La hermana de mi amigo se hizo prostituta





El sonido proveniente de la máquina musical me aturdía con cumbias o temas tropicales, aunque el desfile de señoritas en paños menores, era un deleite visual. Una chica rubia, muy bonita se acercó a saludarme y me invitó a sentarme al mismo tiempo que le pedía una cerveza. En el momento que me acomodaba, observaba el lugar casi con desesperación y poco disimulo, buscando a Marisa, pero ni señales de ella. Tal vez me había equivocado con el lugar, o había sido todo una pesada broma. 

Una de las chicas, al contemplar mis gestos, se acercó: - ¿Buscás a alguien bombón? - 
Con la mirada perdida en la nada, y de forma bastante antipática le respondí: - Marisa, ¿está acá? 
Acá no hay ninguna Marisa bebé... 

Tras un gesto que mostraba algo de alivio, pero al mismo tiempo bronca, decidí terminarme la cerveza y retirarme a mi confortable hogar. El ambiente realmente no era de mi agrado y el olor a vino barato mezclado con el andar de tipos desesperados, me ponía frenético. 

Pero la vida, cómo dije al inicio, te brinda momentos y sensaciones indescriptibles. Un frío por la espina dorsal me paralizó al ver a Marisa entrando al cabaret, cubierta por un sobretodo negro y yéndose rápidamente al baño, sin mirar o prestar atención a alguien. 

El corazón me latía a diez mil revoluciones por segundo, y una avalancha de imágenes y pensamientos se me vino a la cabeza. ¿Era realmente posible que Marisa, la chica que conocía hace años ejercía el oficio más viejo del mundo? ¿Por qué? ¡Si era linda, podía conseguir cualquier cosa! estaba dolido, decepcionado y demasiado enojado, pero al mismo tiempo, sentía un morbo especial, una sensación animal casi incontrolable que me brotaba de las entrañas. El sólo hecho de fantasear sobre ciertos asuntos sexuales con ella, provocó una inmediata erección. 

Volví la vista y ahí estaba, saliendo del baño, pero ya sin el sobretodo. Simplemente, estaba con sus mechones cubriéndoles parte de los ojos, cómo siempre, aunque más maquillada de lo normal, y llevaba puesto un corpiño color blanco que levantaba bastante sus tetas (de por si no muy grandes) y una tanga con doble hilo color rosa. Visto esto, la erección era ya casi brutal, pero no podía animarme a encararla. ¿Qué pasaría con mi amigo? ¿A dónde irían a parar los años de amistad? 

Todas mis preguntas quedaron respondidas por automático al momento que la vi acariciando y coqueteando con un cliente, que osadamente tocaba su cola y apretaba sus nalgas de manera poco sutil. Rápidamente, me dirigí hacia ella, pero no cómo un protector, no cómo un amigo, no cómo un hermano mayor. Me dirigí hacia ella cómo un cliente más. 

En un movimiento bastante brusco, la apoyé desde atrás bien intensamente, para que sintiera cómo latía mi pene por debajo del pantalón y con una mano sujetándole suavemente el cuello y otra juguando con el piercing que tenía en el ombligo le dije al oído: - Así que realmente te convertiste en putita eh... - 
Reconoció la voz al instante, y dándose vuelta en otro movimiento brusco, clavó su mirada en mis ojos, y con la respiración algo entrecortada, se acercó hasta mi oído y me dijo: "No... me convertí en tu putita" al mismo tiempo que apretaba mi bulto y posteriormente, me lamía la oreja. 
¿Cuánto me sale? - pregunté bruscamente, cómo si jamás hubiera visto a Marisa. 
$ 60 la media hora y $ 140 la hora bebu, ¿te va? - 
Sí, quiero cojerte ya... - 

Sin vacilar, le entregué el dinero, y luego que se volviera a poner el sobretodo, salimos del antro para apartarnos a unas habitaciones especialmente preparadas que había a la vuelta del cabaret. No hablamos durante todo el trayecto. Yo estaba cegado por la bronca y la calentura, y Marisa, parecía disfrutarlo. Eso me fastidiaba más, pero al mismo tiempo, me aceleraba. 

Llegados a la habitación, no le di tiempo alguno a quitarse el sobretodo, puesto que la había vuelto a apoyar por atrás, mientras lamía de manera enfermiza su cuello y tanteaba su vagina por encima de la tanga. Estaba empapada. Lentamente, fui adentrándome hasta rozar sus labios superiores, mientras dos dedos la penetraban lentamente. Sus gemidos suaves y su perfume de hembra me llevaron a conocer una faceta animal que creía no conocer. Cuándo se dió vuelta, con los ojos entrecerrados para darme un beso, le corrí la cara. 

