mi primer y salvaje anal

- ¿Alguna vez te hicieron la colita, amor? - dijo Leo mientras se daba vuelta para cucharearme. Me había cogido gran parte de la noche, y recién estábamos despertando, desnudos, con las sábanas revueltas y aún húmedas de su leche y mis juguitos. 

- ¿Eh? No - dije yo, mientras instintivamente acomodaba mi cola contra sus huevos, y él me empezaba a acariciar una teta. – Una vez intentó mi primer novio, pero me dolió, después nunca más probé – Probablemente porque éramos los dos unos adolescentes re calientes con más urgencia que experiencia, pensé. Damián, mi primer novio, había intentado meterme su poronga en el culo así como venía, con fuerza y sin lubricación. Bastó un segundo para que yo gritara, pusiera la cola contra el colchón, y me negara de por vida a otro intento. 

- ¿Y te gustaría? – me susurró Leo seductoramente al oído, mientras se pegaba más contra mi cuerpo y bajaba una mano a mi clítoris. 

- Mmmm, no, que sé yo, no sé…no me parece la gran cosa, no creo que se sienta nada diferente. 

- Tenés que probar antes de decir eso – Me metió un dedo en la conchita y me hizo dar un respingo de agradable sorpresa – A Marielita le encantaba, volaba de calentura – dijo, sabiendo que me pinchaba en lo más profundo de mis celos. Mariela, su ex, con quien había cortado una semana antes de conocerme, insistía en volver con él, se aparecía constantemente en su casa, y yo estaba celosa e insegura. 

- Salí, dejame – le dije, sacando su dedo de mi conchita y haciendo pucherito mientras lo miraba fijamente – A mí no me importa lo que le gustaba a esa forra, lo importante es que a mí no me gusta y punto – dije poniendo trompita otra vez. 

- A mí me parece que la idea te gustó, perrita, mirá lo mojadita que te pusiste – dijo, poniéndome en la boca el dedo que había sacado de mi agujerito. Se lo chupé todo, despacito, enojada pero caliente, saboreando mi juguito, mientras lo miraba fijo y seductoramente. – No te pongas celosa, bombón – se inclinó y me dio un beso profundo y recaliente – Sólo me gustás vos, cuando te la pongo en cuatro tu ojete me hace alucinar, no paro de pensar en romperte ese culito…dale…dejame ser el primero – Me abrió las piernas para acomodarse mejor sobre mí, me apoyó la pija y empezó a frotarla despacito sobre mi conchita, que ya se había empezado a lubricar…lo que me decía me estaba calentando tremendamente. 

De todos los hombres que han pasado por mi cama, hubo tres que me cogieron como nadie. Leo fue uno de ellos. Con 22 años y 1.98 metro de alto, tenía una poronga divina, proporcional a su tamaño, bien cabezona (como me gusta a mí) y con las venas muy marcadas. Tenía un cuerpo enorme, moldeado por las artes marciales, y sabía algunos trucos que cuando estábamos en la cama me dejaban aprisionada en la posición que él quería y totalmente a su merced. Yo no había cumplido los 20 aún. 

De tanto roce se le había puesto la poronga durísima, y con un simple movimiento me metió la cabecita. 

– Ahh – gemí despacito, entre sus besos. 

- ¿Qué pasa, bonita? ¿Te gusta? - La cabeza de su poronga se movía en círculos en mi agujerito. Empezó a acariciar mi boca semiabierta con su pulgar. Yo no podría parar de mirarlo, con los ojos bien abiertos, mientras sentía que me mojaba más y más. 

- Dámela toda…ahh…toda – dije con un hilo de voz. 

- ¿Cómo, preciosa, qué es lo que querés? dijo con una sonrisa pícara mientras hundía su pulgar en mi boca y me obligaba a chupárselo. Me había escuchado perfectamente. 

- Quiero tu poronga amor, la quiero toda, bien adentro – le dije jadeando. 

De un golpe seco me la mandó hasta el fondo de mi conchita. Grité, de calentura y sorpresa. Sentía un poco de dolor, aún hoy creo que semejante pija me empujaba el útero. Yo gemía como una gata en celo. Leo acercó su cara a la mía, me agarró del pelo, y me susurró al oído: - ¿Ves que sos una putita? 

