Futuras licenciadas

No voy a dar mi nombre. Tengo 20 y vivo con Flor, mi novia, junto con la cual somos propietarios de un comercio. Viernes y sábados tenemos abierto hasta las 2:30 de la madrugada porque se vende mucho alcohol ($). Ese sábado estaba bastante linda la noche, y a eso de las 22:30 cae un SMS de una compañera de facultad de Flor, invitándonos a ir a bailar. Lo hablamos y decidimos que estaba buena la idea. 
- Andá vos primero a bañarte, porque más tarde me da miedo quedarme sola -me dijo Flor, dado que en la parte trasera del local nos faltaba una ducha. El resto estaba bien: una confortable sala de estar con una cama de plaza y media, una cocinita y un baño. Compacto y cómodo. 
- Dale -le contesté y salí hacia casa en la moto. 

Duchándome, me imaginaba cómo serían las compañeras de Flor. Yo conocía a una sola, Martina, una morocha alta de nariz gordita, simpática y responsable, de cuerpo delgado. Por otra parte, yo no estoy nada mal para tener 20. Antes confiaba menos en mí mismo, pero últimamente me he dado cuenta que las chicas me miran por la calle, me sonríen, y a las amigas de Flor les caigo re-bien, más de una me ha tirado alguna indirecta. Es más, a ninguna le da cosa decirle en la cara a Flor que soy lindo. Alto, de pelo castaño oscuro casi hasta los hombros, ojos algo grises, labios conquistadores... Bien de espalda y físico en general porque juego al fútbol y laburo bastante. Me puse unos championes blancos, un jean azul oscuro que está de más, una remera con un sweater en V, y el perfume más caro de los que me ha regalado mi novia. Cuando regresé al local, las gurisas ya estaban allí, haciendo la famosa previa con una cerveza y escuchando El Original. 
- Por fin, amor... A Martina ya la conocés; ella es Paola y ella la Chechu -me dijo Flor señalando a una rubia y a una morocha. 
- ¡Ah! Hola, ¿andan bien? -las saludé con un beso. 
- Bien, ¿vos? -me dijo la morocha. 
- ¿No sabes si la planchita del pelo está allá en casa? -me preguntó Flor. 
- Eh... sí, arriba del respaldo del sommier. 
- Ta... ¡ya vengo chiquilinas! Abran otra cerveza si quieren. Chau, amor, ojito con lo que hacen, jaja -dijo Flor, jodiendo. 
- ¡No seas boba! No lo vamos a violar -se rió Paola, la rubia de ojos claros, que ya se había bajado otro vaso de cerveza. 
Al momento que Flor salía por la puerta entraron varios clientes seguidos, por lo que estuve como 10 minutos sin saber qué pasaba más allá de la mampara que separaba nuestra "casita" del local. Cuando terminé con el último cliente, aparece Martina a través del espacio abierto de la mampara. 
- Tomá, cobrame otra cerveza que aquellas están como locas -me susurró. 
- Tienen ganas de bailar, ¿eh? 
- Sí, están con todo, jeje. 
- Pero no, no la pagues, servite nomás. 
- No, dale, cobrámela porque la otra la abrió Flor. 
- OK. Che, ¿cómo va esa licenciatura? -le pregunté mientras volvíamos al estar. 
- Bien, bien. Ayer fue cualquiera, ¿te contó Flor? Nos visitó una Nurse del exterior, se pasó tres horas dando una charla sobre cómo debíamos actuar como futuras licenciadas en enfermería. 
- Sí, me dijo, una cagada... ¿Querés que te la destape? -le pregunté a Martina al ver que no podía. 
- A mí primera -saltó Paola, poniendo el vaso. Mientras le servía la observé de pies a cabeza: llevaba unas zapatillas preciosas a la moda, y sus piernas delgadas pero bien formaditas se vestían con un jean chupín negro de lycra. La pancita era hermosa como su cintura; parecía tan livianita que le podría hacer de todo en la cama. Debía medir unos 155 centímetros. Sus pequeños pechos bien redonditos sobresaltaban de una musculosa roja al cuerpo, pero eran sus labios y sus ojos verdes lo que la hacían tan linda. 