¿Qué besos? sos una puta, chupame bien la pija, que tengo los huevos llenos de leche calentita - 
En un comienzo, mi actitud parecía haberla sorprendido sobremanera, pero su mirada felina y sus rasgos faciales, terminaron mostrando otra cosa. Empezó a recorrer la comisura de sus labios con la lengua mientras se agachaba para desabrocharme la bragueta, sin hablar. 

Bajado el boxer, mi pene asomó cómo un torpedo, con la cabeza roja. Empezó a hacerme caricias con la lengua en la punta del glande, y despacio, muy despacio y suavemente, empezó a meterla dentro de su boca. No usaba sus manos, solamente su boca, acompañando el movimiento con un ida y vuelta que fue intensificándose, puesto que yo empujaba a propósito. Quería cojerle la boca hasta acabar. Recorrió todo el trayecto de mi pene, hasta descender a los testículos, que sobó con una maestría excepcional, sorprendente para una chica de 18 años recién cumplidos. 

La rabia y la calentura se habían apoderado completamente de mi, y no tuve la delicadeza de avisarle al menos cuándo iba a acabar. Descaradamente, esbocé un leve gemido mientras sentía cómo mi pene vibraba e iba descargando todo el semen en su rostro. El rostro angelical que alguna vez observé cómo el de una hermana, ahora estaba cubierto con mis jugos, y su boca, dulce y virginal, había sido violada por mi sexo. 

Se quedó mirándome a los ojos, y luego de esgrimir una pequeña sonrisa, me mostró cómo se tragaba el semen de un sólo impulso. Eso me volvió a calentar. Puesto que mi miembro estaba determinado a seguir con la acción, agarré fuertemente a Marisa por sus cachetes, y la obligué a levantarse. 

No hables ni te quejés, puta de mierda... 
La única respuesta que obtuve, fue una especie de gemido doloroso, pero al mismo tiempo, de goce. Le gustaba que la trataran mal, la excitaba que la traten cómo a una verdadera puta. 

La arrastré hasta la cama y la hice poner en cuatro patas, mientras con una mano le bajaba la tanga y con la otra, daba fuertes nalgadas a sus cachetes. Sus pequeños gemidos se sentían cada vez más fuertes, aunque nunca tan fuertes cómo cuándo lentamente, fui insertando mi pene en su ano. Era bastante pequeño y estaba poco dilatado, por lo que tuve que escupir en varias ocasiones para lubricar la zona, pero finalmente, entró. 

Sentía sus quejidos por el dolor, e incluso vislumbré alguna lágrima en sus ojos, pero sabía que la perra gozaba y estaba tan caliente cómo yo. De manera gradual, fui intensificando la penetración. Era un espacio muy ajustado, y mi pene se deslizaba fervorosamente. Entretanto, tanteaba con la yema de mis dedos su vagina, que estaba terriblemente caliente y húmeda. 

¡Ay si, cojeme, cojeme más!!! - me decía. 
¡Callate la boca! - y obedecía, hundiendo su cara en la almohada para que yo no escuchara sus gritos. 

Cuando finalmente no soporté más, volví a acabarle encima, pero esta vez, en esa cola que tanto había sabido observar, pero siempre debajo de un pantalón o pollera de jean. La eyaculación reposaba en sus nalgas y caía por sus piernas, mientras yo me hacía para atrás, empapado en sudor y cansancio. Ella permaneció casi estática por unos segundos, tal vez por el dolor provocado por el sexo anal. 

Finalmente, se incorporó, mientras se limpiaba con unos trozos de papel higiénico. Ambos seguíamos sin hablar, e inclusive, sin mirarnos. El clima era tenso. Era una situación de disfrute, pero particularmente incómoda dadas las circunstancias. Sin embargo, para mi se había desmoronado el esquema que tenía de ella, una chica dulce con integridad que había llegado a querer cómo a mi propia hermana. Ya no era lo mismo. 

Disfrutaba de mi cigarrillo cuándo finalmente se animó a romper el hielo, al mismo tiempo que se vestía. 

¿De esto no le vas a contar nada a... - y la interrumpí: - ¿De qué? ¿Qué sos una puta? - 
Sí... de esto... - me respondió, agachando la mirada. 

Invadido todavía por mi instinto animal, pero sin cargo de conciencia alguno, simplemente le respondí... 

Yo no digo nada, pero a vos, te cojo cuándo y cómo yo quiera... - 

Apagué el cigarrillo y me fui de la habitación. 

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