- No papi – le dije, agarrándolo del pelo de la nuca y obligándolo a mirarme a los ojos – Soy TU putita - 

- Perra! – dijo sonriéndose, y me chupó la boca y el resto de la cara con lengüetazos frenéticos, mientras me metía la poronga cada vez con más fuerza. Yo ya estaba terriblemente mojada, sentía mi propia lechita chorreándose hasta mi cola. Tan mojada, que su pija resbalaba afuera, un segundo hasta que me la volvía a meter, pero en ese segundo yo me desesperaba – Dame pija, papi, dame pija! – le suplicaba, hasta que me la volvía a meter. Mi conchita latía, le aprisionaba la poronga, no quería que me la sacara nunca. Me bombeó largos minutos mientras yo gritaba como loca y le reclamaba pijazos cada vez más profundos. 

- Sos tan puta, pendeja, tan puta! Sos mi puta, mi hembra, toda, toda mía! TODA mía, perrita, ¿entendiste? – dijo autoritario. 

- Sí papi, soy toda para vos, toda para mi macho…Ahh, amor, qué tremenda poronga, dame más, más adentro, dámela toda! - gemía yo desesperada, abriendo cada vez más las piernas, mientras con una mano me esparcía por uno de los cachetitos de la cola mi propio juguito que me desbordaba de la concha – Cogeme, cogeme, cogete a tu puta, haceme sentir todo lo puta que soy…estoy bien entregadita, toda mojadita para vos, para que me hagas todo lo que quieras – Redobló el ya frenético ritmo, me estaba destrozando a pijazos, yo estaba abierta como nunca. 

– Te acabo papi, te acabo! grité desesperada. Me había colgado de su cuello para poder abrir más la piernas, miraba para abajo, hacia mi conchita, me recalentaba ver sus abdominales marcados y más abajo, su pija que me entraba como un taladro. Sentía venir tremendo orgasmo en segundos, empecé a temblar, casi no podía sostenerme. 
– ¿Ya viene, bebota, ya? dijo pervertidamente mientras me clavaba la verga como nunca. 
– Yaaa, mi amor, yaaaa, te exploto papi, te mojo esa poronga divina que tenés! 

Me la sacó, un segundo antes de que yo acabara, y tirándome sobre la almohada me la metió de un golpe seco en la boca. 

- Chupamelá, puta, vos vas a acabar cuando yo quiera. Sos mi perra y estás para complacerme. Me la vas a chupar como nunca en la vida se la chupaste a otro macho, y después te voy a romper el orto, bien roto, y te va a gustar – dijo mientras forzaba su poronga en mi garganta. 

Yo lo miraba sorprendida, recaliente, con su pija en la boca, mientras obediente se la chupaba. Había quedado con las piernas bien abiertas, la conchita empapada, que me latía salvajemente pidiendo una pija que completara el orgasmo bestial que casi tuve. 

Chupé un poco más, suavemente, hasta que sacando su pija de mi boca, le dije – Es verdad amor, soy tu perra, estoy para hacer lo que me pidas – luego de lo cual me paré, lo hice parar a él, lo besé profundamente, aún con su sabor en mi boca, mientras rozaba mis pezones ya super erectos contra su pecho peludo, y bajé con mis besos por su cuello, su pecho, su panza, rozándolo apenas con la lengua, provocándolo, hasta que llegué a su pija. La toqué apenas con mis labios. Gimió. 

Leo me miraba fijo, con esa mirada ida de la calentura. Sin dejar de mirarlo me arrodillé en el suelo. Me encanta chupar pijas arrodillada, me calienta terriblemente, porque me hace sentir entregada y bien dominada por mi hombre. 

Me la metí toda en la boca, le daba chupetazos profundos, me llegaba su glande a la garganta. Me dediqué unos cuantos minutos a chuparle la cabecita, luego gocé cada centrímetro de su tronco, luego bajé a sus huevos. Con una manito le agarraba la pija, con la otra, me masturbaba. Me colé dos deditos bien profundo en la conchita, y con el pulgar me acariciaba el clítoris. Aparte de que chupar una buena poronga ya de por sí me pierde, masturbarme me terminó de enloquecer, y estaba tan caliente que se la chupé con locura. Volví a sentir que venía el orgasmo, empecé a chupar y gemir. Leo, como buen cogedor, se dio cuenta de que estaba por acabar, y suavemente me levantó ambos brazos hasta su pecho, y me los inmovilizó con una mano, mientras que con la otra forzaba mi cabeza más hacía su pija. 