Sin embargo, no me distraje. Quería que supiera que la había mirado, pero no que me había quedado atontado con ella. 
- A mí servime poquito -me pidió la Chechu. Estaba linda la morocha. Más elegante, llevaba unos zapatos de punta marrones y una pollera corta pero delicada. Contemplé sus piernas, fuertes y delicadas al mismo tiempo... parecían suaves. Arriba estaba abrigada con un tapado del que resaltaba un gran par de tetas. La cara también era linda, ojos castaños y pelo negro hasta la mitad de la espalda. Le di un vaso a Martina y me serví otro para mí con mucha espuma. 
- ¿Puedo cambiar la música? -les pregunté, ya cansado de escuchar cumbia. 
- Sí, poné lo que quieras -respondió una, así que agarré el mouse y puse No Te Va Gustar a todo trapo. 
- Jhona, ¿me puedo sentar en la cama? -me preguntó Paola haciendo gestos de estar incómoda en la silla de madera. 
- Sí, boluda, hacé de cuenta que estás en tu casa. 
Yo tomé la silla que había dejado y me senté con ellas, esperando por los clientes, la mayoría jóvenes de camino a distintos boliches bailables. Entonces la Chechu acercó la mano a la panza de la rubia divina, que más que sentarse se había tirado en la cama. 
- ¡Estás re flaquita, Pao! -le dijo mientras le subía la musculosa y la acariciaba. 
- Sí, zarpado... -dijo Martina, sumándose a tocarla. 
- Gracias... pero ustedes también -respondió Pao incorporándose un poco y mimando la cintura de Martina. Se miraron con amor por unos segundos. 
- Che, vamos a cortarla que vamos a hacerlo sentir incómodo -saltó Chechu haciendo referencia a mí, que intentaba contenerme para no excitarme tanto. 
- Sí, no sea cosa que piense que somos raras y le cuente a Flor -agregó Martina. 
- No me molesta para nada, al contrario -les dije, siguiéndoles el juego. Por suerte Flor siempre demoraba bastante en ducharse y arreglarse. Era lo que estaban esperando para continuar. 
- Dejame un lugar, Pao -le pidió Chechu, a lo que se acostó a su lado boca abajo acomodándose la pollera para que no se le viera todo. Haciéndome el tonto, hacía que las ignoraba y continué tomando cerveza. 
- Mmm... ¡qué colita, che! ¿Qué estuviste haciendo? -dijo Martina, sentada a mi lado, subiéndole a Chechu la pollera a la espalda. Obviamente, le comí el culo con la mirada: era impresionante, dos terribles nalgas levantaban esa cola durita y de curvaturas perfectas. La bombachita rosada le quedaba hermosa. Pao también comenzó a tocarla y Chechu separó un poco las piernas, dejando ver una concha gordita, que ya había humedecido parte de su ropa interior. Martina me miró sonriendo, y luego desvió la mirada hacia esa cola hermosa que continuaba masajeando, como exigiendo que me uniera. No me quedaba otra, ni me podía contener, ya tenía la pija que explotaba. 
- ¿Te gusta, preciosa? -le dije a Chechu para romper el hielo mientras empezaba a tocarla suavemente. 
- ¿Qué te parece? Seguí, dale... -me respondió al tiempo que escuché que la puerta del local se abría. 
- Yo atiendo, seguí con lo tuyo -dijo Martina, parándose para ir a despachar. Escuchando cómo ella atendía al cliente, acerqué aún más mi silla a la cama y le saqué a Chechu el tapado con su ayuda, y luego la camisa blanca, tirando ambas prendas a un costado. El sostén parecía que iba a reventar, sus tetas eran más grandes de lo que había imaginado. Se volvió a acostar, al tiempo que Martina regresaba. 
