Le entregue el culo a mi vecino

Fue una pelea tonta, estúpida. Y una vez más, como tantas, el detonante fueron los celos. 
Hacia ya casi un año que salía con Marcos y siempre discutíamos por lo mismo. Estaba harta. No es que fuera exageradamente celosa, pero la verdad es que él me daba motivos de sobra para serlo. 
Le había perdonado algunas, pero ésta, le aseguré, no se la iba a dejar pasar. Y lo peor del caso es que, pese a todas las pruebas en contra, me lo negaba. Me hacía pasar por loca. 
-¡Te vi, te vi, yo misma te vi!- le decía a los gritos, intentando que, por lo menos, una vez reconociese su falta. 
Pero no había nada que hacer. No daba el brazo a torcer. Se empecinaba en su tesitura y de ahí no se movía. 
Siempre era yo la que aflojaba y terminaba perdonándolo, sin siquiera reprenderlo. Pero esta vez fue diferente. No se la iba a hacer tan fácil. 
Prácticamente lo eché a empujones de la casa. No quería verlo. No quería escucharlo. 
Aunque sabía que, tarde ó temprano, iría corriendo a su lado. Pero por lo menos quería que tuviera su merecido escarmiento. 
Justo cuándo él se iba, entra al edificio Daniel, mi vecino del departamento de al lado, quién ya más de una vez me había visto desnuda e incluso haciendo el amor por la ventana. 
Pese a que sabía que estaba comprometida, cada vez que nos cruzábamos, ya sea en el ascensor, en la entrada ó en el pasillo, me invitaba a tomar unos mates en su casa. Por supuesto que yo siempre me negaba, de buena manera, argumentando mil y un compromisos para rehuir la invitación. 
Aunque en esta ocasión, cuándo me lo propuso, le dije que si, sin titubear siquiera. 
Estaba despechada, con ansias de venganza y Daniel me parecía tan bueno como cualquiera para consumar mis planes. Además, estaba ahí nomás, al alcance de la mano. 
Subimos, entonces, a su departamento, y mientras él calentaba la pava, ( y yo el pavito ), me entretuve mirando algunos de sus trofeos deportivos y las fotos familiares que adornaban los muebles. 
En varias de ellas aparecía con su novia, una rubia exuberante que, por alguna razón, me resultaba conocida. 
-Es linda tu novia- le comente cuándo me convido el primer mate. 
-Ah, gracias, es modelo- repuso. 
-¡Por eso me parecía conocida!- exclamé chasqueando los dedos –seguramente debo de haberla visto en alguna revista, ¿no?- 
-Es probable, si, hace bastante publicidad gráfica- asintió. 
-Y decime una cosa, teniendo a tremenda mujer al lado, ¿Qué haces acá perdiendo el tiempo conmigo?- le pregunte. 
-Bueno, yo no considero que lo este perdiendo. Creo que vos y yo, es más estoy seguro que vos y yo podemos pasarla muy bien juntos- me aseguró. 
-¿Y que te hace pensar eso?- quise saber. 
-¿Puedo serte absolutamente sincero?- me pidió. 
-Por favor- le permití. 
-Bueno… me encanta como gemís, gimiendo de esa forma tenes que ser una bomba en la cama- me confesó. 
Tras soltar una medida risotada, lo miré y le pregunte: 
-¿Así que lo del mate era solo una excusa? ¿Lo único que pretendías era llevarme a la cama?- 
-¿Esperabas otra cosa?- replico a su vez. 
-No, la verdad que no- afirmé. 
En ese momento se produjo un silencio incómodo, aunque nuestras miradas, intensas y explícitas, no dejaban de cruzarse la una con la otra. 
Estábamos sentados el uno frente al otro, tan cerca que hasta podía sentir el aroma de su loción para después de afeitarse. 
Entonces fui yo la que quebró aquel silencio. 
-Dani… me gustaría chupártela, ¿podría?- 
Se bajó el cierre, extrajo su miembro con la mano derecha y comenzó a acariciarlo. 
-¡Por favor!- 
Recorrí de rodillas la distancia que me separaba de él, me incliné sobre su verga y me la metí en la boca. 
En cuestiones orales nunca fui de andarme con rodeos. 
Estando con los ojos cerrados, completamente concentrada en mi absorbente ocupación, escuchaba sus complacientes jadeos, suspiros exaltados, a la vez que con sus manos me alisaba el cabello ó me acariciaba las orejas. 
-Vero, ese novio tuyo, ¿ya te rompió el culito?- me pregunto. 
Liberé mis labios por un momento y levanté los ojos hacia él, mientras deslizaba su sexo contra mi mano, suavemente. 
-No, ¿porque?- aunque pecaba de redundante, se lo pregunté. 
-Porque me gustaría hacértelo, ¿Qué te parece?, ¿me dejas?- me pidió. 
Luego me enteraría que su novia, la conocida modelo, no le permitía que se la metiera por atrás. Algo relacionado con la firmeza de las nalgas, no sé. Y por eso recurría a mí, creyendo que yo no tendría problemas en aceptar. Y no los tuve. 
Aunque en rigor de verdad ya Marcos y algún otro novio que tuve me habían pedido sodomizarme. Al perecer mi colita resulta bastante tentadora, pero en ese momento, pese a la insistencia, rechacé tal posibilidad. 
Ahora era diferente. Creía que eso era lo que se merecía Marcos por todas sus infidelidades, las del pasado y por las por venir. Que otro me hiciera eso que él tanto deseaba. Que otro me rompiera el culo. 
-No me vas a hacer doler mucho, ¿no?- me preocupe, poniendo carita de cordero degollado. 
-Solo un poquito- me prometió. 
Y así, un rato después, estaba echada en el suelo, desnuda, a cuatro patas, con el culito incitantemente levantado, esperando por la procaz consumación de mi audaz revancha. 
Previamente Daniel me untó el ojete con un poco de lubricante anal, el que no había podido utilizar con su novia, y con el forro ya puesto, me la enfiló por atrás, rompiéndomelo de a poco, firme y sostenidamente, sin aflojar en ningún momento esa presión que ejercía sobre mis esfínteres. 
En verdad el dolor no resulto ni tan poquito, como me había dicho, ni tan demasiado. 
Un punto intermedio, quizás, aunque si supo intensificarse cuándo empezó a moverse dentro de mí, dentro y fuera, con estocadas cada vez más violentas, dejándose caer pesadamente sobre mí, penetrándome con todas sus fuerzas, arrancándome unos jadeos que traducían, con la más absoluta fidelidad, lo emocionante de la situación. 
Estaba rota. Agujereada por la retaguardia. Salvajemente atravesada. Reventada a más no poder. Con el culo perforado hasta lo más profundo de mis entrañas. 
Lo sentía a Daniel fluyendo imperiosamente por entre mis intestinos, y estallaba de gozo. Jubilosa y complacida. 
Era sumamente placentero. Una delicia distinta aunque igualmente de intensa y fulgurante. 
Me gustaba que me culeara. Que me hiciera el culito, ó que me comiera el pavito, como se dice vulgarmente. 
La revancha para con mi novio había resultado todo un éxito. 
Yo podía serle tan infiel como él a mí. Lo había demostrado. ¡Y de que manera! Mi culito roto no me deja mentir. 

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