- Estás haciendo trampa, putita, ¿qué te dijo papi? ¿Acaso no te dije que vas a acabar cuando yo quiera? Obedeceme, perra, o te voy a tener una semana sin acabar. 

Levanté la mirada, resignada, y se la sostuve mientras se la chupaba. Lo miraba con mi mejor cara de inocencia, como una nena a la que habían atrapado robando caramelos en el kiosko. 

- ¿Entendiste, yegüita? 
- Sí papi, voy a hacer todo lo que vos me digas…pasa que me calentás mucho, me dejaste a mil amor, no puedo más, me chorrea la conchita, es tu culpa que me dejaste así…- dije jadeando, y volví a meterme su poronga hasta la garganta, no soportaba mucho tiempo no tenerla en la boca. – Algo me tenés que dar, papi…dame tu leche, la quiero toda…- 
- Qué trola que sos, qué trola que sos! Pidiendo lechita como la más puta! Te voy a ahogar en leche, putita, ¿te las vas a tragar toda? 
- Hasta la última gota amor, dámela, dámela toda – gemí desesperada entre chupada y chupada – Quiero toda esa leche calentita en mi boca…- 

Su poronga estaba enorme, bien al palo, me golpeaba la garganta, no me la podía tragar toda, era enorme, pero me esforcé, me la clavé bien adentro de la boca como la más barata de las putas de la calle. Lo sentí gemir guturalmente y enseguida sentí su delicioso lechazo en mi garganta. Me atraganté, la retiré un poco, el siguiente lechazo me pegó en el paladar. Sin sacarla de mi boca saboreé su leche calentita, la tragaba de a poco para sentir cada gota, me excitó tanto que casi acabé. Eso es algo que me acompaña hasta hoy: soy muy chupapijas, y muy lechera. Volvió a gemir como un All Black haciendo el Haka. 

- Limpiámela, puta, limpiámela, toda…así, así, qué rica hembra que sos, qué rico me la chupás, terrible petera resultaste – dijo recaliente aún moviendo su pija en mi boca. Se la limpié divinamente, saboreando bien las últimas gotas de leche. Sin mediar palabra me levantó del suelo, me puso contra la pared, con su brazo levantó una de mis piernas y me clavó la poronga bien profundo en mi conchita, que estaba mojadísima y caliente. 

- Ahhh…ahhh! Ay, mi amor…ahhh…Leo…- gemí mientras me besaba el cuello. 
- ¿Qué putita, Leo qué? – Me susurró al oído - ¿Qué pasa, putita? 
- Ahhh, Leo, mi amor…ahhh, me encanta…no puedo más amor, no puedo más…! 
- Me encanta que no puedas más, me recalienta verte así, cómo me ponés, yegua, te voy a dejar esa conchita bien abierta – dijo mientras me clavaba bestialmente contra la pared. 
- Ahhh…ahhh, así, así, dame esa poronga papi! Bien adentro! – Estaba desesperada y gemía como nunca. 

Se dio cuenta de que mi orgasmo estaba cerca, me sacó la pija, y aprovechó mi segundo de sorpresa para tirarme en la cama, separando mis piernas con las manos. Se acomodó de nuevo en el medio, sobre mí, y me empezó a chupar las tetas. Hábilmente evitó rozarme la conchita con su cuerpo, tenía claro que cualquier pequeño roce me habría hecho explotar en terrible acabada. 

Me chupaba las tetas como un bárbaro. Yo no daba más de la calentura. Sentí como de nuevo mi conchita chorreaba, me caían mis propias gotitas a lo largo de la rayita de mi cola. Mis pezones estaban duros como roca. Leo se puso sobre mí, puso su poronga entre mis tetas, agarró mis manos, las llevó a mis tetas, y apretó su poronga con ellas. 

- Estas tetas piden a gritos una turca, bombón. 
- No papi, por favor cogeme…no puedo más – gemía yo suplicante…- Por favor, cogeme, quiero tu pija, no aguanto más, llename la conchita de leche… 
- Sí putita, te voy a bañar ese terrible tajo en leche, pero no ahora…tengo otros planes para vos – dijo mientras me cogía las tetas. 
- ¿Qué planes, mi amor, qué me querés hacer? 

Me miró perversamente y sin decir nada, retiró mis manos de mis propias tetas, sacó su pija de entre ellas, asegurándose de rozarme lo más posible, y muy despacio me dio vuelta en la cama, y me puso en cuatro. 

