su pantalón.
-Si seguimos cogiendo vas a dejarme sin ropa interior, amor -le dije, cada vez más excitada, eso fue bueno porque mi temor se apagó un poco. Don Esteban me tomó de la barbilla y me besó. Acercó una silla y, sentándose, hundió su cara en mi coño, y su lengua caliente hizo milagros en mí… pronto me encontré aferrando su cabeza entrecana con ambas manos, gimoteando como una puta hasta que logré correrme, profiriendo un buen alarido.
Don Esteban, entonces, me ayudó a bajarme de la mesa. Giró la silla y me sentó en ella, acercándose a mí. Lo miré, mis ojos destilando deseo, y yo solita le bajé la cremallera y metí mis manos en busca de ese fantástico gusano que me hizo lloriquear hace dos semanas. Apenas empezó a asomarse, yo ya me había abalanzado a lamerlo y besuquearlo… cuando por fin salió, lo puse duro mamando como posesa, haciendo suspirar a mi amado conserje, que se apoyó en la mesa y sujetó mi cabeza con su otra mano, obligándome a tragarme lo más posible esa carne exquisita, lamentando sinceramente no tener una garganta más profunda… Me sacó la verga de la boca y otra vez, la levantó para que le chupara los guevos, cosa que hice muy a gusto.
-Eres una buena puta cuando uno te pesca, porque sabes escurrirte -me dijo.
Lo miré y le sonreí, engullendo de nuevo ese pedazo de polla.
-Ensalívala bien, buscota, a ti te conviene.
Le guiñé un ojo y me dediqué a bañar con mi saliva todo ese maravilloso cipote.
-Espera -me dijo, y me puso de pie, me dio un beso en la boca y con el pie empujó la silla hasta el fondo, me dio vuelta y me apoyé de brazos sobre la mesa. Cerré mis ojos, por fin, lo que estuve temiendo todos estos días, al fin iba a sucederme… el conserje me iba a culear.
Suspiré, estremeciéndome toda cuando sentí su lengua en mi ano, dándome deliciosos besos negros, causándome espasmos de puro placer. Gemí entonces al sentir el lubricante chorreando en mis nalgas, así como los dedotes de don Esteban metiéndose en mi culo.
-¡Oh, Dios mío! -exclamé, aterrada por el grosor de esos dedos, consciente de lo que me esperaba después.
Seguí jadeando un rato, en el que don Esteban masajeó y lubricó mi culo.
-Prepárate, ramera -me dijo, y apoyó su glande en mi ano.
Abrí mi boca y cerré mis ojos, y creo que quedé en shock cuando Esteban empujó su órgano en mi culo estrecho, él me tomó de la cintura y siguió entrando, despacio.
-¡Santo cielo, me vas a matar! -grité.
-Calma, bombón, ni he terminado de meterme mi cabeza -respondió, un poco sofocado.
Creo que volví a reírme de puro nerviosismo y Esteban volvió a pugnar contra mi recto. Grité y el me dijo: Ya entró, ya pasó lo peor, preciosa.
Yo estaba casi desvanecida, pero Esteban se inclinó para acariciar mis senos, prosiguiendo su dolorosa invasión a mi trasero. Me lamió la oreja y movió su cadera de súbito, metiéndose más y sacándome otro alarido.
-Te va a doler un rato, pero te va a gustar, putita, después sólo por el culo vas a querer -me decía, en tanto yo estaba como en trance, mugiendo.
Entonces recuerdo haber gritado, a lo que el conserje me dijo que acababa de meterme hasta media polla. Y empezó un leve mete y saca, dilatando mi culo, y entonces me embargó un brutal placer que jamás había sospechado que existiera. Hasta sonreí y moví mis caderas para disfrutar más aquello. Ya había tenido sexo anal varias veces, pero nunca con vergas así de ciclópeas.
-¿Ves? Ya te está gustando, zorra -me dijo-, pero todavía te la quiero meter toda.
-Adelante, papi, soy toda tuya -le dije, sin poder creer que se lo decía al conserje de mi trabajo.
Poco a poco, ya cuando me había acostumbrado a ese tubo en mi culo, sentí que don Esteban empezaba a meterme más carne, creo que hasta se me erizaron los pelos, sentía que me estaban partiendo en dos, como si de un camión se tratase.
-Grita, pequeña, aquí nadie puede escucharte -dijo Esteban, también jadeando.
