Durante el recital


mirarla a ella, con esa remerita corta y naranja que dejaba entrever su cintura,
y ese pantalón negro y ajustado que le llegaba hasta antes de sus tobillos. Su
gran culo se destacaba por sobre los demás atributos. A medida que pasaba el
tiempo mis ojos casi no miraban otra cosa que esa curva tan llamativa que
llevaba por detrás.

Al encender mi segundo faso de marihuana el olor que se había
generado a mi alrededor era importante. Muchos al percibirlo se alejaban
desdeñosamente mientras que a otros, como a ella, les llamaba la atención.
Cuando me miró por segunda vez saqué mi faso de la boca y extendiendo mi mano le
ofrecí una pitada. Al principio no quiso y volvió su mirada hacia el improvisado
escenario. Yo la imité, pero al cabo de unos segundos lo vino a buscar.

Otra vez nuestras miradas se encontraron.

—¿Está bueno...?—pregunté como para iniciar la charla.

Ella asintió con su mirada esbozando una sonrisa.

—Te lo dejo para vos...¿Cómo te llamás?

—Carla ¿y vos?

—Ale

—¿Venís de lejos?

—Más o menos, de unas 15 cuadras—dijo señalando un punto
cardinal

—Yo también pero más para el otro lado—le contesté ya con mi
nuevo faso encendido

Yo no paraba de mirarla. No era tan soberbia y antipática
como creía. Al cabo de un rato de charla, su amiga, que había quedado unos
metros más adelante no se percató de que Carla estaba conmigo. La buscó con la
mirada, intercambió dos frases con ella y volvió a alejarse apenas Carla le dio
a entender que volviera a su lugar.

El sol había caído. El cielo ahora era bastante oscuro y nos
dejó a todos en penumbras. Tomé coraje y busqué los labios de Carla. Mostró
cierta timidez ante mi audacia pero luego me comió la boca. Ante tal gesto mi
lengua no demoró en buscar la de ella. Juntas empezaron a jugar y a luchar,
humedeciéndonos las bocas mientras los labios se mimaban con ganas.

Ambos de costado nos inclinábamos sobre el otro,
sosteniéndonos al piso con una mano y con la otra toqueteándonos. Debo confesar
que no tardé en excitarme. Mi pene se endureció tanto como ella me tanteaba la
pierna y parte de la cintura, gesto que imitaba a los míos aunque no tan
audazmente.

Su amiga nos miró de reojo y apartó su mirada luego de ver en
qué estaba su amiga. Se mordió los labios de la envida y finalmente no tuvo otra
alternativa que seguir mirando a la banda de rock y tener que soportar que algún
pesado tratara de seducirla.

Carla me seguía comiendo la boca y yo a esa altura, de la
calentura que tenía, le manoseé el trasero a riesgo de que me quitara la mano o
se ofendiera, pero para mi sorpresa me contestó con un gemido electrizante a mi
oído.

La oscuridad reinante jugaba a mi favor. Decidido a darle lo
mejor de mí, me levanté de un salto y tomándola de la manó la invité a ir por
detrás del escenario, que era un lugar arbolado, con buen espacio y por sobre
todas las cosas oscuro y sin gente. Fuimos casi corriendo, torpemente. Nos
ocultamos detrás de los baños, protegidos por unos cuantos árboles y la
arrinconé contra uno de ellos. Rápidamente me bajé los pantalones al mismo
tiempo que ella se arrodilló para recibir a la carne rígida que emergía de mi
entrepierna. Mientras consumía mis últimas pitadas de marihuana, Carla me
frotaba la pija con muchas ganas, que erecta en máxima extensión gozaba con la
mano de ella y con su lengua que comenzaba a degustarla. Ah, cuánto placer me
hacía sentir. La combinación entre la alucinación marihuanesca, tan psicodélica
como siempre, y las mamadas que me proporcionaba mi nueva amiga me hacían
estallar de placer. Ahora tragaba hasta más allá de la mitad de mi pene. Su boca
me la comía de un buen bocado y con ayuda de su mano la terminaba de introducir
hasta adentro para luego retirarla y empezar todo de nuevo. Yo le acariciaba la
cabeza, como para a veces guiarla y mis ojos se perdían en cualquier punto de
aquella oscuridad mientras recibía placer.

Sentí que mi leche quería salir. La detuve. Cuando mis ojos
miraron a los suyos me calentó su mirada lasciva y determinada. Le subí la
remera para besar sus tentadores pechos. Tenía grandes pezones como a mí me
gusta, nunca me interesó que las mujeres tengan grandes pechos sino buenos
pezones como los de Carla. Con ambos de pie me entretuve unos segundos besándole
los senos una y otra vez. A veces subía para besarla descontroladamente, casi
como violándola a besos, al tiempo que ella me manoseaba la pija larga y dura
pronta a entrar en ella. Pero antes le bajé el pantalón hasta los tobillos.
Quise sacárselo todo para estar más cómodos pero ella no quiso. A lo que no se
negó fue a que le chupara la concha, a que lamiera ese tajo divino, sediento de
mi saliva y de mis lenguetazos en su clítoris.

Los acordes roqueros sonaban con fuerza todavía desde el otro
lado del escenario y recibían aplausos de la gente cada vez que terminaban un
tema. Yo lo que mejor oía eran los ahogados gemidos de Carla, que reventaba de
goce cuando mi boca le devoraba la vulva inundada de fluidos. Nada me da más
placer que chupar la concha de las pendejas como Carla. Entretenido en mi
celestial tarea ella me interrumpió con: "Ya está, vení, ponemela Ale,
ponemela". Subí y le enterré mi tronco loco en su profundidad. Cómo exclamó
cuando yo estuve adentro. Manoseándole el culo me apoyaba sobre ella para
bambolearme una y otra vez penetrándola rápida y profundamente. Volví por un
instante en mí. Me di cuenta de que no teníamos que tardar mucho. Me calentaba
mucho estar en una cogida de emergencia. Son de las mejores.

Los gemidos de Carla me hicieron retornar al goce. La penetré
una y otra vez. Ella me mordía y chupaba la oreja de ella. Sus piernas abiertas
se ajustaban a las mías al tiempo que las mías, juntas, hacían fuerza para
penetrarla con más ganas. "Dale ahora, dale ahora"—me rogó y yo le derramé
generosas cantidades de semen dentro suyo en mis últimas entradas a su tajo
sagrado. Agotados y sudados tardamos en componernos y vestirnos. Después nos
fuimos juntos y buscamos a su amiga que hacía rato nos había perdido el rastro.

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