- Cómo estás de mojada bebota! Toda chorreadita, yegua, como la puta que sos. No podés disimular cómo te gusta la poronga, mirá como te pusiste, ni una puta callejera se pone como vos. Te voy a tener que limpiar un poquito…-dijo, empezando a pasar la lengua por las gotas que me habían chorreado los muslos. Fue siguiendo con su lengua, ascendentemente, el camino que había dejado mi juguito en una de mis piernas. Paró justo antes de llegar a mi almejita empapada. Sentí su aliento en mi agujerito super abierto y me estremecí. Gemí suavemente, casi imperceptiblemente. El lo notó. 

- Perra, ni te toco y te ponés como loca…cómo me gustás, me volvés loco, me vuelve loco cogerte, por eso hoy te voy a dejar todos los agujeros rotos y llenos de leche. 

Diciendo esto, me pasó la lengua por el otro muslo, limpiándome toda, y se posicionó en mi clítoris. Gemí, completamente entregada. Muy despacio, pasó su lengua desde mi clítoris hasta mi colita, unas tres o cuatro veces. La siguiente vez, paró en mi conchita, hundió su lengua, y me cogió con ella. Mi ya muy dilatado agujerito latía en su lengua, como queriendo tragársela. Forzaba mi concha en su cara como queriendo enterrármela más y más adentro. Yo gemía como una perra. 

- Así papi, así, por favor, no pares, cogeme, cogeme con esa lenguita deliciosa que tenés! 
- Te limpio y te mojás cada vez más…sos una tremenda puta! 

Volví a sentir que iba a acabar, no podía ocultarlo, se notaba en el temblor de mi cuerpo y en mis gemidos que cambiaron de tono e intensidad. Leo sacó su lengua de mi agujerito y agarrándome del pelo me dijo: 

- ¿Ah, querés acabar otra vez, perra? Mi hembra no acaba sin mi permiso, está claro? 
- No, amor, te juro que no voy a acabar sin tu permiso, ahh - jadeé, tratando de controlar los latidos de mi concha que hervía. 
- Así me gusta, mi putita sumisa…Ahora parame bien la colita que no terminé con vos, perra…jadeó. 

Paré más todavía la cola, y empezó a chuparme el culito. Me sorprendí, nadie nunca me había chupado el agujerito. Me gustó, era nuevo, raro. Por momentos su lengua hacía círculos, por momentos, me metía la puntita en la cola. La primera vez, di un pequeño respingo de sorpresa. No me disgustaba. Levantó la vista para ver mi reacción. En respuesta, le acomodé más la colita, haciéndole saber que me gustaba. Mientras, mi conchita seguía chorreando miel por mis piernas. Leo acariciaba el juguito que escurría por mis muslos y me lo pasaba por los cachetes de la cola, sin parar de acariciarme con su lengua. 

Así estuvimos largos minutos, hasta que la mitad de su lengua entró en mi cola con facilidad. Eso pareció darle vía libre para avanzar más: se incorporó, metió dos dedos en mi concha, los mojó bien, y me los pasó en círculos por la cola. 

- Mmmm, que rico – gemí despacio, sorprendida de mi propia reacción. 

Continuó con el masaje circular. Al principio era superficial, pero noté que en cada vuelta hundía un poco más su dedo. Me gustó. Siguió así hasta que su dedo índice entró un centímetro en mi cola, y siguió masajeándome sin sacarlo. 

- Ahhh – gemí, sintiendo que la colita me empezaba a latir. 
- Mmmm…esta colita se está abriendo solita, bebé…ya no podés decir que no te gusta…mmmm…cómo me aprieta el dedo, esa colita pide poronga, y yo se la voy a dar…- dijo con voz de terrible calentura. 
- Ahhh, sí, un poquito más adentro ese dedito papi…por favor… 
- ¿Estás rogando, perra? Mmmm, para haber ido a un colegio de monjas resultaste una putita regalada… 