- Van rápido, no me dejen afuera -rió Martina volviendo a su silla. Le corrió el largo pelo de la espalda a Chechu y le besó el cuello, haciéndola gemir de placer. Por mi lado, la agarré de la cintura y devoré su curvatura entre la espalda y la colita. Pao se puso hacia los pies de la cama y me imitó, hasta que encontré su boquita y se la comí. Nos besamos largo rato, apasionados, excitadísimos. Martina en tanto provocaba los gemidos de la Chechu, que al notar que Pao intentaba sacarle la bombacha, abrió las piernas y levanto la cola. Esa imagen hizo que mi verga se ponga tan dura que hasta me dolía apretada contra el boxer y el jean. Vi a Pao tomar la parte húmeda de la bombacha y chuparla con ganas, y después subí a la cama -a la que ya no entraba más nadie- y dirigí mi boca automáticamente hacia la vagina de Chechu. Rosadita, con pocos bellos, era riquísima, deliciosa. Cuando mi lengua tocó su delicado clítoris, Chechu tuvo que taparse la boca con ambas manos para que su gemido no se escuchara desde la vereda. Según mi novia, era un sabio en eso. Par de minutos más tarde Martina tuvo que detenerse para ir a atender a otro cliente y Chechu se incorporó de repente, y con la cara sudada le ordenó a Pao -quien se había desprendido el jean y se masturbaba- que se bajara de la cama. La rubia parecía estar en otro mundo, pero obedeció. Yo, sorprendido y confundido dejé de chuparle la concha y me paré junto a la cama con Pao, que con cara de puta se llevaba los dedos mojados a la boca. Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos la Chechu se sacó el sostén, me agarró por los hombros y me tiró de espalda a la cama. Ella subió primero una rodilla y después la otra, colocó su concha sobre mi cara y comenzó a montarme mientras yo se la chupaba como nunca, con una sed que no había sentido ni siquiera por la vagina de Flor. Ya no me importaba si los clientes escuchaban, sin embargo Chechu era muy cuidadosa -seguro ya lo tenían todo planeado de antes- y ahogaba sus propios gritos de placer, aunque la música ayudaba bastante. 
- Chupámela... por favor, más rápido esa lengua divina, Jhona... -susurraba desde arriba. Aceleré, dándome cuenta que alguien me estaba desprendiendo los botones del pantalón. Levanté la espalda y mientras dos manos me bajaban el jean, otras dos me tocaban con fervor los testículos y el pene por encima del ajustado boxer, que también me sacaron entre Martina y Pao. 
- Qué verga más linda que tenés -dijo Pao respirando agitada. 
- ¡Qué envidia, Flor, por Dios! -acotó Martina, que parecía estar atenta por si entraba alguien a comprar. Sin embargo, no dudo en llevarse ella primera mis 17 centímetros de verga gorda a la boca. 
- Ay... Ah... Sí... ¡Ah...! -Chechu estaba acabando, y yo saboreé con mi boca el orgasmo más grande que había sentido. Se le habría y cerraba sin parar, hasta que el orgasmo alcanzó también su cuerpo entero y no podía parar de tocarse los senos, gigantes y flexibles. Hasta que se quedó quieta, se mantuvo allí unos segundos dorados para mí, y se paró. 
- Gracias, precioso -me dijo mirándome a los ojos y me besó con amor. 
- Un gusto, cuando quieras -le dije yo; ella rió, satisfecha. 
- Ustedes sigan que este pedazo de hombre se lo merece, yo me visto y atiendo si viene gente -les dijo a las otras, que se turnaban para chuparme los huevos y la pija, que estaba durísima. En cuanto terminara les iba a llenar la boca de semen, ya que hacía varios días que no tenía sexo con Flor. 
- Tragátela toda -le exigí a Pao empujándole la cabeza hacia el tronco de mi pene. La rubia se atoró pero pareció gustarle, porque cada vez intentaba ir más adentro. No sé qué me ponía más como loco, si los ojos verdes de puta que me miraban al chuparme la verga, o ver parada a Chechu acomodándose las tetas para colocarse el sostén. Después de haberse vestido por completo, esta última se agacho y le habló al oído a Pao, que le había pasado la posta a Martina. Paola la miró como con miedo. 
- Dale... porfa... -le pidió Chechu. 
- Me hace pedazos -le respondió bajito Pao mirando de reojo mi verga. Yo me hacía el disimulado, entendiendo que Chechu le estaba pidiendo a Pao que me cojiera; lo que no sabía si por la concha o por el culo, porque no creía que le doliera por adelante. De todas formas, seguí disfrutando de la mamada de Martina, que no lo hacía para nada mal. Abrieron nuevamente la puerta del almacén. 