Chillé, gozando y sufriendo cada milímetro de verga que entraba en mí, incluso lloré… de placer, nunca me había pasado. Don Esteban siguió entrando por un tiempo que me pareció infinito, yo casi ni podía moverme cuando sentí sus guevos bamboleando y chocando contra mi coño empapado. Yo ya ni gritaba, de mi boca, aunque abierta al máximo, ya no salía un sonido. Don Esteban me la sacó un poquito y empezó su mete y saca.
-¡Aaaaaahhhh!
-Dulzura, bombón hermoso, ¿qué tienes?
Y casi me muero de terror al recordar el "método Esteban de follar", o sea, sacar cada vez más para meter más hasta sacarla toda e incrustarla de golpe. Cuando sentí que Esteban se disponía a eso… me corrí… señores… deseaba eso…
-¡Mi vida, hazme tuya, me vuelves loca! -grité, y Esteban se rió, follándome.
Fue la media hora más hermosa de mi vida, Esteban iba sacándomela poco a poco, causándome un sufrimiento exquisito, por paradójico que suene, mi conserje amado seguía chorreando su lubricante helado… a ese momento yo ya me reía, esperando el glorioso momento en que iban a empalarme esa estaca de un solo golpe… en mi culito ansioso.
Por fin, don Esteban me la sacó toda, y me la metió de una sola vez. Recuerdo que grité y me temblaron las piernas, corriéndome de nuevo, pero mi conserje me sostuvo, y de nuevo, me la sacó, dejando su glande dentro de mí y penetrándome otra vez con violencia, haciéndome llorar… repitiendo su sádico empalamiento una y otra vez… para mi dolor y extremo placer…
Recuerdo que don Esteban me dejó arrodillarme en el piso, sosteniendo mi cabeza en su mano, mientras se pajeaba y me cacheteaba con su animal, cuando recuperé un poco el conocimiento me dediqué a almorzar ese cipotón, haciendo jadear a mi amado conserje hasta que me la sacó de la boca y se corrió en mi cara, cacheteándome y metiéndomela en la boca para que se la limpiara, luego se hincó y lamió su propio semen de mi cara, poniéndome a mil, besándonos con nuestras lenguas untadas en su deliciosa leche.
-Eres la puta más buena que me he tirado en mi vida, apuesto que ninguno de esos mariconcitos con los que follas te han agarrado así como yo lo hago -me decía.
-Ninguno, son maricones, usted es un hombre -le dije.
Me ayudó a vestirme, porque las piernas me temblaban, pero no me devolvió mi ropa interior rosada.
-¿Me podrías ayudar a subir al décimo piso? -le pregunté, ruborizándome, ya recuperando mis cabales…
-Preciosa… -me dijo.
Me ayudó a subir, tomándome de mi culo, que me escocía de modo infernal, dándome besitos en mi mejilla. Cuando vimos que faltaban pocos minutos para la 1 de la tarde, me cargó en sus brazos. Yo iba sonrojadísima, debatiéndome sobre qué clase de sentimiento me inspiraba ese hombre. Finalmente me bajó ante la puerta de emergencia del décimo piso.
Me besó varios minutos.
-¿Te hice daño? -me preguntó.
Yo me puse como un tomate, y respondí: Pues no, no creo.
-Bueno, pequeña, hasta la próxima vez que te pesque -y me acarició el mentón-, tan remilgada que quieres parecer y tan puta que eres de verdad.
Sólo supe reírme. Don Esteban decía algo muy cierto. Luego descendió por las gradas y lo seguí con la mirada. Le pertenecía. Es increíble cómo una buena polla puede atarnos a alguien. Me mojé sólo con desear la próxima vez que me taladrara el culo, que me dolía muchísimo.
Apenas llegué a mi escritorio, caminando bien despacio, Eleanor me esperaba, sin poder reprimir una medio sonrisa cuando me miró.
-Te ves mal, Lucía -me dijo.
-Sí, es que me cayó pesado algo que comí… -respondí, ruborizándome.
-Depende por dónde lo comas… -me pareció que dijo, quedamente.
-¿Cómo dijo, disculpe?
-Ah, no es nada, sólo hablaba conmigo misma, ¿por qué no te sientas?
-Oh, es que… creo que… quiero ver por la ventana un rato… siempre lo hago después de almorzar…
Eleanor se rió un poco y me dijo: Está bien, como quieras, la vida hay que vivirla, y comerla por dónde sea… -y se encerró en su oficina.
Yo estaba muerta de los nervios, muy mojada, suspirando por aquél conserje cincuentón, mas preguntándome si mi jefa habría arreglado que me culearan en las escaleras de emergencia… la respuesta vendría… después… pasé toda la tarde sin sentarme…

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