Sonreí entre los gemidos. Sabía bien porqué me lo decía: me había conocido cuando yo cursaba el último año de secundario en un colegio de monjas muy conservador. Me venía a buscar los mediodías a la escuela, me acompañana a almorzar a mi casa, donde por supuesto, me pegaba tremendas cogidas antes de que tuviera que volver al colegio para las clases de la tarde. Hacíamos un rapidito. Le encantaba desabrocharme los tres primeros botones de la camisa y sacarme las tetas por fuera, con la corbata del colegio todavía puesta. Me chupaba las tetas hasta dejarlas hinchadas y coloradas y mis pezones como roca. Después, con las tetas aún colgando fuera de la camisa, me ponía en cuatro en la silla de la cocina, con los codos apoyados en la mesa, me levantaba la pollerita tableada del colegio apenas por encima de la cola, me corría la micro tanguita, y me destrozaba la conchita a pijazos. Tenía una gran habilidad para aguantar su orgasmo, y sincronizarlo con el mío. Cuando yo acababa, él también, y no paraba hasta llenarme la conchita con su deliciosa leche caliente. Luego, me acompañaba al colegio, pero me hacía volver sin tanga, con su leche chorreándome por las piernas. Como era el primer polvo del día, me dejaba una tremenda cantidad de semen, varias veces tuve que limpiarme con una Carilina camino al colegio, y tenía que tener cuidado de no dejar mojado el asiento. Era un bardo, pero hacerlo nos calentaba como locos. 

Ese recuerdo, y su dedo cada vez más adentro de mi culo, me calentaron todavía más. Empezó a acariciarme con el pulgar, y a hundirlo despacio en mi cola, que se abría para recibirlo. Yo me sentía totalmente entregada, quería que Leo hiciera conmigo todo lo que deseara, sin reservas. En ese momento me hundió de golpe el pulgar en el culito, me dolió mucho, salté, sacándolo de adentro mío, y me incorporé asustada y con lágrimas en los ojos. 

- ¿Qué pasa, bebé? 
- Me duele – sollocé bajito, poniendo trompita con los ojos llenos de lágrimas. 

Leo se incorporó frente a la cama y me atrajo hacia él. Quedé frente a él, arrodillada en la cama. Me abrazó. Lo abracé muy fuerte, asustada. 

- ¿Sabés cuanto te amo, bonita, no? Me estoy volviendo loco de ganas de tenerte, pero no quiero que hagas nada que no quieras hacer – dijo, levantándo mi cara con un dedo y obligándome a mirarlo a los ojos – Si no querés que sigamos, éste es el momento de decírmelo. 

Yo estaba pasada de calentura, la colita me latía, me moría por darle placer a mi macho, deseaba seguir con lo que habíamos empezado. 

- Quiero darte todo – susurré en su oído, abrazándolo, y rozando suavemente mis pezones en su pecho. 
- ¿Segura, bebé? 
- Sí amor, quiero ser tu mejor perra, quiero que conmigo puedas cumplir todas tus fantasías y sacarte toda la leche. Quiero que me hagas más puta de lo que soy, quiero ser tu puta perfecta, la hembra que soñás… 

Me dio un beso prolongado, profundo, caliente, mientras me acariciaba el cuerpo, poniéndome piel de gallina. 

- Entonces ponete en cuatro gatita…yo te voy a hacer la puta de mis sueños al 100%... 

Obediente, me volví a poner en cuatro al borde de la cama. Leo volvió a chuparme la cola, y volvió a masajearme con sus dedos. Volvió a hundirme su pulgar, y esta vez, aunque me volvió a doler, lo soporté sin decir nada. Su pulgar, clavado bien profundo en mi cola, hacía círculos cada vez más grandes, sentía que me estiraba el borde de mi agujero. Me dolía, y me llenaba de placer. Es la sensación más caliente del sexo: morir de placer mientras a la vez te duele. Me transportó a un nivel de calentura que nunca antes había experimentado. 

Leo, muy caliente, me clavó su verga en la conchita de un golpe seco y sin aviso. Tenía la poronga como una roca. Me daba dos o tres pijazos seguidos y la dejaba quieta mientras se concentraba en los dedos que tenía en mi cola, sabiendo que si se movía mucho en mi concha se arriesgaba a que yo acabara al toque. 

Me volvió loca estar bien llena de poronga. Su pulgar en mi cola ya había logrado una dilatación aceptable. De pronto, sacó el pulgar y me metió índice y anular juntos. Volvió a dolerme, pero no dije nada. Me di cuenta que su poronga dentro mío era para distraerme: cada vez que me metía más dedos, o más profundo, me distraía con pijazos intensos. 