- Cuando vuelva te quiero ver ahí, ¿ta? -le dijo Chechu a Pao mientras pasaba hacia el local. La rubia se limitó a sonreír. 
- Te va a encantar, mamita -le dije mirándola con deseo. Martina me dio una última chupada y, sin pararse, desató los cordones de las zapatillas de Pao, quien no muy decidida, colaboró. Le sacó el jean y la empujó hacia mí. 
- Pará. No tenés que hacerlo si no querés -le dije al verle la cara. 
- ¡Shhh! -dijo cortante Martina, al tiempo que entraba la Chechu. 
- Que no se haga la tontita, que después disfruta más que cualquiera -dijo Chechu en tono de broma. 
Pao se acercó a mí y me besó como ya lo había hecho. Le devolví el beso y cuando nos separamos, las amigas ya le habían sacado la tanga. Tenía un cuerpo tan delicado y hermoso que quizás sí debía tener miedo a que le duela. Con sutiles movimientos sensuales pasó sus piernas por fuera de las mías y se sentó desnudita en mi panza. Yo le tocaba el clítoris y ella me pajeaba. Luego vi a Martina sacar un preservativo de su bolsillo, lo abrió y me lo colocó espectacularmente. Pao se paró unos centímetros y de una se tragó con la concha toda mi verga. Esta vez no pude evitar lanzar un gemido como un león. La calidez de aquella concha totalmente mojada no se puede explicar con palabras. Yo no podía creerlo, tanta previa y teatro, y terminó metiéndose toda la pija de una. Hasta parecía quedarle chica. Las otras dos reían, y la rubia puta se movía muy suavemente en círculos, sabiendo que en cualquier momento me iba a ser acabar.
- ¡Pará un poco! -le dije de repente al ver que me venía. 
- Ya sé, pero aguantá porque lo mejor no ha llegado -me dijo ella en un susurro. 
No sabía a qué se refería, pero lo que nunca imaginé, pasó. Salió, dejando mi verga llena de sus jugos y posicionó su ano en mi verga 
- Si me hacés eso me muero -le dijo con el aliento. Ella, sin hacerme caso, comenzó a hacer círculos sobre la cabeza del pene hasta que logró entrar por lo menos cuatro centímetros, y ambos suspiramos: ella de placer y sobre todo dolor. Siguió avanzando, y yo tenía miedo de llenarle la cola de leche incluso antes de haber entrado la mitad. Eso sí iba a ser un fraude, las iba a decepcionar. Pero me contuve y me concentré al máximo. 
- Me duele... ¡pero me gusta! -dijo al tiempo que enterraba su ano en mi verga hasta el fondo, lenta y constantemente. Se sentó sobre mí, aflojando sus piernas. 
- No lo puedo creer, diosa, no sé qué decirte. 
- No digas nada. Disfrutá -me dijo Chechu al oído, cuando Pao comenzó a moverse bruscamente, sintiendo yo algo que nunca había experimentado. Esa cola apretaba mi verga con fuerza y la hacía gozar. Qué pendeja, por favor... Cerré los ojos y el semen salió disparado. Ella, con experiencia, se quedó quieta sosteniéndose de mis rodillas que temblaban. 
- ¡Ahhh...! -grité. Fue el orgasmo más grande que tuve en mi vida hasta ese momento. Pasaron los minutos y mi pija no se bajaba, seguía hinchada, con ganas de más, pero yo estaba como en la luna. Además, no me quedaba ni una gota de semen, me había exprimido. 
- ¡Así...! Estoy terminando yo también -dijo Pao. Su ano me apretó con tanta fuerza que me dolía, pero no había tiempo para el dolor, aquello era demasiado placer, una sobredósis. Despacio, Paola salió sonriendo y apretando la cola para que no saliera toda la leche y Martina le alcanzó papel higiénico y la acompañó al baño a vestirse. 
- Nunca te lo imaginaste, ¿eh? -me dijo Chechu. 
- Quisiera que esto se repita... pero que no se entere Flor. 
- No te preocupes, divino -me dijo y me ayudó a subirme la ropa. 

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