- Ahh…ay papi, me gusta…qué rico se sienten esos dedos en mi cola…dame más… - le dije, sintiendo cómo me latía el culito, y moviéndome yo misma en círculos para acompañar el movimiento de sus dedos. Me dolía…me encantaba. 
- Cómo te gusta perrita…cómo me gusta verte así, rogando…Quedate tranquila que te voy a dar lo que querés, te voy a partir en dos, te voy a dejar ese terrible orto bien roto. 
- Estoy lista papi…cogete ese culito, destrozámelo, dejamelo bien abierto… - suplicaba desesperada. 

No podía más de lo caliente que estaba. En ese momento sólo quería tener los dos agujeros llenos de verga. Estaba entregada, empapada, con la cola abierta y parada, gimiendo como una perra, sabiendo que mi macho estaba deseándome tanto como yo a él, y que en breve tendría mi recompensa. 

Leo se incorporó, y sin sacarme su verga de mi conchita, tomó un pote de Dermaglós de mi mesa de luz, sacó un poco de crema y con una rápida sacudida de su mano dejó un copito sobre mi colita latiente. El frío de la crema me estremeció, anticipando el placer que vendría. 

- Llegó el momento de que me muestres todo lo puta que sos – dijo, hundiendo tres dedos en mi cola. 
- Ayyy! – Grité y me retorcí de dolor. 

No me prestó atención. Separó sus dedos dentro de mi culito, midiendo hasta dónde se me estiraba. Se ve que mi dilatación le pareció aceptable. Sin sacar del todo los dedos, acomodó la cabeza de su pija en mi entrada, forzándola levemente. Yo sentía como su poronga se iba metiendo de a poco, y a medida que ganaba terreno, Leo retiraba los dedos de a uno. Cuando me quise dar cuenta, tenía la cabeza completa de su verga hundida en mi culo. Claramente me encantaba: estaba partida de dolor, pero recaliente, sabía que cada centrímetro de poronga que me entrara me iba a destrozar, pero no podía evitar desearlo. Me tenía que contener para no rogarle que me enculara de una, pero me desesperaba por que lo hiciera. Tenía la espalda arqueada, sacando lo más posible la cola, para entregársela a mi hombre. 

- Cómo gemís, putita…cómo te gusta…estás regalada, perra. 
- Sí amor, me volvés loca, para vos estoy más que regalada, dame pija papi, mi colita quiere pija, no la dejes así…- gemía yo intentando hacer entrar más su verga en mi orto. 

Sabiamente, Leo me siguió haciendo masajes circulares con su cabecita adentro, y en cada círculo entraba un poco más. Su poronga entró unos centímetros más, unos tres o cuatro. Me dolió mucho, salté un poco para adelante, pero enseguida volví a acomodarme en su verga, presionando. 

- Ahhh – sollocé 
- ¿Qué pasa gatita? 
- Duele…me encantaaa…ahhhh 
- Si te duele te la saco… - dijo pícaramente, sabiendo que no me la iba a sacar. 
- No, no! No me la saques, por favor, abrime bien el orto, rompémelo todo! 
- Te lo voy a destrozar, perra, te voy a descoser ese orto, como se merecen las putas fáciles como vos! 

Su pija entró hasta la mitad, y empezó a moverla con más velocidad, adentro y en círculos. Me estaba partiendo en dos, y yo no podía evitar querer más. Sentía que me destrozaba internamente, cada centímetro que ganaba era algo que explotaba dentro de mi cola en una incomnmensurable sensación de dolor y placer. 

Llevé una mano hasta mi cola y tantée el tronco de la pija de Leo: faltaban al menos 10 cm por entrar en mi cola. Apoyé la cara contra las sábanas, y despacito, con ambas manos, fui separando los cachetes de mi cola para darle mejor entrada a la poronga de mi hombre. Leo cada tanto untaba mi muy dilatado agujero con crema, y el tronco de su pija, que resbalaba dentro mío sin pausa y sin piedad. Sentía que ganaba cada vez más terreno, y lo disfrutaba a pleno. De a poco mi colita se comió toda su deliciosa poronga, hasta que sentí su pelvis pegada a mis glúteos. 

- Qué rico culito que tenés bebé…bien apretadito…mirá cómo se traga mi verga…mmmm…la colita de mi hembra, bien desvirgadita, toda mía… - gemía Leo, acompañando con su voz sus pijazos lentos y profundos. En cada movimiento sacaba su verga casi completamente, y me la volvía a hundir lentamente hasta el tope. Aún me dolía. 

Estiré una mano por debajo de mi cuerpo, y hundiendo tres dedos bien dentro mío empecé a masturbarme. Ambos sabíamos que no podíamos sostener el orgasmo mucho más. Estaba tan mojada que mis dedos resbalaban fuera de mi conchita. Leo seguía totalmente concentrado en violarme lentamente la colita. En uno de esos movimientos, cuando su verga estaba casi completamente fuera de mí, en un rapto de terrible calentura, empujé mi cuerpo contra él, y mi culito se tragó toda su poronga de un golpe. Los dos gritamos, Leo terriblemente caliente, y yo de placer y de sufrimiento. Pensé que me iba a desmayar de dolor. El enseguida me estaba bombeando, sacado, salvajemente. Yo gemía, entregada, empalada como nunca, mientras me corrían por las mejillas lágrimas de dolor. 

Pasaron varios minutos de cogida bestial, y lentamente, todo ese dolor fue cediendo, y yo me fui entregando a sensaciones deliciosas: la colita me latía, parecía que quería abrirse más y más. Latía sobre la pija de mi macho, apretándolo, comiéndolo. Moría de placer y calentura. Arañaba las sábanas, mis tetas pegadas contra el colchón, cosa de parar la cola lo máximo posible. 

- Así, amor, así, enterrámela toda, más, más adentro! Ahh, cómo me gusta tu verga, nunca tuve un hombre como vos, que me cogiera así! – se lo decía desde el fondo de mi alma. Nadie me había cogido como él. 
- Tomá, puta, tomá! – decía Leo mientras me la clavaba salvajemente hasta que sentía sus huevos golpeteando mi conchita. – Tenés un orto delicioso, digno de lo puta que sos….como te gusta la pija, putita, como me gusta ser el primero que te va a llenar de leche ese culito… 

Con Leo al palo entrando y saliendo brutalmente de mi cola, mis pezones rozando frenéticamente el colchón al ritmo de sus pijazos, mis deditos en mi conchita empapada, sus huevos cacheteándomela, gritando como una perra, con los ojos cerrados, babeando de placer por la comisura de los labios, …ya no pude más, y acabé. 

- Ahhhh papi te acabo…Acabo para vos, amor, acabo! Cogeme, cogeme, cogeme ese culito, no paressss! Rompémelo todo amor! 
- Acabá puta, te lo merecés, hoy te regalaste como nunca! Acabame, quiero sentir ese orto latir en mi poronga mientras te lo lleno de leche! – dijo mientras sacaba mi mano de mi concha y metía la suya – Quiero sentir la acabada en esa tremenda concha, perra, mojame los dedos! 

Acabé como nunca en mi vida, sacudida por espamos de placer en la conchita y en la cola. Ambos agujeros latían salvajamente, apretando a mi macho, yo gemía y temblaba. En medio de mi brutal orgasmo, sentí sus lechazos en mi cola, y sus calientes y roncos gemidos…Me volví loca, deseaba su leche como nunca antes. Nunca me había pasado, pero el orgasmo se prolongó casi dos minutos. Literalmente, no acababa de acabar. Leo se movía dentro mío y yo sentía oleadas de mini orgasmos. Agotada, con el sudor corriéndome por las tetas, el pelo revuelto, sin fuerzas, me fui moviendo lentamente hasta sacar su verga, aún dura, de mi culo. Salió como un latigazo. Sentí su leche hirviendo bajar en catarata hasta mojar los labios de mi conchita. En un movimiento inconciente, muy suavemente, con mi almejita busqué la cabeza de su poronga, retrocedí, metiéndomela toda, y me autocogí muy lentamente, en éxtasis. 

- ¿Qué pasa, putita, no tuviste suficiente? – susurró Leo, sin aliento, apoyándose en la pared con un brazo. 

Si había tenido suficiente, me estaba autocogiendo de golosa, de mimosa. Saqué su verga despacito, me senté frente a él, y se la chupé. La necesitaba en mi boca. Se la limpié toda, muy suave, pasando mi lengua delicadamente. Lamí sus huevos, disfrutando cada centímetro de su piel. Nuevamente, eran mimos para mí y para él. Terminé con una chupada profunda. Suspiró, y desenredando las sábanas se acostó al lado mío y me atrajo hacia él para que hiciera la mismo. Me besó profundamente, con amor. Me acomodó en sus brazos, acariciándome. Nunca antes me había sentido tan suya, tan hembra. Y así, relajada, feliz, mojada, lentamente, me fui quedando dormida con la cabeza apoyada en el pecho de mi hombre. 

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